Sin embargo, es necesario hablar con ellos para su desarrollo y por los lutos a los que se tendrán que enfrentar.
«Los niños saben tanto como nosotros, los adultos, sobre la muerte: es decir, nada de nada», dice el psiquiatra Daniel Oppenheim.
Y los adultos no se atreven a hablarles de ella. Piensan que son demasiado jóvenes, que no lo entenderán. Tampoco quieren que los niños vean su ignorancia sobre el tema.
Y, además, los niños miran a la vida, es mejor no causarles inquietud. «Pero también proyectamos sobre ellos nuestros propios miedos y, con el pretexto de protegerles, les negamos el derecho a la palabra», constata Marie Blondeau, consultora y formadora al acompañamiento en el luto, y voluntaria en Jalmalv (Jusqu’à la mort, accompagner la vie – Hasta la muerte, acompañar la vida), una federación que milita desde hace años para que nos «atrevamos» a hablar de la muerte con los niños.
Frente a la muerte, los niños, en efecto, se sienten a menudo más cómodos que los adultos.
Muy temprano ellos se plantean preguntas, «juegan» con la muerte, son capaces de decir a su abuela: «Eres anciana, pronto morirás».
En 1915 Sigmund Freud constató que queríamos «eliminar la muerte» con nuestro silencio, porque nos creíamos inmortales. Y que sólo los niños se atrevían a pasar por encima de esta «limitación» de las palabras que los adultos se imponían a ellos mismos.
Desde hace años se están llevando a cabo algunos progresos. La literatura infantil sobre el tema es cada día más floreciente. Las revistas para niños de “Bayard jeunesse", Pomme d’Api Soleil (4-8 años) y Filotéo (813 años) abordan el tema una vez al año. Los padres escuchan más.
Los niños tienen el arte de plantear las cuestiones existenciales «¿Dónde vamos cuando morimos?», cuando regresamos agotados del trabajo o cuando estamos tendiendo la ropa…
Y a menudo nos cogen desprevenidos, e incapaces en ese momento de darles una respuesta.
Algunas escuelas han creado talleres de filosofía desde la escuela materna, donde la cuestión se aborda espontáneamente; otras siguen ocultándola, incluso en las situaciones más dramáticas. «Cuando un alumno muere, o pierde a uno de sus padres, algunos colegios ponen en marcha un apoyo psicológico; otros no hacen nada», constata Marie Blondeau.
Y los pequeños huérfanos (aproximadamente uno por clase en la primaria) viven aún demasiado a menudo su luto en soledad, se avergüenzan, como demuestran los desgarradores testimonios publicados en la revista Autrement : «Huérfanos invisibles».
¿Por qué es tan importante hablar de este tema?
«Incluso los niños más pequeños quieren que les hablemos de dos grandes vacíos: el antes y el después de la vida», recalca Sophie Furlaud, responsable editorial de Pomme d’Api Soleil. «Es importante que el niño sienta que tiene el derecho de hablar de esto», insiste Marie Blondeau.
En caso contrario, se quedará solo con sus preguntas o hablará de este tema con sus compañeros, fantaseará sobre lo que se le ha escondido, lo que le causará aún más angustia.
Hablar de la muerte es hablar de la vida. Es un acto educativo que «ayuda al crecimiento y la formación de un niño». Es importante hacerlo antes de que tenga que enfrentarse personalmente a un luto.
«Un niño que haya podido elaborar con anterioridad sus pensamientos sobre la muerte vivirá el luto por un familiar de una manera más serena», constata Marie Blondeau.
En caso de fallecimiento de un familiar cercano, hablar con él se convierte en un «deber», una «obligación», independientemente de su edad: incluso un bebé tiene derecho a la verdad. El deseo de proteger a los niños contra sufrimientos que nosotros pensamos que son excesivamente duros para ellos los conduce a una realidad prejuzgada.
Pueden vivir este silencio como una especie de abandono, frecuentemente acompañado por un sentimiento de culpabilidad.
Esto es válido también en el caso del fallecimiento de una mascota, a las que los niños a menudo están muy apegados, indica Marie Blondeau: ellos viven su pérdida como un verdadero luto. Esconder la muerte de un animal puede hacer que pierda la confianza en los adultos.
El niño, ¿es capaz de «entender» qué es la muerte?
En general, los psicólogos consideran que un niño no es capaz de imaginarse el carácter «irreversible» de la muerte, el «nunca jamás». Siente la ausencia como temporal y un niño puede imaginarse, por ejemplo, que un padre fallecido puede volver. Sólo cuando tiene entre 8 y 12 años toma conciencia de su aspecto irreversible y universal.
Pero otros, como el filósofo Éric Fiat (en el congreso Jalmalv de 2013) piensan que, desde el nacimiento «el niño “sabe” que él podría no haber sido y que él podría no estar». Y cuando un niño de 5 años pregunta «cuando estamos muertos ¿es para toda la vida ?», está presintiendo su carácter definitivo.
