El marido y los padres de la mujer (36 años) han pedido a los médicos que salven al pequeño. El cuerpo de la mujer hará de incubadora para que así se pueda llegar a la semana 28 de gestación y hacerlo nacer.
El caso, como se sabe, es muy raro, pero no es nuevo.
Hace algunos años sucedió uno similar y se narró en "Il Foglio" a través del testimonio de un joven padre. He aquí a continuación ese artículo.
(Emanuele Boffi, Il Foglio, 4 de marzo de 2008)
»Era por la mañana, una mañana igual a tantas en las que uno se levanta antes de despertarse. Nos vestimos, nos lavamos, se tiene la charla más bella de la jornada, la del desayuno, cuando el soplo de las palabras se mezcla al humo del café y se piensa que también hoy hay que superar el día y que, quién sabe, a lo mejor el jefe me aumenta el sueldo.
»Cristina estaba allí, delante de la cafetera, en la típica postura que asumen las madres desde que existen las madres: una mano apoyada en la espalda, con el brazo formando un arco igual y opuesto al de la barriga que estaba creciendo. Cristina preparaba el café. Era el 24 de marzo de 2006 y Toni oyó no un porrazo, sino "el" porrazo.
»"Corrí". Era Cristina. Estaba inmóvil, no había ninguna aspiración, ni siquiera jadeante, de la respiración. Toni llamó al 118. Rápido hasta Garbagnate. Es demasiado grave. Rápido hasta Milán, al hospital Ca’ Grande de Niguarda. “Los médicos dicen: aneurisma cerebral. Pregunto: ¿qué es? Responden: de las dos venas que confluyen en el cerebro una se ha hinchado y ha explotado. Pregunto: ¿qué significa? Responden: ha muerto. Digo: está embarazada".
»Hoy Toni tiene 26 años y trabaja con tubos que transportan metano. Ese 24 de marzo arreglaba calderas por algunos cientos de euros al mes. Cristina llevaba a casa el sueldo que ganaba recogiendo publicidad para una radio. “Nos habíamos conocido en un bar. Sí, lo sé, el flechazo no existe. Pero lo nuestro fue eso. Dos meses después nos fuimos a vivir juntos, aunque nuestros amigos nos decían que tuviéramos cuidado porque yo tenía 23 años y ella 35. Ella dejó de tomar la píldora porque queríamos un hijo, ambos lo deseábamos”.
»Era el tiempo del amor y del buen humor y Toni se hartaba de comer huevos. “Huevos, huevos, huevos en todas las comidas y a todas horas. ‘¿Qué comemos hoy?’. ‘Huevos’. ‘Ya, para qué te lo pregunto’. ‘Los huevos te van bien, Toni, te dan la fuerza necesaria’”. La fuerza llegó y unos meses más tarde Cristina se quedó embarazada. Para ella había elegido el nombre de Nicole.
»“Se lo dije a los médicos: Cristina está en el cuarto mes de embarazo. Haced lo posible para salvarla. Pero inmediatamente me dijeron que no se podía hacer nada por ella y que sería duro, muy duro”.
»“Vuelva mañana”. “Volveré”. La mañana siguiente Toni estaba a las 6 de nuevo en el hospital. Le hicieron entender que en Italia no había habido casos similares y que ninguno de ellos podía decir que tenía experiencia en circunstancias tan excepcionales. Sin embargo, la literatura científica confirmaba que otras diez veces, en la historia de la humanidad, un hecho similar había tenido un buen fin. De una madre fallecida y mantenida en vida artificialmente había nacido una niña viva.
»Toni cuenta que fue como un instinto primordial, que las palabras le salieron de golpe, que no hubo ninguna duda, ningún titubeo, ningún cambio de opinión. Toni se sentía como un guerrero con un pie en la fosa, “porque los doctores me lo repetían a menudo: ´no se haga ilusiones´. Y después, ´mire, es fácil que haya complicaciones, traumas, la niña podría tener algún daño en el cerebro, tal vez no vea nunca la luz’. Los amigos me ponían en guardia: ‘Toni, no esperes mucho en ello porque después la decepción te amargará´. Yo me sentía como un alpinista agarrado a un hilo sobre el precipicio del abismo. El alpinista tiene sólo ese hilo, sólo eso, ese hilo es su vida. Ese hilo era mi hija”.
