Por este motivo el psicoanalista italiano Luigi Campagner ha titulado su libro sobre la familia Figli! O del vantaggio di essere genitori (¡Hijos! O sobre la ventaja de ser padres) (Lindau).
«Porque a mis hijos les enseño a vivir: amando a mi mujer, trabajando para mi proprio crecimiento, cultivando mis pasiones. Pero de ellos aprendo también a desear lo máximo. A amar como un niño, a mirar las cosas de manera pura, por lo que son y no por lo que la mayoría dice que son».
-La diferencia sexual es algo que hay que reconocer más que explicar. Pero si hoy nos reducimos a hablar de la relación entre hombre y mujer manteniéndonos “a la defensiva” es porque a menudo falta la fascinación de una madre o de un padre que sepan acoger la diferencia entre ellos como algo enriquecedor. Que sepan dar, pero aceptando también recibir, depender.
»Me viene a la mente el abrazo entre Adán y Eva de Jan Gossaert, una obra que he visto en el Palacio Abatellis de Palermo. Los dos se tratan con complicidad. En esta obra, la diferencia aparece como un bien. De hecho, el hombre necesita la diferencia para responder a su necesidad natural de completarse y de generar, para crecer y construir. El problema es que hoy quien vive así es una minoría sobre la que la mayoría de los medios de comunicación no habla.
Adán y Eva, de Jan Gossaert, alias Mabuse,
pintura flamenca del primer tercio del s.XVI,
muestra la unidad del varón y la mujer antes de la Caída
-Las diferencias biológicas existen y todos las ven. Quien las niega ideológicamente, aunque lo intente no puede eliminarlas. Pero la evidencia no es suficiente, junto a ella debemos usar el arma de la fascinación: para que se sienta envidia de la familia natural, el hombre y la mujer deben intentar construir verdaderas y propias obras familiares.
-El niño necesita una madre y un padre distintos y complementarios. Según el psicoanálisis, como dijo Freud, es necesario que el niño atraviese la denominada fase fálica, muy importante para el desarrollo equilibrado de una persona. En esta fase el niño aprende a aceptar la propia identidad, mediante la aceptación del progenitor del mismo sexo. Si este proceso no se realiza, el niño se frustrará, no se sentirá querido y buscará continúa confirmación por parte de personas del propio sexo, que después percibirá como antagonistas. En cambio, cuando la propia identidad es acogida, el niño será estable y creciendo buscará el cumplimiento en el otro sexo.
-Por ejemplo, dejar de lado el reloj: aceptar ser acogido, además de darse. A menudo, en cambio, estamos en la posición de quien quiere sólo dar. Esto sucede con los hijos, no sólo entre los cónyuges. Es una pena, porque dejarse acoger es necesario y bello, porque completa: dónde yo no llegue, llegas tú y viceversa, esto ayuda a construir una bella familia y, por consiguiente, una bella sociedad.
-Los sentimientos no son suficientes para educar y ayudar a crecer a un niño. Además, ¿por qué una persona desea un hijo? Las razones pueden ser dos. La primera es la voluntad peligrosa de satisfacer una proyección de uno mismo que nos confirme, pensando que así llenamos nuestros vacíos. La segunda es el deseo de dar, educando un sujeto a amar y a ser amado, comprendiendo y acogiendo la diversidad de los sexos. Una madre y un padre pueden caer en el error de tratar a un hijo como una proyección de sí mismos que les satisfaga, pero es una posibilidad que no se puede predecir a priori. Pero legalizando las adopciones por parte personas del mismo sexo el error sería aprobado legalmente: el hecho de que estas parejas no pueden dar al hijo lo que él necesita. La naturaleza es una señal que está ahí para decir: «Por este camino no puedes generar un hombre. ¡Detente!».
-Trabajo en algunas comunidades, veo progenitores que voluntariamente renuncian a tener consigo a sus hijos si entienden que es mejor para él durante un tiempo. No es fácil, pero es un acto de amor enorme. Me viene a la mente la madre del episodio bíblico de Salomón, que con tal de no ver morir a su hijo está dispuesta a dejárselo a la mujer que miente, diciendo que el niño es suyo.
