Los adversarios ideológicos de la familia suelen apuntar un sinfín de variedades de organización conyugal y paterno-filial procedentes de los estudios etnográficos como argumento contra el matrimonio entre hombre y mujer, monógamo, indisoluble y abierto a la procreación. Pero, ¿qué significa en el fondo esa diversidad? Adriano Virgili (Roma, 1974), antropólogo y filósofo, autor de obras de apologética católica tras unos años vividos como ateo militante, miembro del GRIS [Grupo de Investigación e Información Socio-Religiosa, por sus siglas en italiano], casado y con un hijo, aborda en La Croce Quotidiano una respuesta muy distinta a la sugerida por quienes utilizan ese argumento:
Adriano Virgili, durante la presentación en 2016 de su libro Incontro a Gesù.
La insustituible fisionomía del matrimonio
Una de las consecuencias más relevantes del Congreso Internacional de las Familias que ha tenido lugar hace escasas semanas en Verona, ha sido la de haber puesto de nuevo en el centro de la atención pública del país el tema de la familia.
Sin embargo, esto ha sucedido en un contexto cultural que ya está contaminado por un abrumador relativismo según el cual, a la luz de los conocimientos actuales, ya no es posible hablar de familia nuclear, es decir, de aquella que está formada por un hombre, una mujer y los hijos que con ellos conviven como, "familia natural". La familia natural ya no existe, se repite cada vez con mayor insistencia, y con el fin de demostrarlo se utilizan los resultados de las investigaciones etnográficas y los análisis antropológico-culturales.
Personalmente, me encuentro en la extraordinaria posición de ser, por formación, tanto un antropólogo cultural como un filósofo de declarada "fe" tomista. La polémica actualmente en marcha me insta, por lo tanto, a proponer una breve reflexión sobre este tema, a caballo entre la antropología cultural y la filosofía. Comprendo que el asunto, para ser analizado en todo su alcance, merecería la redacción de un ensayo, por lo que aquí me limitaré a una muy breve reflexión preliminar sobre el mismo, reservándome la posibilidad de profundizar los distintos aspectos en futuras colaboraciones.
Parentesco biológico y "simbólico"
Hablar de familia significa hablar de parentesco. Ahora bien, se dice que la investigación antropológico-cultural demuestra que, en las distintas culturas, las relaciones de parentesco (también las que se dan entre padres e hijos) pueden construirse también después del nacimiento, mediante procedimientos concretos de apropiación simbólica. Se afirma que, a pesar de que el nacimiento del individuo ocurre necesariamente a través de la unión de un hombre y una mujer, una familia es un conjunto de personas que participan, de manera íntima, los unos de los otros en una construcción social culturalmente significativa que incluye factores biológicos, pero que no se reduce sólo a estos, hasta llegar a situaciones en las que las relaciones de carácter extra-biológico son preponderantes. El parentesco sería pues, fundamentalmente, un sistema simbólico capaz de dar sentido al dato biológico de la filiación, pero que en muchos casos se superpondría a él, perteneciendo (por citar una dicotomía que le gustaba mucho a Lévi-Strauss) más al ámbito cultural que al natural.
La "deconstrucción" relativista de la familia desde el punto de vista etnográfico comenzó en los años 40 con la obra del antropólogo franco-belga Claude Lévi-Strauss (1908-2009).
Cada cultura resuelve a su manera el problema relacionado con la asignación de un individuo a un determinado grupo parental, prescindiendo a veces, de manera más o menos marcada, de los factores meramente biológicos. Así, la institución matrimonial, que regula fundamentalmente el acceso sexual de los hombres a las mujeres, y viceversa, se configura de manera muy variable en las distintas culturas. Para apoyar esta tesis, se ponen muchos ejemplos sacados de la bibliografía etnográfica, de la que nos ofrece una amplia muestra el libro What kinship is and is not, de Marshall Sahlins.
Casuística etnográfica
Es de destacar que en las culturas matrilineales (aquellas en las que los individuos pertenecen a la familia de la madre, y no a la del padre) como, por ejemplo, en las africanas de los Ashanti y los Ndembu, el vínculo familiar fundamental es el que hay entre hermano y hermana. El hermano ejerce la autoridad sobre los hijos de la hermana, que serán sus herederos. La hermana, como pariente femenina más cercana, goza de ciertos derechos y representa la fuente de continuidad del linaje. Si en las sociedades patrilineales (aquellas en las que los individuos pertenecen el linaje paterno), el interés de los hombres se basa en tener hijos, en las matrilineales se centra en hacer que los tengan las propias hermanas. Entre hermano y hermana hay una gran intimidad: el hombre tenderá a confiarse con su hermana más que con su esposa; será a su hermana a la que le pedirá consejo cuando lo necesite, o cuando se trate de gestionar su economía y posesiones. En estas culturas, la relación entre un padre y sus hijos tiende a ser mucho más informal y el primero no es considerado por los segundos una figura dotada de autoridad, sino más bien un amigo y, a menudo, un cómplice.