¿Cómo le hablamos? Hablar con un niño significa, ante todo, escucharle, estar atento a las preguntas que plantea. Y que el adulto se tranquilice: «Un niño sólo planteará las preguntas cuyas respuestas él se siente capaz de entender», avisa Marie Blondeau.
Cuando a un niño no le afecta directamente un luto, podemos plantearle sus propias preguntas, pidiéndole su consejo: «Y tú, ¿qué piensas?» «Los adultos no se dan cuenta hasta qué punto un niño muy pequeño ya sabe cosas sobre la muerte, y las representaciones que tiene de ella».
Si encuentra, por ejemplo, un erizo muerto en el borde de la carretera – a menudo es su primer contacto físico con la muerte -, debemos dejar que surjan sus preguntas, que suelen ser muy concretas (¿se siente mal? ¿tiene hambre? ¿tiene frío?). Podemos encontrar ayuda también en los numerosos libros breves para niños que abordan este tema. Y a veces debemos atrevernos a decir «no lo sé, tengo que reflexionar».
Cuando el niño tiene que enfrentarse al luto de un familiar cercano, es difícil dar consejos generales, y la escucha del niño debe hacerse a largo plazo.
Una encuesta realizada por psicólogos en oncología entre niños cuyos padres estaban enfermos de cáncer ha demostrado que ellos reclamaban explícitamente que se les dijera la «verdad con palabras amables».
Es necesario, de todas formas, intentar emplear las palabras «justas», sencillas y verdaderas: pronunciar la palabra «muerte» y no «irse», porque el niño puede pensar que el difunto puede volver.
Cada adulto hablará, también, en función de sus convicciones religiosas, respetando esta regla de oro: no mentirle nunca, y ser lo más auténtico posible, porque el niño se da cuenta enseguida si creemos en lo que le estamos diciendo.
« Poder transmitir la experiencia cristiana, la idea de una vida que no acaba, una vida de amor cerca de Dios, es muy tranquilizador para el niño», subraya Bénédicte Jeancourt, responsable editorial de Filotéo.
«Al mismo tiempo, a los más pequeños les inquieta la Resurrección», matiza Sophie Furlaud, pues decirle que todos nos vamos a encontrar hace que surjan más cuestiones, a las que no siempre los adultos son capaces de responder, pues ellos mismos no saben mucho, más allá de lo que dicen los Apóstoles.
«En Pomme d’Api Soleil, les hacemos reflexionar, mediante ejemplos concretos, sobre los “pasajes” donde la vida triunfa sobre la muerte. Les podemos hablar de la experiencia de Jesús, que sus amigos volvieron a ver vivo, y que prometió que viviríamos lo mismo que Él».
«Incluso cuando somos cristianos, concreta Bénédicte Jeancourt, es importante aclarar a los niños que la muerte es el final de algo. Ellos necesitan saber que el cuerpo se pudre en la tierra y ¡reclaman respuestas casi científicas!».
Es esencial también decirles que la muerte no es el olvido, que la persona amada sigue viviendo en nuestro recuerdo. Y es necesario hablar con regularidad al niño de las personas difuntas que hemos amado (incluido un abuelo que no haya conocido). Evocar estos recuerdos puede ser también bastante alegre.
Los especialistas piensan que es positivo proponer al niño ver el cuerpo del difunto, para que él pueda constatar la realidad física de la muerte, pero también decir adiós a la persona amada. Pero con la condición de que el niño esté de acuerdo y que se le prepare para ello. De todas formas, no ver al difunto no le impedirá estar y sentir el luto.
En cambio, es importante explicarle el rito del funeral, proponerle que participe, llevarle al cementerio. De este modo, él podrá entender lo que se diga del difunto, sentir los vínculos familiares y de amistad a su alrededor; también se le puede pedir que haga un dibujo, que escriba una carta o que confeccione un pequeño regalo.
Hay muchas maneras de decirle que la muerte no es el fin de la relación, y que él podrá mantener con otros el recuerdo de la persona amada.
Algunos padres no osan llorar delante de los niños porque quieren protegerlos. Los niños, por su parte, a veces no expresan sus emociones, porque también ellos quieren proteger a sus padres. De este modo, cada uno se queda en su propia burbuja.
Ahora bien, no hay luto sin dolor y es importante que el niño sepa que estamos tristes. Ciertamente, no se trata de ahogarle con nuestras emociones de adulto, tenemos que saber lo que él es capaz de compartir y, sobre todo, explicarle que él no es responsable. Pero es necesario compartir un poco de la propia tristeza con el niño, para que él se permita a sí mismo expresar la suya. Esto le ayudará a sentir su luto.
(Traducción de Helena Faccia Serrano)