La muerte es parte irremediable de la existencia humana. Pero en estos meses está más presente que nunca. Cuando muchos en Occidente han vivido como si no fueran a morir nunca, de repente una pandemia como la de coronavirus vuelve a poner de manifiesto la fragilidad de la existencia en esta tierra.
Pero tanto antes del coronavirus, que ya ha dejado más de un millón de muertos, como durante la pandemia y también cuando ésta pase muchos católicos seguirán acompañando a personas moribundas para que el miedo a la muerte en este momento trascendental pueda ser reemplazado por la alegría de caminar hacia la vida eterna.
Una experiencia que ha marcado su vida
Las hermanitas de los Pobres realizan esta importante misión, de no sólo cuidar sino de acompañar espiritual y físicamente hasta el mismo momento de la muerte. De ello fue testigo Michaela Gallagher, una adolescente voluntaria en una de las residencias de estas religiosas. Tenía 16 años cuando fue testigo por primera vez de la muerte de una persona. Fue en este centro y quedó impactada con el amor con el que estas monjas despidieron a este fallecido.
Gallagher estaba en esta residencia en ese momento y se aventuró a entrar en una habitación donde las religiosas acompañaban a una residente de 101 años que se esperaba que muriera en algún momento de ese día.
“Una de las hermanas me vio parada en la parte de atrás de la habitación y dijo: 'Acércate' y me indicó que me sentara al lado de esta residente”, relata esta joven a Catholic News Service.
De aquella experiencia, “recuerdo –explica ella- haberme preguntado por qué querrían que me sentara a su lado; nunca antes había visto morir a nadie". Pero entonces lo entendió: “Si tenía algún miedo o vacilación, quedó aplastado justo en el momento en el que me arrodillé al lado de esta viejecita y tomé su mano mientras se deslizaba hacia la eternidad”.
“Ella murió en paz. Una de las hermanas notó que me caían lágrimas por las mejillas. Ni siquiera me di cuenta hasta que me dio un par de pañuelos. No estaba triste, no estaba asustada. Las lágrimas fluían porque en ese momento estaba muy en paz”, explica Gallagher.
Por ello, nunca olvidará aquel día y siempre “estaré agradecida con esa pequeña anciana de 101 años por lo que, sin saberlo, hizo por mí en el momento de su muerte”. Aquella situación eliminó el miedo a la muerte para Gallagher y decidió responder al llamamiento cristiano de acompañar a los moribundos.
La habitación de un moribundo es un santuario
De este modo, durante los últimos tres años ha acompañado a más personas ancianas en el momento final de su vida, una ayuda para que puedan llegar al cielo.
La práctica de acompañar a los moribundos se puede ver en el ejemplo de María, que no se movió del pie de la cruz, afirma la hermana Maureen Weiss, quien fue administradora y madre superiora en las Hermanitas de los Pobres de esta residencia para ancianos pobres cuando Gallagher comenzó su voluntariado allí.
“Michaela entendió por qué la iglesia nos enseña que la habitación de una persona moribunda debe ser un santuario con alguien que ofrece consuelo y esperanza al dejar este mundo y entrar en la vida eterna”, señala esta religiosa.
Una de las cosas que más maravilló a esta joven voluntaria fue el ver a las Hermanitas de los Pobres turnarse para quedarse con un residente moribundo durante las 24 horas, a menudo riéndose con ellos, cantando, rezando con ellos, a veces llorando, lo que le enseñó que el final de la vida de alguien puede ser una celebración anticipada del viaje futuro.
El privilegio de acompañar hasta las puertas del cielo
“La muerte es una parte muy natural e inevitable de la vida”, añade esta joven católica, que considera que “si se te brinda la oportunidad de acompañar a otra persona durante su viaje al final de su vida, te darás cuenta del privilegio y la gracia que supone. Aprovecha este regalo que te han dado”
Por otro lado, Michaela Gallagher también señala que también es normal estar triste: “no es fácil ver a alguien sufrir y morir, especialmente cuando se trata de alguien a quien amas profundamente”.
Sin embargo, añade que “puedes consolarte y sacar fuerzas del hecho de que estás haciendo todo lo posible para aliviar su sufrimiento, y brindarles consuelo y paz durante este momento tan sagrado”.