En todas las culturas el matrimonio es una institución social orientada a la reproducción y la asignación de los hijos a un grupo y no a otro. La unión matrimonial presenta una gran flexibilidad y, a veces, se configura de modos que a nosotros, occidentales, nos pueden parecer extraños: entre los Igbo de Nigeria, en caso de esterilidad del marido, una mujer está autorizada a tener relaciones sexuales con otro hombre, y los hijos procreados serán legalmente los hijos del primero (el pater) y no del segundo (el genitor).
Boda Igbo. Foto: New World Encyclopedia.
Entre los Nuer del Sudán está documentado el matrimonio con un fantasma, por lo que, siempre que un hombre muera sin hijos o antes de casarse, un hermano o un primo puede casarse con una mujer en nombre del difunto para que los hijos sean legalmente sus hijos [del difunto]. Entre los Nuer existe el matrimonio entre mujeres (que no tiene ninguna connotación lésbica): una mujer estéril puede contraer matrimonio con otra mujer, elegir para ella un amante y los hijos nacidos de esta unión serán hijos socialmente reconocidos como de la mujer-marido, miembros de su grupo. La mujer-marido incluso está autorizada socialmente a pedir una indemnización a sus esposas si estas mantiene relaciones sexuales con otros hombres distintos a los que ella les asigne.
Tenemos también a los hermanos de la madre llamados "madres varones" y a las mujeres ricas Lovedu, que ceden su ganado para comprar "mujeres" y convertirse así en "padres" de sus hijos.
Los Karembola de Madagascar consideran que hermanos y hermanas son lo mismo, por lo que un hombre puede reivindicar la maternidad de un niño.
En algunas poblaciones del Amazonas, un nacimiento puede no implicar ningún tipo de parentesco si lo que la mujer lleva en su vientre es el hijo de un animal (del espíritu de un animal).
Entre los Inuit de Groenlandia, cuando un niño es llamado con el nombre de su abuelo materno, empieza a llamar hija a la madre que le ha dado a luz, marido de mi hija a su padre y esposa a su abuela.
Boda Inuit.
También están las familias polígamas: las poligínicas (en las que un hombre tiene varias esposas), las poliándricas (en las que una mujer tiene varios maridos) y las poliginándricas (en las que un grupo de hombres, normalmente hermanos, se unen en matrimonio con un grupo de mujeres, normalmente hermanas). En el caso de las familias poliándricas y poliginándricas, los hijos son considerados como de todos los maridos, incluso cuando se conoce la identidad de su padre biológico.
Ante una variedad tan grande de modelos familiares y matrimoniales (aquí he citado pocos ejemplos), ¿acaso no es absurdo hablar de la familia nuclear, ese tipo de familia históricamente difundido en nuestra cultura, como de "familia natural"? ¿Acaso no es etnocéntrico, se preguntan algunos, considerar nuestro modelo matrimonial como el único legítimo?
El relativismo cultural, contradictorio en sí mismo
En punto entra el filósofo, que observa cómo este modo de plantear la cuestión presupone que la única ley es la positiva, es decir, que las leyes que los hombres se imponen son el término último con el cual valorar la licitud de sus acciones. Según esta perspectiva, los usos y costumbres de cada pueblo son moralmente equivalentes incluso cuando están en contradicción los unos con los otros.
Obviamente, esta concepción, como se deduce claramente de lo que acabo de escribir, es contradictoria en sí misma. Sería bastante simple articular una argumentación apropiada para demostrar lo que he dicho antes, pero en este contexto no hay ni siquiera la necesidad de molestarse en hacerlo. Sí, porque los mismos autores que defienden la idea de que no existe la "familia natural", un tipo de familia que a nivel meta-cultural haya que considerar como la única verdaderamente tal, son los primeros que, después, se indignan porque en determinadas culturas y sociedades los derechos de los gays o de las mujeres no se respetan de la manera adecuada.
Esto significa que también ellos consideran, implícitamente, que además de una ley positiva, debería haber una ley natural, es decir, esa norma moral que basa los criterios de la acción humana directamente en la naturaleza específica del hombre. De hecho, si así no fuera, no tendría sentido indignarse por las costumbres que se considera inmorales en una cultura o sociedad concretas, ya que no habría ningún metro meta-cultural o meta-social en base al cual poder determinar la moralidad o la inmoralidad de algo prescindiendo de cómo sea considerado por cada grupo humano.
¿Qué significa "natural"?
