La cultura de la muerte cumple sus plazos con inexorable precisión, y al ritmo que los defensores de la cultura de la vida habían advertido que sucedería si se abría la mano: según un estudio del Fondo Suizo para la Investigación Científica, una tercera parte de las peticiones de suicidio asistido que le llega a los médicos suizos proviene de personas mayores en perfecto estado de salud.

Georg Bosshard, geriatra y profesor de Ética Clínica en la universidad de Zúrich, ha señalado el problema que esto plantea a los facultativos, al ponerles ante una situación para la cual no hay respuesta legal todavía.

Suiza es un pequeño paraíso para esta práctica, por un vacío legal que la castiga sólo cuando hay motivos "egoístas", y la permite cuando no los hay. En veinte años, el acompañamiento al suicidio ha pasado de 50 a 300 anuales en el plazo de dos décadas.

En la práctica, es un buen negocio y hace un año fue rechazada en referéndum una iniciativa para limitarla.

Y como los médicos no pueden suministrar medicinas a personas sanas, se está recurriendo al expediente de la "polimorbilidad": se considera gravemente enferma a una persona con varias enfermedades pequeñas, y entonces se entiende justificado ayudarle a morir.

"El suicidio está perdiendo claramente su aura trágica y se está convirtiendo en una opción, no solamente tolerada, sino recomendada", advierte Ruth Baumann-Hölze, miembro de la comisión nacional de ética.