El filólogo, periodista y profesor italiano Giovanni Fighera (www.giovannifighera.it) ha escrito para Tempi.it una reflexión que republicamos por su interés.

El tema es la invasión del cinismo y la ética puramente utilitarista (lo que no me satisface no vale nada) también en el mundo educativo... es decir, en la generación de niños que estamos formando. Y cómo eso impide disfrutar de la vida.

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Hace un tiempo me ha sucedido un hecho que me ha planteado muchas preguntas.

Me contactó la madre de uno de mis alumnos, preocupada por la impasiblidad del chico ante una malísima nota en Latín, asignatura dura para él, que tiene escaso valor en la vida de todos los días, por lo que no se ve qué finalidad tiene estudiarla.

Me di cuenta que la señora estaba preocupada por el cinismo del hijo hacia esta asignatura. Entonces le planteé mi preocupación, que no se refería a la nota en sí misma.

El chico, algunos días antes, comentando la excursión del colegio a una bella ciudad, me había sorprendido pues la había considerado una experiencia inutil.

La ética de lo útil ya ha invadido todos los ambientes y todas las actitudes, creando un escepticismo de fondo, una incapacidad de vivir bien y plenamente las experiencias.

La madre, sola ante la gran tarea de la educación de los hijos, no había pensado nunca, ni prestado atención, a este hecho. Al mismo tiempo, se sentía en culpa y responsable porque a menudo, durante la cena, había hablado de la vida con desilusión.

Considero que este episodio es muy significativo. Primero, porque nos dice a nosotros, los padres, que normalmente estamos más interesados en la marcha escolar de nuestros hijos que en su vida y su verdadero bien.

Reducimos nuestras preguntas a la fatídica petición: «¿Cómo ha ido hoy en el colegio?». El muchacho no puede hacer otra cosa que atrincherarse detrás de una respuesta monosilábica que concluye toda comunicación.

Si a mi hija, que tiene ocho años, le pregunto si ha aprendido algo interesante o bello, estará más propensa a hablar.

En la mesa, durante la cena, cada uno de nosotros cuenta lo que le ha pasado de interesante durante la jornada. Me parece un modo para abrir la aventura de la vida a la búsqueda de lo que nos sucede y que hace que sea bella e interesante.



En segundo lugar, constato que la desilusión y el cinismo habitan normalmente en nuestro ambiente, el de los adultos. La juventud es una actitud del alma, que se asoma con asombro y maravilla a la realidad y a la vida.

Mi abuela, con noventa y seis años, estaba siempre interesada en todo lo que sucedía. Puede suceder que los jóvenes sean más viejos en espíritu que los ancianos. Cuando esto sucede la responsabilidad a menudo es, sin embargo, de los padres, de los maestros y de los educadores que tapan, con la tristeza y la desilusión sobre la vida, el entusiasmo y las preguntas típicas de la juventud.

En tercer lugar, la cosa más grave que puede suceder a la humanidad (y, por tanto, a mí como hombre) es perder el gusto de vivir.

La ética del utilitarismo ha resquebrajado seriamente la capacidad del hombre de vivir con intensidad la realidad.

Mi yo ya no se mueve con maravilla en el «gran mar del ser», como Dante llama a la realidad, sino que utiliza los afectos, el amor, la amistad, el conocimiento, las relaciones humanas como algo que aporta unas ventajas que ya tenemos en mente. La realidad, las cosas y las personas ya no valen en cuanto tales, sino por la utilidad que tienen para mis proyectos.

La ética del utilitarismo es otro aspecto de la ideología imperante en la época contemporánea.

Así, las cosas y las personas no se conocen de verdad, se las utiliza. El resultado de lo cual es la tristeza que permanece en el fondo.

La ética de lo útil a nivel «económico» debería sustituirse con la ética de lo conveniente y correspondiente a nivel humano.

Deberíamos preguntarnos: ¿Qué es lo que realmente me corresponde, qué puede darme alegría, qué es bueno para mi destino? Nos sirve recordar un pasaje de I Promessi sposi [1], sacado del capítulo XXXVIII, en el cual Manzoni nos describe como emblemática de la situación existencial del hombre la imagen del paciente inmovilizado, que nunca está satisfecho de la propia cama y quiere cambiar siempre de situación, porque la propia es siempre insatisfactoria.

Cuando el enfermo ya ha encontrado finalmente otra cama descubre, sin embargo, que ésta es más incómoda y que, tal vez, estaba mejor antes. Por esto convendría, nos dice Manzoni, pensar más bien en hacer el bien más que en estar bien y, tal vez, estaríamos mejor. Esta es, para Manzoni, la verdadera conveniencia y correspondencia en el corazón del hombre: el amor.

En la bellísima película «Slumdog millionaire», un muchacho de la calle consigue responder a todas las preguntas del concurso porque cada una de ellas tiene que ver con un aspecto de la vida que él ha vivido con intensidad.

Enfrentarse con entusiasmo y con seriedad a la totalidad de la realidad que tenemos ante nosotros es la posición más humana e inteligente que permite, además, que nos entendamos mejor a nosotros mismos y a la realidad en la que nos adentra el desafío de la vida.

La responsabilidad se configura como una respuesta a una realidad encontrada, como un movimiento del proprio «yo» que se pone en acción, sale de sí mismo y va hacia el otro. En este movimiento de salida de sí mismo, el yo se conoce en acción y descubre la dinámica fundamental de la persona como relación estructural con otro. ¿Qué gano del estudio? Utilizando una célebre expresión de El Principito, el color de los campos de trigo. ¡Cómo en la amistad, gano y descubro un trozo de realidad, gano y descubro un trozo de mí mismo!

No hay respuesta a una pregunta que no se plantea. No basta, sin embargo, plantear las preguntas; es necesario plantearlas bien.

Y no tenemos que sentir miedo por no encontrar rápidamente la respuesta. He pedido a mis estudiantes que se enfrenten a todas las asignaturas que estudian preguntándose y entendiendo qué ganan de su estudio.

Les he pedido que verifiquen en la experiencia si la misma experiencia del estudio cambiaba con este deseo.

Les he pedido que verifiquen si las horas de lección son distintas cuando se enfrentan a ellas llenos del deseo de que suceda algo bello. ¡Para mí, profesor, es así!
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[1] I promessi sposi (en español, Los novios) es el título de la obra más importante del escritor italiano Alessandro Manzoni. El libro es el primer exponente de la novela italiana moderna y con La Divina Comedia de Dante Alighieri es considerada la obra de literatura italiana más importante y estudiada en las escuelas italianas.

(Traducción de Helena Faccia Serrano)