»Toni pidió la baja por paternidad. Todas las mañanas se levantaba, iba al hospital y entraba en la habitación de Cristina. Ella estaba envuelta en un ovillo de cables que le entraban por la garganta y le perforaban la barriga. Él le hablaba durante horas. Durante horas discutía con su barriga. Le contaba sus días y sus pensamientos y cada vez que veía una ecografía sentía un hachazo de alegría romperle el corazón.
»“La niña se movía muchísimo, muchísimo. Verla me daba esperanza”. Fuera ese cuerpo mudo e inmóvil; dentro, esa vida furibunda. Sucedió algo extraño, muy extraño. “Los médicos y las enfermeras le tomaron cariño. Parecía que todos estuvieran embarazados”.
»Toni se acuerda bien de las llagas, se acuerda de ellas porque no había llagas. Se acuerda de ellas también Roberto Merati, responsable del Servicio de Obstetricia, que se sorprendió mucho al ver que no había ninguna señal del decúbito en todo el cuerpo de Cristina.
»Tumbada durante 78 días en una cama, la mujer no tenía lesiones cutáneas en ninguna parte del cuerpo, desde las yemas de los dedos a la piel martirizada por los tubos que la afligían, no había un solo centimetro de su cuerpo que estuviera dañado.
»Cada día las enfermeras le daban la vuelta una y otra vez, le aplicaban aceites y pomadas, le peinaban el cabello y le hacían una trenza. Sobre todo la trenza. Había una enfermera que cada día se la hacía para que Cristina estuviera bella como para un matrimonio, espléndida para cuando llegara su Toni.
»Un día Merati le preguntó a la enfermera por qué lo hacía, a fin de cuentas, ¿qué sentido tenía? Le respondió: “Porque si fuera yo la que estuviera como ella me gustaría ser tratada así”. “Los médicos pasaban a ver esa trenza; y el resto del personal sanitario, y también los celadores, todos miraban por la puerta para ver esa trenza”, cuenta Toni. “La lavaban con mucho cuidado todos los días, ponían crema en todo ese cuerpo silencioso, la perfumaban”.
»“Quería casarme, pero no podía. Pero también Cristina quería. Habíamos hablado de ello muchas veces”. Toni compró los anillos, le pidió a un amigo sacerdote si podía ir. Se reunieron en la habitación y dijeron una oración. Él dijo su "sí", ella calló. “Dentro de mi corazón es mi esposa”.
»Un día – “sí, era la semana veintinueve, el 10 de junio, a las 5 en punto de la mañana” – llamaron a Toni a casa. “Ha bajado la presión, tiene que nacer”. Toni corrió, corrió como no había corrido nunca en su vida. Llegó. Le dijeron: "Ha nacido". Dijo: "¿Dónde está? No la veo". Le respondieron: "Está allí". Miró, pero no la vio. Levantó una sábana.
»Nicole. La cogió. Era larga como su mano, pesaba 713 gramos.
La pequeña Nicole era mucho más pequeña y frágil que el bebé de esta foto
»Y fue amor y fue tánatos. Porque en el arco de nueve horas Toni hizo su via crucis desde el milagro del parto al dolor de la cámara mortuoria. A Cristina se le desenchufaron las máquinas y Toni dio su consentimiento para donar sus órganos.
»En el piso de arriba otra mujer necesitaba un hígado. Le dieron el de Cristina y hoy está bien. Toni pasó cinco días trazando el surco de su dolor en el suelo que llevaba desde el Servicio de Reanimación a la cámara mortuoria. Se celebró el funeral.
»Después, todos los días ida y vuelta desde casa al hospital y viceversa. “En ese momento entendí qué era la vida”. Hannah Arendt escribió que los hombres mueren, pero que no están hechos para morir. Nacen para empezar. Y Toni cuenta que es precisa y banalmente así. “Nicole estaba en la incubadora, para tocarla introducía las manos en los guantes de plástico. La acariciaba y le hablaba, esperando que no fuera la última vez”.
