Si usted es como la mayoría de las personas, va a ser difícil saber lo que tiene que hacer cuando un amigo suyo esté sufriendo. Y, para su amigo, probablemente, va a ser difícil saber qué hacer con el sufrimiento.

Este sufrimiento puede ser la muerte de un pariente o de un amigo, la pérdida del trabajo, el final de una relación o sólo la sensación de que el universo le dio una patada en la cara y no ha quitado el pie desde hace ya un buen tiempo.

Muchas veces, usted recurre a los clichés de siempre y los repite para sí, intentando animarse o convencer al universo de dejarlo en paz. Y los repite para los amigos, intentando hacer lo mismo por ellos. A veces, los clichés son para pensar, pero, muchas veces, son sólo dispositivos para escapar de lo que está sucediendo.

El libro “Invitation to Tears” (Invitación a las Lágrimas), de Jonalyn Fincher y Aubrie Hills, ofrece una mirada agradable y diferente al dolor. Los autores sugieren que aprender a experimentarlo es valioso: es un valor que nuestra cultura ha descuidado y que nosotros hemos ido desaprendiendo.

Sucede que lidiar con el sufrimiento y ayudar a un amigo a hacer lo mismo, de acuerdo con los autores, implica evitar decir cosas como estas:

 
“Por lo menos ella no está sufriendo más”…”Él está con Jesús”…”Todo eso sucede por una razón”…

“¡NO es por eso que yo estoy llorando!”, replicó Jonalyn, tras la muerte de la suegra. Esos lugares comunes pueden ser particularmente malos dentro de la Iglesia, un lugar donde, supuestamente, las personas traen sus sufrimientos más profundos en busca de esperanza.

Dentro de las murallas de consolación de la Iglesia, nosotros nos hemos ido despojando desafortunadamente del lenguaje de la pérdida. Lo que David y los salmistas hablaban perfectamente, nosotros hemos desaprendido. No sabemos cómo sentarnos al lado de alguien que sufre sin intentar “arreglar” las cosas de forma tonta.

Los autores nos sugieren reaprender el lenguaje del sufrimiento y, en una sacudida sensacional, incluyen listas enteras de poemas, libros y películas que giran alrededor de la tristeza y el luto; cosas que nos pueden ayudar a reaprender ese lenguaje.


Los cristianos oyen mucho eso. Ciertamente, algunas personas simplemente necesitan parar de reclamar y acordarse de que nosotros formamos parte de la historia de Dios, y no al contrario. Pero, ante el dolor real, eso puede volverse un mecanismo para escapar de la culpa, especialmente cuando decimos eso para nosotros mismos.

La vida es dura y es necesario encarar eso para enfrentar el dolor. Los autores sugieren que ceder al dolor es, de cierta forma, saludable e importante.

Estar de luto significa hacer menos cosas exteriormente, para tener tiempo de desahogar, escribir, hacer largas caminadas, llorar, mirar al espacio y pensar. Finalmente, adoptar la práctica nada occidental de hacer menos para aprender más. No es sin razón que no tenemos tiempo para eso, en nuestras sociedades aceleradas. El luto no es seguro ni eficiente para nuestra mentalidad enfocada en hacer cosas. Pero nos puede volver más humanos.


De vez en cuando, alguien de hecho necesita oír eso. Pero los autores del libro contrastan esa posibilidad con la tradición judía de la shivá, en que toda la comunidad se une alrededor de la persona que sufre para guiarla en su sufrimiento. La comunidad actúa como un capitán, trazando un curso para el luto. Los autores sugieren que, para las personas que buscan consuelo en medio del dolor, alguien debe orientarlas con base en su propia experiencia de sufrimiento, en vez de sugerir, justamente en ese momento, que la persona “de un giro en la vida”.

Ellos también observan, con ecos de T.S. Eliot, que la memoria forma parte del dolor, pero también del movimiento para superarlo. Cuando sus amigos están cerca de usted en su sufrimiento, usted los ve enfrentando a su lado una prueba. Eso construye la memoria que puede ayudarlo en el futuro.


Está claro que Dios siempre tiene algo para enseñarnos. Pero el sufrimiento es más complicado que eso.

En la Sagrada Escritura, vemos que el sufrimiento no aflige sólo al culpable, sino también al inocente. El cordero sacrificial demuestra ritualmente, todo el año, que los inocentes también sufren por los pecados de los culpables. El dolor no siempre es resultado de un descontento de Dios.

Jonalyn y Aubrie ofrecen un abordaje que, de cierta forma, incorpora el dolor a lo que usted es. En el mundo real, que es un mundo caído, la vida a veces es terrible y no parece haber razón humana para que sea así. Es muy típico de los occidentales intentar ignorar esto y querer explicar todo de alguna manera. Los autores sugieren, no obstante, que al experimentar el sufrimiento si nos damos al trabajo de reaprenderlo como comunidad, éste no sólo es soportable, sino también es una parte crucial y bella de aquello que nos vuelve humanos.