Ahora bien, cuando utilizo el término "natural", no me estoy refiriendo a algo impuesto por la naturaleza, ya que la ley moral supone siempre la mediación de la razón, sino que quiero indicar algo que es conforme a las exigencias de la naturaleza humana tal como las investiga y conoce la razón. Así se aclara también el sentido en el que se puede hablar de "familia natural", concepto sobre el que quienes niegan su existencia parecen tener siempre las ideas suficientemente claras. Con la expresión "familia natural" no se hace referencia a un único tipo de familia que impondría la naturaleza humana (motivo por el que las distintas culturas han elaborado modelos familiares tan diferentes unos de otros), sino a aquel que es más acorde al hombre en cuanto tal.
Nos queda sólo justificar el motivo por el que la familia nuclear, es decir, la "sociedad conyugal" fundada sobre el matrimonio, tiene que ser considerada como la "familia natural".
Como he demostrado antes, no es posible concretar una forma de matrimonio que sea compartida en todos los aspectos por los pueblos de todas las culturas: la divergencia de las instituciones matrimoniales causa desconcierto y, a primera vista, también desánimo para quien desea intentar un resumen. Parece que el elemento más constante se puede especificar, a nivel biológico, en la relación sexual; el resto parece más bien fluido, incierto, contradictorio. Sin embargo, considerándolo en conjunto, es posible formular una primera definición de matrimonio que incluya todas las variantes de un hecho que sigue siendo inequívoca y claramente natural y, por lo tanto, sujeto a la evolución de la conciencia humana: una institución que en cualquier lugar y siempre tiende a regular las manifestaciones del instinto sexual según las normas específicas de una comunidad humana determinada.
Esto quiere decir que el matrimonio, a nivel universal, no es nunca concebido como un hecho privado, una convivencia libre de cualquier vínculo legal que se remite únicamente a la conciencia y a la decisión personal e irrefutable de los individuos como únicos gestores de sus sentimientos y elecciones. Dentro de los límites fijados por la ley positiva de los distintos pueblos, el matrimonio, como institución, ha conocido todas las formas y todas las aberraciones: de la poligamia a la poliandria, del concubinato al divorcio. Sin embargo, se confirma que esta institución, como unión del hombre y de la mujer en vista y en función de la familia, ha asumido un carácter cada vez más delineado desde el punto de vista jurídico, que no es dejado nunca al arbitrio personal: un amor libre, que se sustrae a cualquier ley, no ha existido nunca.
La noción de matrimonio incluye el dato biológico (la atracción de los sexos), y el racional, es decir, su disciplina obtenida en virtud de normas jurídicas concretas. Ahora bien, si quisiéramos limitarnos sólo al primer dato, el biológico, la noción de matrimonio reflejaría sólo la vida instintiva común también a las bestias; en cambio, si nos limitamos al segundo, la institución matrimonial no surgiría de manera suficientemente clara e inequívoca, porque no hay ley que no dependa del arbitrio humano, falible de por sí. El análisis antropológico de las distintas culturas se limita a describir su vida, no sugiere una norma; documenta el ser, no señala el deber ser; alude a los hechos, no descubre el derecho. Buscar la norma quiere decir captar la esencia o el deber ser del matrimonio, el cual, al ser un hecho eminentemente humano, puede ser juzgado sólo remontándonos a las inclinaciones de la naturaleza humana en su conjunto.
Amistad, unidad y alteridad
La familia nuclear es la célula fundamental de la sociedad correctamente ordenada (sociedad que ve idealmente en la amistad entre los hombres que la forman el pegamento que la mantiene unida), porque la amistad satisface todas las posibilidades reales de desarrollo de la persona humana sólo en el matrimonio monógamo, y esto es así por las razones de fondo resumidas en esa complementariedad de los sexos, que implica su unidad fundamental en la más heterogénea riqueza de estructura exclusivamente propia del primer núcleo social humano, capaz de generar nueva vida. No hay forma de amistad más alta que la que es posible entre dos sexos que se aman y se entregan en vista de la prole. Su mutua atracción de amor está determinada por la máxima unidad en la máxima alteridad que la naturaleza humana puede ofrecer.
El matrimonio monógamo realiza la más profunda comunión de amor entre los sexos a través de su integración mutua, tan perfecta que resulta naturalmente fecunda, garantizando por tanto la supervivencia de la familia humana, fin último de la naturaleza. A través del matrimonio se realiza la perfección de los cónyuges y la procreación de la prole. Claramente, la segunda, aunque posterior en el tiempo, al interesar a la especie, prevalece sobre el primero que atañe a dos individuos. Por consiguiente, el primero, inmediato, está subordinado a la segunda.
Esta es la razón por la que la familia nuclear, la que está fundada en los cónyuges y su prole, es, de hecho, la "familia natural". Esta es, efectivamente, la forma de unidad familiar que mejor responde a las exigencias de la naturaleza humana tal como pueden ser investigadas y conocidas por la razón y que, en esencia, es la única forma de familia en sentido propio.
Traducción de Elena Faccia Serrano.