Peter J. Leithart es el presidente del Instituto Teópolis, una iniciativa protestante que busca reactivar las comunidades de distintas denominaciones mediante una recuperación de la liturgia bíblica. Es también abuelo y padre de familia numerosa, que con motivo de la marcha de su último hijo y un emotivo encuentro familiar ha escrito en First Things una interesante reflexión sobre el sexo y sus consecuencias.
Nuestra vida sexy
Mi mujer y yo nos casamos en otoño, después de licenciarnos en la universidad. Los dos éramos vírgenes. Nuestro primer hijo nació diez meses después, y durante los siguientes quince años tuvimos un hijo cada dos años aproximadamente. Al final fueron más espaciados, y cuando las aguas se calmaron a principios de la década de 2000, teníamos diez hijos, seis niños y cuatro niñas.
Durante más de dos décadas, mi mujer estuvo embarazada o cuidando a un recién nacido o a un niño pequeño; luego se hizo comadrona y empezó a cuidar a otras mujeres embarazadas y a sus recién nacidos. Comenzamos nuestra vida como padres a principios de los años 80 del siglo pasado, y nuestro hijo menor se va a la universidad a finales de este mes. Después de casi cuarenta años criando niños, vamos a ser (más o menos) un nido vacío.
'¡Buenos días! ¡Que comience el estrés!' La crianza de los hijos es una aventura que desemboca en abundancia, explica el autor.
Ni mi mujer ni yo íbamos de flor en flor antes de casarnos. Nuestra alma mater, el Hillsdale College, no organizaba festivales de sexo ni fomentaba los experimentos promiscuos (sigue sin hacerlo). Ninguno de los dos tuvo aventuras. Para los patrones actuales, hemos compartido una vida aburrida y poco sexy.
Eso no nos molesta, porque estamos convencidos de que los patrones actuales no saben lo que es realmente el sexo. Nos dicen que el sexo es la experiencia de la pasión extática cuando nos perdemos en la intensidad de nuestro propio placer y el de nuestro amante. El orgasmo se apaga, nos acurrucamos y hablamos (o no), y el sexo se acaba. Eso no podría ser más erróneo.
Ningún acto se acaba cuando se acaba. Como decía con insistencia Maurice Blondel, nuestros actos se escapan de nuestro alcance, extendiéndose más allá de nuestros propósitos y deseos hacia terminaciones que no pretendíamos ni queríamos. Teóricamente, podemos distinguir los actos y las consecuencias, pero en la vida vivida siempre están inextricablemente unidos. Y eso significa que el seguimiento del excedente de nuestra acción forma parte de la propia acción.
Nos gusta cuando el excedente es un plus: disfrutamos cuando somos recompensados por resultados que no habíamos previsto. No nos gusta cuando los resultados son nefastos. Si me salto una señal de stop mientras escribo un mensaje de texto al volante, me responsabilizarían con razón de los daños que causo a otro conductor y a su coche. "No era mi intención" tiene sentido, pero, sea cual sea mi intención, la acción sigue siendo "conducción temeraria" y quizás "homicidio imprudente". Solo terminamos nuestras acciones cuando asumimos sus consecuencias. La recompensa y el coste son dos facetas del mismo principio.
Nuestro impulso de desvincular el sexo de sus consecuencias es una de las distorsiones profundamente inhumanas causadas por el régimen del aborto y la mentalidad anticonceptiva que lo infunde. La tecnología y las "soluciones" fácilmente disponibles nos embrujan haciéndonos creer que podemos realizar el acto humano más íntimamente personal sin tener que completarlo en una relación personal continua. Nos hemos convencido de que podemos llevar a cabo el acto que mantiene viva a la especie humana sin tener que preocuparnos por mantenerla viva, incluso con la intención deliberada de no mantenerla viva. El sexo se ha vuelto abortivo incluso cuando no termina con un aborto.
Nos hemos olvidado para qué sirve el sexo. Sí, es para el placer, y el placer es un buen regalo de nuestro Padre. Sí, es la expresión más completa de la entrega de sí mismo para la que fueron diseñados nuestros cuerpos conyugales. Pero hemos olvidado que, como ha argumentado recientemente Audrey Pollnow, la posibilidad de concebir forma parte del "placer, además de la excitación" del sexo. Los actos sexuales que eluden este placer más completo "son ilusorios, sentimentales y deformantes: implican la experiencia de hacer el acto de concebir sin hacerlo realmente".
En una desquiciada huida hacia adelante la cultura de la muerte intenta ahora presentar el embarazo como una enfermedad de riesgo y la maternidad poco menos que como una maldición. Foto (contextual): Daniil Silantev / Unsplash.
Para apuntalar el colapso de su influencia legal, la clase dirigente del aborto ha considerado necesario demonizar el potencial del sexo para crear bebés. Kat Rosenfield afirmó recientemente en UnHerd que los activistas del aborto, los médicos y los medios de comunicación han conspirado para darnos "una cobertura total sobre los peligros del embarazo y el parto". El mensaje es que "ninguna mujer en su sano juicio llevaría un embarazo a término a menos que tuviera algún tipo de deseo de morir".
El establishment del aborto se burla de los sacrificios de dar la vida, mientras se lamenta de la perdida libertad de acabar con ella.
El pasado diciembre, toda nuestra familia se reunió en las afueras de Atlanta para la boda de nuestro hijo menor. Mientras luchaba y perseguía a nuestros nietos por el Airbnb, veía a nuestros hijos jugar al ajedrez en una bruma de humo de cigarro, comía y bebía, hablaba con hijos, nietos y suegros, me sentí abrumado por la auténtica abundancia que nos rodeaba. Hace cuarenta años, solo estábamos mi mujer y yo. Ahora hay otros treinta y un seres humanos que no existirían de no ser por nosotros.
La proliferación va más allá de los números. Es una proliferación de proyectos, planes, aspiraciones, logros, dones y talentos; de cenas, fiestas, canciones; de enseñanza y aprendizaje, bromas y risas, conversaciones y debates, adoración y oraciones, pérdidas y lágrimas. Mi mujer y yo hemos dado al mundo un abogado, un par de profesores, más de un escritor, un diseñador de juegos, un músico y un par de cineastas, una asistente ejecutiva que dirige una organización sin ánimo de lucro, una trabajadora social, maridos y esposas, padres y madres, niños y niñas con planes y aspiraciones que se harán realidad mucho después de que mi mujer y yo nos hayamos ido. Si Dios quiere, los Leitharts seguirá proliferando durante mil generaciones.
Esto es lo que la Biblia quiere decir con "bendición", y todo comenzó con mi esposa y yo manteniendo nuestra promesa de ser "solo para ti". Hemos vivido la vida sexy para la que Dios creó el sexo.
Traducido por Verbum Caro.