Alfonso y Betti Riccucci son un matrimonio italiano que ha atravesado una profunda crisis de pareja.
"Alfonso y yo nos conocimos en 1983 y después de tres años de noviazgo decidimos casarnos. El único motivo es que estábamos enamorados", explica Betti. "La boda la celebramos en la iglesia, exclusivamente por el lugar y a ninguno de los dos se le ocurrió invitar a Jesús y a su Madre".
"Ni siquiera el curso prematrimonial desarraigó nuestra convicción de que la elección de un matrimonio por la iglesia no tenía nada que ver con la fe".
Tuvieron dos hijos, un niño y una niña. Y muchas ocupaciones que llenaban su tiempo: "el trabajo, el deporte, los encuentros con los amigos, el cuidado excesivo del cuerpo para combatir los signos del tiempo".
Notaban que les faltaba algo, un vacío. Entonces ella no lo sabía, pero hoy Betti entiende que "eran agujeros en el alma que pueden ser rellenados sólo con el amor de Dios pero que cada uno de nosotros intenta llenar con otras cosas".
"Yo me convencí de que la única solución a nuestro mal era tener más niños, pero con tan solo treinta años me encontré con un diagnóstico médico irreversible, no podía tener más hijos. Esto acentuó crisis posteriores".
En enero de 2009 Betti declaró a su marido una frase terrible: "ya no te quiero". Y él se fue de casa.
"En los meses de separación vivimos en ciudades diferentes y nos hicimos mucho daño en palabras y obras: ninguno podía perdonar al otro por todo el no-amor recibido en 23 años".
Alfonso recuerda la desilusión, el sufrimiento de esos días. "Yo tenía el deseo de que mi vida acabase cuanto antes. Había perdido todo lo que más quería y no tenía ninguna esperanza de encontrar la paz", explica el marido.
Fue en estas circunstancias cuando, gracias a "algunos amigos que habían decidido poner sus vidas en las manos de Jesús", Alfonso se acercó a Dios.
"Aprendí a perdonar y a rezar por mi familia perdida. Confié a la Virgen a Betti y a los niños y encontré la paz en la amistad con Jesús. Descubrí, aún en el sufrimiento, la fuerza y la belleza de la vida", recuerda este padre de familia.
En octubre de ese 2009 se encontraron en los tribunales para la sentencia definitiva.
"Mi marido, discutiendo con su abogado, dijo que no quería quedarse con nada, que me daría cada mes lo que yo pidiera, ofreciéndose a ayudarme en cualquier otra necesitad. Pensé que era una estrategia para reconquistarme. Salí del tribunal, él me saludó y se fue sin pedir nada a cambio", recuerda Betti.
"Entonces es amor" pensó ella, "porque el amor es así, gratis".
"Lo paré y le invité a tomar un café para conocer a ese hombre que me parecía ver por primera vez. Entendí que él estaba enamorado de Jesús y que Jesús le había dado la vida de nuevo".
"Yo estaba sin palabras", dice Betti. "Mientras tanto, yo también había comenzado un camino de fe. Después de haber hablado y habernos descubierto como personas nuevas decidimos recurrir a la atención de una sabia persona del movimiento al que hoy pertenecemos. Él nos ayudó a hacer luz sobre nosotros mismos y nos recordó que el matrimonio no es sólo una promesa que se hacen los novios delante de Dios, sino es Dios mismo que promete conceder la gracia de amar como Él.
"Volvimos a casa juntos y desde esa misma noche nuestro matrimonio volvió a vivir: hoy no dejamos de dar gracias a Jesús. Al que le debemos toda nuestra gratitud, nuestro amor, nuestra vida".
El 14 de septiembre del 2011 presentación de la Santa Cruz, celebraron los 25 años de matrimonio con una ceremonia litúrgica en la que los invitados de honor eran precisamente Jesús y María.