Estos días en los que se comenta el caso duro de los embarazos de "Beatriz", en El Salvador, muchos recuerdan la figura de la argentina Cecilia Perrín, que se casó hace 30 años, y apenas unos meses después se encontró embarazada y con un cáncer de lengua.
Los médicos fueron claros: “Hay que hacer un aborto terapéutico”. Ceci también lo tenía claro: ofrecería su vida por la de su hija María Agustina. Se puso en manos de Dios. Su hija nació en julio del 1984 en Buenos Aires, y ocho meses después Cecilia murió: nació en el Cielo. Hoy está en proceso de canonización.
Cecilia Perrín vino al mundo el 22 de febrero del año 1957 en Punta Alta, Buenos Aires. Su familia era profundamente católica y en ellos caló enseguida el espíritu del Movimiento de los Focolares, fundado por la italiana Chiara Lubich.
Sus padres, Angelita y Manolo, que pertenecían a esta asociación, le hicieron partícipe de una intensa formación cristiana que habría de apoyarle en los momentos más difíciles de su enfermedad. Eran cinco hermanos y su vida estaba muy unida a la parroquia de María Auxiliadora, en donde se bautizó, recibió la Primera Comunión y se confirmó.
Antes de casarse, Cecilia trabajaba en el Instituto Estrada, en donde también impartía catequesis. Los recuerdos que tienen sus antiguos compañeros y amigos es que Cecilia era una chica normal, alegre, que vestía a la moda y que también transmitía un profundo amor a Jesucristo, a quien predicaba con la palabra y con el ejemplo.
Tras dos años de noviazgo, se casó con Luis Buide el 20 de mayo de 1983, ahora hace 30 años. Cuentan que fue tanta gente a su boda que hubo que cortar el tráfico porque sus amigos ocupaban totalmente la acera y la calzada.
En febrero del 1984, cuando ya llevaba cuatro meses de embarazo, descubrió una pequeña llaga en la boca.
Los médicos estudiaron su caso y apenas se atrevían a confesar la enfermedad a la que se enfrentaba: tenía cáncer. Éste era irreversible y el tratamiento chocaba frontalmente con su ilusión de ser madre. Los médicos le ofrecieron hacer un “aborto terapéutico”, pero ella pronunció su “Fiat” a Dios con serenidad y apoyada por su familia y, sobre todo, por su marido.
La misma Cecilia lo afirma: “Hoy le pude decir a Jesús que ‘sí’. Que creo en su amor más allá de todo, y que todo es Amor de Él. Que me entrego a Él”.
Dada su decisión de proseguir con el embarazo, los médicos apenas tenían unas pocas posibilidades y oportunidades de maniobra.
En primer lugar le propusieron practicar una operación bastante delicada en la mandíbula. Tenía inconvenientes, como el tener que alimentarse durante tres meses por sonda, lo que suponía un posible grave problema para el bebé.
Como la cosa no estaba nada clara, Cecilia no quiso arriesgar a su hija. Con todo, los médicos intentaron un “arreglo” que, lamentablemente, no paró el desarrollo del tumor.
Finalmente, Agustina nació en julio de 1984 y, poco después, Cecilia se sometió a una nueva intervención. Sin embargo, no pudieron hacer mucho, pues el cáncer estaba más avanzado de lo que pensaban. Con todo, Cecilia sólo tenía en su corazón a su marido y a su hija, además de a Dios, quién le hacía descubrir paz y felicidad en donde los demás sólo veían un fracaso.
En una carta de Cecilia al Arzobispo de Bahía Blanca, monseñor Mayer confiesa: “Hace días sentía de darle todo a Jesús pero con la voluntad y el pensamiento, no con el sentimiento, no podía de esta forma decirle SI, porque me invadía un gran temor que me lo impedía. El otro día en el quirófano estando sola antes de que me durmieran pude decirle sintiéndolo: Sí, Jesús, te doy todo. Cuando desperté sentía una gran tranquilidad pese a que lo que me dijeron era bastante desalentador”.
Estos últimos meses de su vida no fueron una triste y lastimosa cuesta abajo que habría de concluir en la muerte. No, al contrario, fue una subida al Calvario lleno de sentido y de amor a quienes le rodeaban y por quienes ofreció cuanto tenía: “Señor quiero ser como Vos quieras que sea; tener la personalidad que desees, ser ante el que está a mi lado como Vos quieras que sea. Tener la belleza que Vos quieras que tenga”.
