El pasado mes de marzo la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó un documento, un “responsum”, que no decía nada nuevo sobre la imposibilidad de bendecir las uniones homosexuales, pero que no ha impedido que se haya generado una enorme crisis con la rebelión de cientos de sacerdotes e incluso obispos, sobre todo en Alemania.
El texto firmado por el prefecto, el cardenal Ladaria, recordaba que “la Iglesia no dispone, ni puede disponer, del poder para bendecir uniones de personas del mismo sexo” y que la Iglesia “no bendice ni puede bendecir el pecado: bendice al hombre pecador, para que se reconozca como parte de su designio de amor y se deje cambiar por Él”.
El revuelo ha sido mayúsculo durante las últimas semanas y sobre este tema ha querido también arrojar luz el sacerdote José Granados, superior general de los Discípulos de los Corazones de Jesús y María, y una autoridad referente en estos temas al haber sido durante años el vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II.
“La Congregación para la Doctrina de la Fe respondía a la pregunta sobre la posibilidad de bendecir a uniones entre personas homosexuales. No es extraño que lo hiciera negativamente – la sola duda habría resultado escandalosa hace solo dos o tres décadas. Lo que extraña es la abierta reacción contraria que ha suscitado en la Iglesia. Teólogos, asociaciones, revistas, incluso algún cardenal, han considerado que la respuesta es errónea y piensan que pronto habrá que cambiarla. ¿Cómo es de grave esta situación?”, explica.
Para responder a esta pregunta, el padre Granados cree que lo primero es “volver al fundamento”. Tal y como recuerda, “bendecir tiene que ver con el proyecto del Padre” y “el libro del Génesis asocia la bendición con el culmen de la obra divina, al formar al hombre y a la mujer y llamarlos a ser una sola carne. De esta unión nace el hijo, culmen de bendición divina, desde donde se narra luego toda la historia de la salvación, abierta a la esperanza del Mesías”.
Por tanto, añade este sacerdote, “toda bendición de Dios, antigua y nueva, pasa, por tanto, por acoger el lenguaje de la diferencia masculino-femenino. Aceptando este lenguaje, que hombre y mujer no han creado, se abren a la presencia y acción del Creador en la vida de ellos.
De este modo, explica que algunas uniones entre hombre y mujer como pueden ser el adulterio o la poligamia “se apartan del orden creatural” porque su relación “no es adecuada para recibir la bendición divina” ya que les faltan “elementos estructurantes para custodiar el amor y transmitir dignamente la vida”.
Qué está en juego
“Con más razón falta esta estructura a la unión homosexual estable, que pretende compararse al matrimonio. Pues ahora se niega el papel constitutivo de la misma relación hombre-mujer, oponiéndose de este modo al designio originario de Dios. Por eso, según san Pablo, justificar los actos homosexuales es consecuencia de negar la visibilidad de Dios en su obra creada”, recuerda el padre José Granados.
En su opinión, hay mucho en juego en este debate. En primer lugar, la “confesión de Dios como Creador” pues “se difunde hoy la idea de que la inclinación sexual que cada uno siente es un don de Dios, que nos ama como somos. Dios, de este modo, queda en el origen del propio sentimiento, pero ya no el en origen del propio cuerpo, con su dimorfismo sexual. Se niega así la presencia de Dios en la exterioridad del cuerpo, es decir, en su capacidad para ponerme en relación con los otros, más allá de mí mismo.
Pero entonces –señala el sacerdote- si Dios “es ajeno a esta esfera de mi persona, entonces es un Dios que no puede dar unidad al mundo, es decir, que no puede ser el Creador de este mundo. Dios puede actuar, si acaso, en lo íntimo del sentir, pero no en las relaciones que nos sacan de nosotros y entretejen la vida común”.
El segundo elemento en juego es la “condición relacional de la persona humana, que nace del amor y está llamada al don de sí”. Algunos de los que han criticado la respuesta de Roma argumentan que Dios puede bendecir “los elementos positivos de estas uniones homosexuales”.
“Se olvida que los elementos de la relación forman parte de un todo, y que el valor de cada parte se juzga según ese todo. En una casa en ruinas hay muchos elementos positivos, pero no se puede habitar en ella, como no se puede navegar en un barco que hace agua. Otros críticos aseguran que la bendición es posible, porque la unión homosexual puede estar en un camino hacia la conversión, y la bendición de Dios la ayuda a avanzar hacia allí. Pero quienes pueden ponerse en camino en este caso son las personas (a quienes la Congregación para la Doctrina de la Fe se refiere en todo momento con sensibilidad y respeto), no la unión misma ni la práctica homosexual, cuyo dinamismo no está orientado hacia la diferencia sexual, sino hacia su negación”, añade.
Por todo ello, José Granados considera que estas objeciones a Roma están hechas desde el “individualismo” donde “no entienden que el Creador no ha plasmado solo individuos, sino también un orden fecundo de relaciones entre ellos. Es esta condición relacional de la persona la que confiere a la sexualidad su misterio y su camino”.
Así, recuerda que “la sexualidad toca a lo más hondo de la persona, porque de ella proviene nuestra vida, y en ella se abre la capacidad de donar a otros la vida. Esta visión de la sexualidad implica que se comprenda a la persona desde su origen, como alguien que se ha recibido de otros; y también desde su capacidad de generar vida en otros. Robar a la sexualidad de este sentido supone promover un hombre cuyo origen está en él mismo, un hombre que se autogenera, y que además es incapaz de agrandar en otros su propio porvenir”.
Pero además afirma que está en juego “la misma fe en la Encarnación del Verbo”. Granados señala que “algunos piensan que la insistencia de la Iglesia en temas de sexualidad es un escollo para la evangelización. Pero la evangelización, o pasa por la carne de las personas, o no evangeliza a Jesucristo, Palabra encarnada. El Señor ha asumido la carne, nacida de generación en generación, y ha recuperado su lenguaje originario. Si la carne sexuada no tuviera esta capacidad para unirnos tan hondamente entre nosotros y con Dios, no habría podido el Hijo de Dios, al asumir la carne, asumir nuestra vida; ni habría podido tampoco transformar la carne para que nos transmitiera la salvación. Según la antigua tradición patrística y medieval, Adán y Eva confesaban ya en cierto modo la fe en la Encarnación, precisamente a partir de la unión de ellos en una sola carne. Pues experimentaban allí la apertura de su promesa hacia la plenitud de la comunión entre ellos y con el Creador”.
En conclusión. El padre Granados advierta que “lo que está en juego es mucho” y también “la misma esperanza cristiana”. Y es que “de esta esperanza tienen hoy la Iglesia y la sociedad más necesidad que nunca”. Y la Iglesia –termina- “ tiene la misión de confirmar en esta esperanza a todas las personas y familias, a las que el Señor llama a su seno”.