Vivien Hoch, profesor y filósofo, redactor jefe de Itinerarium, ha recogido, a modo de Tablas de la Ley, diez mandamientos (algunos bíblicos, pero no todos) que sugiere tengan presentes los matrimonios cristianos para no perder nunca de vista los fines y los frutos del sacramento que recibieron. A cada uno de ellos añade un comentario, que sintetizamos aquí.
El principio básico es el siguiente: "Para mayor gloria de Dios, Cristo, Verbo del Padre, escogió desde siempre por el Espíritu Santo a los hombres para conducirlos por el mundo y, mediante su gracia, para que fundasen una familia unida por el Amor en la perfección sobrenatural, a imagen de la Santísima Trinidad, y en la perfección natural, a imagen de la Sagrada Familia".
¿Cuál es el camino para alcanzar ese fin?
Ésta es la razón última por la que está el hombre sobre la faz de la tierra. Por tanto, Dios, su Amor y la Redención que nos concedió graciosamente mediante la muerte de su Hijo único debe ser el objeto, principio y fin de todas nuestras actividades, puesto que de ello dependen nuestra felicidad o nuestra desdicha, nuestra vida o nuestra muerte.
Poner el Amor por encima de todo consiste en adaptar el primer mandamiento a nuestra vida de pareja. La vida de pareja es una larga y difícil muerte de uno mismo, dándose todo al otro. Cuanto más se sacrifica uno por el otro, más muere a sí mismo y más vive Dios en él. En la vida de pareja hay que poner el Amor por encima de todas las cosas, y sobre todo por encima de uno mismo.
Mediante su Hijo Unigénito, Dios nos ha salvado de nosotros mismos para abrirnos al Amor, que es Él mismo. Justo porque ha elegido para nosotros el destino del Amor, este destino es eterno, y por tanto indestructible. Si el Amor parece faltar, o perderse, o cambiar, somos nosotros quienes lo percibimos así, pero no es Él en realidad. Él es incorruptible, mientras que nosotros somos corruptibles y cambiantes. Cualquier cosa que emprendamos, hay que hacerlo con la convicción inquebrantable de que el Amor existirá siempre en la pareja. Por tanto no se debe formular ni como hipótesis que todo pueda terminar algún día.Todo pensamiento de ese tipo viene del demonio, quien intenta siempre dividir y confundir los corazones.
Como el Amor es el principio de la cohesión de la pareja, dos partes que fuera del Amor son distintas, en Él forman un único principio, un único ser, con todo lo que eso implica: esencialmente, una única voluntad, y por consiguiente la supresión de toda voluntad propia. Lo que uno quiere por su propia cuenta, sin el aval del otro o sin dárselo a conocer, no vale nada.
Hay que vivir uno del otro, y el otro del uno, siendo cada uno la imagen más brillante posible de lo que hay de más brillante en el otro: una procesión única, ininterrumpida y eterna de Amor. Uno solo ser en tres personas: el marido, la mujer y su vida divina.
No consiste en idolatrar al otro, sino en respetarlo en cuanto hemos elegido llegar a Cristo a través suyo. Considerar al otro como un dios es considerarse a sí mismo como inferior, más débil, esclavo. En cada incomprensión, considerarse causa de la incomprensión, considerar que los errores vienen de uno mismo y ver al otro como puro e inmaculado. En ese sentido, cada aparición del otro será un momento sagrado, y por eso e la familia la relación entre ambos seres será también sagrada.
Vivir en una única voluntad significa ya no vivir nunca solo. Es imposible ocultarse algo a sí mismo. Tampoco en la pareja. Desde el momento en el que pensamos no abrir nuestro corazón al otro sobre algo, viene el demonio y es un anuncio de grandes males. Los sentimientos y las pasiones sugieren constantemente miles de cosas que uno teme confiar a la otra parte. Pero no hay que confundir el Amor con la vida sentimental y pasional, y el mejor modo de no perderse en estas últimas es sacrificarlas por completo, con sufrimiento pero sin vergüenza, ofreciéndolas por Amor al otro. A Dios no se le puede ocultar nada, y si hacemos del otro nuestro camino para llegar a Dios, sería contradictorio ocultarle algo.
Dos seres, cada uno con su personalidad, pero viviendo en una sola carne y una sola voluntad, viven el doble de cosas y con intensidad doble. Vivir el doble de alegrías es vivir el doble de Dios, compartir un hecho o una pasión lo hace más intenso. Muertos a sí mismos, los dos seres de una pareja viven la misma viva divina bajo la misma modalidad, no pueden por tanto vivir una misma cosa de forma diferente.
Una misma carne, una misma vida divina y una misma voluntad en dos seres no puede separarse, aunque ambos seres puedan estar alejados temporal y materialmente. Viven una misma vida divina, pero esa vida divina es frágil y el demonio de este mundo es fuerte. No conviene alejarse demasiado tiempo ni demasiado a menudo, y es bueno que, estando separados, sólo piensen el uno en el otro.
San Pablo nos dice que los sufrimientos del tiempo presente no son nada comparados con la gloria prometida. Pero a veces, durante ese largo y difícil camino, Dios, en su infinita bondad, se permite visitarnos, y una sola de esas visitas convierte toda desdicha en un capricho infantil. Así que en el camino que quienes se aman han escogido, tanto para su misión familiar como para su apostolado en el mundo, tendrán que ser santos, pero no a los ojos del mundo, sino a los ojos de Dios.
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