»Junto a Nicole, otros niños como ella. Otros niños vivos por la equivocación de una naturaleza que no se quería rendir a la seguridad de nuestros prejuicios. Junto a él otros padres que desgranaban el rosario con los dientes para dejar libres los dedos y poder acariciar esos minúsculos hijos suyos. “Allí estás sujeto al lazo de la vida porque ves a las madres que se sacan la leche para sus hijos sin futuro. Los médicos ya se lo han dicho: mañana morirá. Y sin embargo se sacan la leche del pecho, aunque sea la última noche y por la mañana tengan que sacar el vestido bonito para el funeral”.
»Cristina Nicole (así la ha bautizado Toni, también con el nombre de su madre) tenía necesidad de todo. Se la nutría por goteo, las enfermeras le daban mínimas cantidades de leche, cinco o seis centilitros ocho veces al día. Claudio Betto, director del Servicio de Reanimación Neurológica contó a los periódicos que la niña necesitaba grandes cuidados, “incluso para hacerla toser tenemos que hacerlo con maquinas específicas” y en el "Corriere della Sera" de Milán escribió una carta en la que confirmaba que “a veces las circunstancias excepcionales sacan a la luz lo que se pierde en la cotidianidad y son paradigmas que nos obligan a reconocer la verdadera y misteriosa naturaleza de la que estamos hechos”.
»El caso atrajo la atención de los medios de comunicación y algunos hombres de Iglesia felicitaron a los médicos por su gran trabajo. Stefano Martinelli, jefe de servicio de Neonatología y Terapia Intensiva Neonatal habló del heroísmo de una criatura que “está demostrando una gran voluntad de vivir, como si quisiera justificar los sacrificios que su madre, su padre y los médicos han hecho por ella”.
»Pero la socióloga Chiara Saraceno declaró en "La Stampa" que en el episodio lee “un caso ejemplar de reduccionismo biológico, en el que se confirma una extraña alianza entre la Iglesia católica y técnica. La mujer embarazada no es sólo un útero”.
»El filósofo de la ciencia Stefano Moriggi explicó en una entrevista al "Corriere della Sera" que “la Iglesia cae en contradicción porque aplica dos pesos y dos medidas. Si se permite, legítimamente, violar la naturaleza en nombre de un niño que tiene que nacer, ¿por qué no se puede hacer lo mismo por una vida que está acabando?”.
»Pero no sólo Monseñor Elio Sgreccia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida (“Si no hubiera estado el niño, habría sido una actividad inútil y desproporcionada. Pero en cambio había un fin”), sino también el filósofo Emanuele Severino (“Yo, que sin embargo estoy en contraste con toda una serie de contradicciones de la bioética católica, esta vez no hallo ninguna”) estuvieron de acuerdo en celebrar el nacimiento de Nicole.
»Llegó el 25 de agosto y a Nicole se le dio el alta. Estaba bien, podía ir a casa. “Me parecía que volaba”, cuenta Toni. “Llegué a casa y le hice espacio”.
»Hoy Toni lleva la vida de todos los padres. Se levanta a las seis de la mañana y se va a trabajar. Llama “unas quinientas o seiscientas veces a casa para saber si todo va bien”. La madre de Toni se ha ido a vivir con él “y sin ella, los médicos, Cristina y Dios nunca lo habría conseguido”.
»Cuando vuelve a casa por la noche encuentra a la niña que le espera en el umbral. El sábado y el domingo toca ir al parque, tobogán, columpio, helado. Son el uno el mundo entero del otro y Toni no utiliza palabras enormes para describir su cotidianidad.
»Se estremece cuando piensa en todo lo que le ha sucedido, pero no tiene tiempo para blanquear la vida con la imaginación. Sabe que ha ido así y el imperio de papel de los proyectos ha sido sustituido por una niña de carne y hueso que lleva el nombre de su amada. “Tengo que llevarla con regularidad al hospital, de vez en cuando, para los controles de rutina. Ha celebrado su cumpleaños con todas las enfermeras y los médicos que la han hecho nacer”.
»Asegura ser “un padre afortunado. Me pegué a una esperanza que no me decepcionó. Doy cada día las gracias a Cristina que, muriendo, me ha dado la niña. Nicole sabe todo y cuando crezca se lo explicaré mejor. Ahora cuando se levanta por la mañana agarra la fotografía de su madre que tiene en la cómoda y la besa. Un día conocerá mejor los detalles, ahora conoce lo esencial”. Toni dice que ya hoy, mientras habla con Nicole durante el desayuno, es consciente de ser “el hombre más feliz de la Tierra”.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)