En Bélgica, uno de los países pioneros en la legalización de la eutanasia y su gran banco de pruebas, un equipo de personas del ámbito de la salud y la bioética cuestionan desde su conocimiento de la realidad cotidiana práctica el mito de que la decisión de morir sea totalmente individual. Lo cuenta Ferdinando Cancelli en Il Foglio:
No hay modo mejor de comprender lo que podría suceder en nuestro país si se aprobara la ley que despenaliza la eutanasia y el suicido asistido, que hacer referencia a la experiencia directa de personas que trabajan en el sector sanitario de un país en el que las cosas son muy distintas desde hace mucho tiempo. Bélgica es un óptimo modelo. Algunos médicos y enfermeros belgas han publicado recientemente un libro, Euthanasie, l’envers du décor (que se podría traducir como Eutanasia, la otra cara de la medalla), en el que recogen sus testimonios, respaldados por referencias bibliográficas y documentales. (Pincha aquí para ver una entrevista con dos de los autores.)
El texto, disponibile por ahora sólo en francés, merece ser leído con atención y ofrece algunos hechos dolorosamente interesantes.
En primer lugar, se descubre que antes de la aprobación de la ley belga del año 2002 había muchas dudas, expresadas por instituciones importantes y relacionadas con los riesgos de deriva. "Pensamos que cualesquiera que puedan ser las precauciones que la ley quiera adoptar, existe un peligro real de que la petición de eutanasia no refleje la verdadera voluntad del individuo, o esté fácilmente condicionada por circunstancias o presiones externas", escribía ya en 1983 la Comisión de reforma del derecho en Canadá. Y sigue: "Existe un peligro real de que el procedimiento puesto en marcha para permitir matar a quien siente que es un peso para sí mismo sea desviado gradualmente de su objetivo principal, y acabe siendo utilizado para eliminar a quienes son un peso para otros y para la sociedad". En la práctica, ya entonces se vislumbraba lo que es, actualmente, una realidad en un país como Bélgica.
Dos de los autores del libro. A la izquierda, Timothy Devos, hematólogo e internista en el hospital universitario de Lovaina, coordinador de la obra. A la derecha, Eric Vermeer, enfermero especializado en cuidados paliativos.
Eric Vermeer, enfermero especializado en cuidados paliativos y psiquiatría lo dice con claridad en el libro. A finales de 2001, la Comisión que trabajó en el que era entonces el proyecto de ley sobre la eutanasia había afirmado, sin ningún tipo de ambigüedad, que el sufrimiento psíquico del paciente, sólo, nunca debería llevar a la muerte por petición. A fecha de hoy, el séptimo informe de registro de las eutanasias en Bélgica indica 113 casos de muertes por eutanasia por motivos psiquiátricos como depresión, demencia -incluso en una fase muy inicial-, trastornos bipolares, esquizofrenia y otras enfermedades mentales. Esta deriva se aplica también a los casos pediátricos. Vermeer hace referencia a la petición que hicieron los mejores pediatras del mundo reunidos en el congreso internacional de cuidados paliativos pediátricos de Bombay, en la India, en 2014. Dirigiéndose directamente al gobierno belga, pedían la puesta en marcha de los cuidados paliativos, afirmando que "la eutanasia no forma parte de la terapia paliativa pediátrica y no constituye una alternativa".
Otro aspecto fundamental que se deduce del libro es el de las motivaciones económicas que respaldan el interés político por la "muerte dulce", un argumento del que no se habla, a propósito, en los debates a favor de acortar la vida. Un estudio detallado de 2017 llevado a cabo por la universidad de Calgary, en Canadá, demostró que si el estado norteamericano alcanzaba el porcentaje de muertes por eutanasia de Bélgica en relación a la población, podría ahorrarse cada año 130 millones de dólares, el dinero que serviría para curar a quien, en cambio, "debería hacerse a un lado".
An Haekens, psiquiatra, también participa en este volumen sobre la eutanasia en Bélgica.
An Haekens, psiquiatra belga, directora de la clínica Alexianen, en Tienen, refiere las palabras de un compañero de profesión, el doctor Boudewijn Chabot, un militante pro-eutanasia de los inicios. "Se observa -tiene que reconocer también Chabot- un cambio cultural inquietante a propósito de la muerte elegida de acuerdo con el médico" y surge, continúa, "un vínculo creciente entre las peticiones de eutanasia y la crisis financiera de la sanidad que amenaza la calidad de los cuidados de las personas, sobre todo de las que sufren enfermedades psíquicas, en especial si son de larga duración".
Cada vez más, el "derecho a morir" se transforma en una "obligación de morir"; los médicos objetores de conciencia (aspecto previsto por la ley belga) se sienten cada vez más discriminados y sufren presiones para que se adapten al pensamiento dominante; cada vez más la lógica de la "calidad de vida", creciente también en nuestro trabajo diario en Italia, ejerce un sutil pero pérfido y continuo "impulso amable" para que convenzamos a nuestros pacientes de que su vida vale poco, seguramente menos de la de las personas que están sanas o son "curables". Este condicionamiento forma ya parte de la mentalidad de los médicos y el personal sanitario hasta tal punto que muchos corren el riesgo, también en nuestro país, de no ser conscientes de los riesgos que algunos cuestionarios aparentemente "inocentes" pueden esconder para los pacientes. A menudo presentados como instrumentos de valoración para mejorar la calidad de los cuidados, los cada vez más frecuentes listados de preguntas y su correspondiente puntuación acaban siendo clasificaciones artificiales de "dignidad", a menudo sin el conocimiento de quien los distribuye rutinariamente, o porque el "sistema de calidad así lo solicita".
Patrick Verspieren, jesuita.
El experto en bioética Patrick Verspieren, profesor de Filosofía moral en el centro Sèvres, a menudo recordaba el hecho de que no existe un "yo" que no dependa de los otros. "Recurrir a la noción de libertad individual, escribía, es por lo tanto, en este campo de elección entre la vida y la muerte, en parte ilusorio. Ese enfermo desea verdaderamente morir; sin embargo, ese deseo no es el resultado únicamente de su libertad, sino que con frecuencia puede ser la traducción de la actitud de su ambiente, si no de toda la sociedad, que ya no cree en el valor de su vida y se lo hace comprender con todo tipo de mensajes. Es una paradoja suprema: se rechaza a alguien de la comunidad de los vivos y él mismo piensa que desea personalmente la muerte. (…) Lo que soy y lo que quiero depende de la mirada y de la actitud de los otros".
A partir de esta tesis, las palabras de uno de los padres fundadores de la sociología moderna, Emile Durkheim, a propósito del suicidio, escritas hace más de un siglo, nos provocan: "El índice de suicidios no se explica sociológicamente. Es la construcción moral de la sociedad la que fija en cada momento el contingente de muertes voluntarias. Existe una corriente 'suicidógena' que actúa en cada sociedad, que influye en el deseo o no de vivir".
Hay que tener los ojos bien abiertos, nos dicen desde Bélgica estos compañeros. Hay que atesorar el camino recorrido por algunos "pioneros" y no caer en el error de pensar que somos mejores que ellos. Al cabo de algunos años de camino, éste es cada vez más oscuro y resbaladizo de lo que algunos podían pensar. Es el momento, como pidió en una ocasión el cardenal Angelo Bagnasco a los jóvenes genoveses, de caminar contracorriente.
Traducción de Elena Faccia Serrano.