¿Qué padres dejarían que entrase en casa un desconocido con sus hijos? A simple vista, la respuesta podría parecer evidente. Pero para Kristjana Underhill, madre de seis hijos de Connecticut (Estados Unidos), le sorprendió que en realidad son hoy muchos, incluso ella, los que de hecho lo han permitido sin saberlo. La cuestión es que la vía de entrada para estos desconocidos y otros peligros ya no es la puerta del hogar, sino el teléfono móvil.
Underhill es solo una de las seis familias que han sido recientemente entrevistadas por la colaboradora de National Catholic Register, Elizabeth Hansen, en torno a una situación tan relevante como polémica y con muchos puntos de vista como es el acceso de los hijos a los teléfonos móviles.
¿En qué momento se les debe dar uno de estos dispositivos? ¿Deben ser de última generación o mejor los conocidos como "teléfonos tontos"? ¿Debe haber reglas o prima la autorrealización de los propios hijos al respecto? ¿Pesan más los peligros del acceso libre al móvil y las redes o la marginación de los hijos en la escuela, parroquias y grupos de amigos?
Padres y colegios, un trabajo conjunto
A todas estas preguntas comienza respondiendo Kristjana Underhill. En su caso, quedó "impactada" cuando un conferenciante le expuso la pregunta del comienzo de este artículo. Tanto que motivó que los Underhill aplicasen una primera norma entre sus hijos: ninguno tendría teléfono hasta la educación secundaria, y desde entonces, tendrían la opción de tener un teléfono tonto (o dumb phone) o uno sin acceso a internet.
Hasta ahora, dos de sus tres hijos adolescentes han seguido ese camino y solo usan sus móviles para llamar y escribir sms.
La medida aplicada en casa es la base al complemento de la escuela a la que van sus hijos, católica y que prohíbe como principio básico el uso del teléfono en el horario escolar. Algo que a juicio de los Underhill "funciona" y evita las presiones a las que se someten entre sí alumnos de otras escuelas.
Cada vez más padres son conscientes de los daños que el uso desmedido de las tecnologías producen en sus hijos. Según los datos del Pew Research rescatados por la periodista, en Estados Unidos el 95% de los adolescentes tenían un teléfono propio en 2022, mismo porcentaje que los jóvenes españoles de 15 años, según el Instituto Nacional de Estadística. El 25% de los menores de 12 años dispone de uno, explica también el Barómetro de las Familias de Family Watch 2023.
En España, la media de acceso al teléfono móvil según el XII Barómetro de la Familia de Family Watch son los 12 años, muy cercana a los 11 años de media de acceso a la pornografía, según el psicólogo especializado Alejandro Villena Moya (foto de Unsplash / Charles Deluvio).
Según el mismo informe, el 14% de los españoles considera que las instituciones educativas son las principales responsables de reducir el impacto de las redes sociales en sus hijos. Muestra de la creciente toma de partido por parte de los padres en este aspecto es la reciente demanda de 1.000 familias de colegios de Fomento para que se reduzca la exposición a las pantallas.
Teléfonos tontos, móviles que duermen y controles parentales
Lo que también es evidente es que la tendencia actual parece llevar irremediablemente al uso de móviles y dispositivos para poder desarrollar actividades tan elementales como las extraescolares o deportivas.
Es el caso de la familia Demko, de Michigan. Como expone Laura, madre de seis hijos, tomó la decisión cuando se perdió una competición de su hijo por no poder contactar. Eso sí, tomando medidas: el teléfono se suele quedar en casa, no tiene aplicaciones, solo envía mensajes a sus padres, se lleva al colegio cuando tiene deporte y pasa la noche en la cocina. En España, el 62% de los menores no tiene impuesta ninguna limitación de las horas frente al teléfono por ninguno de sus padres.
Los Demko también han adoptado un teléfono restringido. "Es básicamente un iPhone que funciona como un teléfono tonto. Hasta ahora, va bien y ha sido una herramienta útil", explica.
La mayoría de familias entrevistadas coinciden en apelar a la responsabilidad y la comunicación con los menores sobre el uso de móviles y tecnologías, pero también en la necesidad de normas y límites (foto de Unsplash / Pan Xiaozhen).
Kathy Bielcki , de Michigan, ha establecido medidas similares para su hija de 16 años. Con 14 años le dieron un teléfono básico, que cambiaron posteriormente a uno inteligente por condicionantes laborales y educativas: sus aplicaciones se limitan a una para hacer ejercicio, Spotify para la música… y poco más. Amén de otras medidas como controles parentales y "cortafuegos" o que el teléfono se quede en la cocina de noche, como los Demko.
"Ella entiende que el teléfono es nuestro y reviso sus mensajes periódicamente", admite Bielecki.
Un dilema con variables: ¿Necesidad vital, moda o peligro?
La "otra cara de la moneda" la expone Nicki Storm, de Minnesota, quien considera que "los teléfonos pueden ser buenos" y que impedir el acceso por completo a sus hijos implica "dejarles fuera", así como -en su caso particular- desatender las necesidades de su hija diabética de quinto grado -10 años-, que "no podría usar su monitor de glucosa o su bomba de insulina sin su teléfono". En el caso de su hijo, lo necesita por política escolar, por lo que sus padres oscilan entre el dilema de proteger a sus hijos de los peligros y no dificultar una educación cada vez más digitalizada. Eso sí, Tik Tok o Snapchat están prohibidos.
La familia Kimball, de Michigan, con cuatro hijos, es partidaria de educarles en la responsabilidad. No restringen el uso de móviles o redes a sus hijos -la madre, Katie, dice que quiere "jóvenes independientes y autodisciplinados"- pero tienen una serie de normas de uso, además de potenciar el valorar "a las personas por encima de las pantallas".
Entre ellas, destacan: Si descargan cualquier aplicación de redes sociales sin permiso, perderá su teléfono durante bastante tiempo, los niños saben que sus padres pueden revisar el móvil en cualquier momento y, de nuevo, ningún teléfono se queda en las habitaciones durante la noche.
"Ciberética": la necesidad de normas y consecuencias
"Tiene que quedar muy claro para los niños que los padres los ayudarán a desarrollar ese autocontrol. Y a veces eso puede significar promulgar una consecuencia y eliminar la tentación", explica Katie Kimball.
En el caso de Jennifer Frey, es más favorable a que sus hijos usen redes sociales, pues la restricción "no funcionó" en sus hijos, que se perdían planes y se "aislaban". Pero también ha puesto medidas: solo los mayores (de casi 16 y 17) tienen redes y teléfonos inteligentes, se supervisa su uso y se limita por la noche, hablan con frecuencia sobre los peligros e incluso madre e hijos son "amigos" y se siguen en redes. Su política, explica, consiste en que sus hijos sean "cibernéticos" y "ciberseguros", pero también "ciberéticos".