-No, porque la verdadera felicidad de un progenitor es la del hijo.
-Se abusa de la palabra amor, entendida como un sentimiento general. A los hijos no les basta el dinero, el afecto, las atenciones. Hoy, los hijos están llenos de cosas materiales y de protección. Los sumergimos en jarras de miel que los ahogan. Si los tenemos siempre en nuestros brazos no aprenderán nunca a caminar. El mismo niño desea ser lanzado al mundo por el adulto al que quiere imitar.
»Hay un dibujo animado basado en un cuento africano, Kirikú y la bruja («Kirikou et la sorcière» es un largometraje, coproducción entre Francia, Bélgica y Luxemburgo, dirigido por Michel Ocelot en 1998, ndt) que explica lo que quiero decir. Kiriku le pregunta a su madre: «¿Por qué la bruja es mala?». La madre no le explica el porqué, pero le dice que existen personas malas. Es decir, le da los límites entre los cuales debe moverse y luego deja que se vaya.
-Si los adultos siguen apareciendo como ogros se sigue separando su mundo del mundo de los niños. Así el pequeño se convierte en un ídolo, que al final se queda solo, sin relaciones: los grandes ven a los niños como un fardo a los que hay que dar sin recibir, mientras en los pequeños se introduce la sospecha hacia los adultos. Hoy, hay que moverse en sentido contrario, acercando de nuevo los dos mundos que tienen absoluta necesidad de dar y recibir el uno del otro.
-Veo a muchísimos pacientes cultos, estupendos profesionales, pero absolutamente frágiles en las relaciones, incapaces de gestionarlas. ¿Cómo es posible? Para que el niño crezca hay que acostumbrarlo a un trabajo continuo de construcción de sí mismo, de cambio frente al otro, de aceptación del bien y de rechazo del mal. Si los padres no han hecho este trabajo continuo, si no forman un equipo, también en la dificultad, para construir algo, el hijo no será capaz de hacer lo mismo.
-Somos madres y padres, pero sobre todo somos hombres y mujeres y esto no hay que esconderlo a los hijos. Somos seres humanos que nos equivocamos, nos hemos equivocado, tenemos pasiones. La brújula para moverse es la reflexión sobre uno mismo y sobre el otro. Hay que dejar espacio a lo que sucede, a lo que dicen los hijos, dejando que nos interroguen. La tristeza en este sentido es una ayuda: cuando entra en una relación significa que algo no va bien, por lo tanto es un bien que llegue. ¿Qué hacer? Esperar con paciencia y pensar en cómo cambiar, recrear, volver a intentarlo de otro modo.
»Además, como la relación de crecimiento recíproco es dramático, se puede llegar a entender, como decía antes, que durante un tiempo es mejor que el otro tenga a otras personas como referencia. Los progenitores verdaderos son también capaces de decir: «¡Vete, si te sirve, para que seas feliz!».
»Y aquí se entiende que el amor no es un sentimiento. Se puede seguir repitiendo: “Te quiero”, como es justo hacer, pero también sirven los hechos. El amor no es un enunciado general; es una relación de dependencia y de intercambio recíproco, de errores y volver a empezar, sobre todo entre los cónyuges. Y el amor no sólo se dice, hay que vivirlo: los niños no aprenden el italiano sólo si les damos lecciones. Lo aprenden si mamá y papá lo hablan entre ellos y con él.
-Todos, también los que han tenidos buenos padres, en un determinado momento hemos buscado madres y padres espirituales que nos han apoyado, aconsejado. A veces miramos más a estos que a los progenitores biológicos. Es más, a menudo son los progenitores espirituales los que nos hacen volver a abrazar a los biológicos. A los jóvenes les digo que deben buscar padres y madres en el colegio, en el trabajo, en todas partes. Existen.
Traducción de Helena Faccia Serrano.