Así, el uno de marzo del 1985, antes de acabar el día, María Cecilia Perrín pasó a la casa del Padre. Apenas contaba con veintiocho años. Sus restos mortales descansan en la Mariápolis Lía, en O’Higgins, Buenos Aires. La Mariápolis Lía es un centro de espiritualidad, formación y de encuentro con Dios promovido por el Movimiento de los Focolares.
Fue enterrada allí mismo por expreso deseo suyo, pues manifestó que el lugar a donde fueran a visitarla habría de ser un lugar alegre y de vida, y no triste y desolado.
María Cecilia Perrín de Buide escribió una historia mientras estaba pasando esos momentos tan difíciles. Esta historia representa cómo el dolor es una dura experiencia, pero a la vez alegre pues es el camino que da vida a su hija Agustina; a la vez es la que le abre la puerta del cielo y le ofrece el encuentro con Dios, en el que se apoyó y del que obtuvo fuerzas para llevar una vida en donde la hermosura del alma es más grande que la hermosura de exterior.
Y así fue, pues su fama de santidad, la heroicidad de su entrega y las muchas gracias que fueron escuchadas y concedidas han hecho que comenzase su causa de beatificación diez años después, declarando a Cecilia como Sierva de Dios. Su causa continúa por buen camino.
Para conocer más sobre la vida de Cecilia puede ver el video con el testimonio de su hermana:
Y otro sobre su propio padre, Manolo Perrín, de quien acabamos de decir más arriba que también se caracterizó por llevar una profunda vida de fe.
Cecilia no es la única mujer que conocemos que ha sido capaz de anteponer la vida de su hijo por nacer antes que la suya. Son innumerables y la mayoría pasan desapercibidos. Con todo algunos llegan a los medios de comunicación.
Quizá una de las madres más conocidas sea Gianna Beretta, quien fue canonizada por el propio Juan Pablo II. Gianna en 1962 optó por no abortar y no tratarse químicamente con el fin de evitar la muerte de su cuarta hija. El cáncer la consumió cuando ella tenía 39 años. Gianna era pediatra y cirujano. Bien sabía ella a qué se exponía.
En España es especialmente conocido el caso de la cordobesa Bárbara Castro García, periodista responsable de la comunicación de la diócesis de Córdoba. Su caso es muy parecido al de Cecilia, comenzando también con una llaga en la boca. Cualquier intervención para atacar al cáncer hubiera supuesto la muerte de su bebé. La realidad fue que su hija nació perfectamente el día de Todos los Santos de 2010.
La criatura regaló unos momentos inolvidables de ilusión y paz, pero a la semana el cáncer volvió a llamar a la puerta. Los dolores se hicieron más fuertes y Barbara fallecería un año después.
La estadounidense Stacie Crimm era soltera. Con 41 años, después de intentarlo numerosas veces, consiguió quedarse embarazada. Sin embargo, al poco tiempo le descubrieron un tumor en el cerebro y el cuello que se extendía rápidamente por toda la cabeza. La opción era, una vez más, o el bebé o ella. Y una vez más la madre optaba por ofrecer su vida por la de su hija. Cuando el bebé tenía tan solo un kilogramo de peso tuvieron que hacerle una cesárea pues Stacie estaba a punto de morir.
Dejó de respirar aunque los médicos consiguieron reanimarla. En un momento de consciencia le preguntaron si quería ver a Dottie, su hija, ella abrió los ojos y alzó sus manos, como si preguntara “¿Dónde está?”. La trajeron de la incubadora, la colocaron sobre su pecho. Madre e hija se miraron a los ojos durante varios minutos. Ella sonrió a su bebé porque al fin estaba en sus brazos. Nadie dijo una sola palabra. El amor de las lágrimas lo decían todo.
Quien reciba gracias por su intercesión puede escribir a: siervacecilia@iesvs.org o Tucumán 64, (8000) Bahía Blanca, Argentina, tel. (0291) 4556624 (Alejandra Belfiore).
Como en toda causa de canonización existe una oración para solicitar la ayuda de la Sierva de Dios. Ésta es la Oración para devoción privada:
(Padrenuestro, Avemaría, Gloria)