El cardenal Antonio María Rouco Varela se prepara para celebrar esta tarde y por quinto año consecutivo la Misa de la Familia Cristiana, que tendrá lugar en la Plaza de Colón a partir de las dos y media de la tarde. El cardenal ha recibido a ABC en su casa para contarnos cómo vive la Iglesia su apuesta decidida por la vida y la institución familiar.
—Pues sí, porque la familia aparece en este contexto de crisis como el lugar donde los que la sufren encuentran la primera ayuda, incluso la más material, pero también apoyo en momentos de bajada de ánimo o hasta de depresión. Sin la familia y lo que están aportando sobre todo a las personas en paro, la situación social de España sería muy crítica. Por lo tanto, nos encontramos ante una coyuntura histórica donde el reconocer y valorar de nuevo a la familia, no solo su función con respecto a la vida de las personas sino también su función social, parece obligado y es una urgencia nueva. Yo diría aún más, es una necesidad humana y espiritual de primer orden.
—Este año hay un motivo especialísimo que no se repetirá en otras Eucaristías de las familias y es la relación jóvenes-familia a la luz de la experiencia tan gozosa de la Jornada Mundial de la Juventud. La JMJ ha sido un momento donde las familias jóvenes con sus niños se han mostrado como factores de alegría y de gozo para todos. A lo largo de las distintas celebraciones y actos de la JMJ y a la luz de los mensajes del Papa se ha puesto de manifiesto cómo la vocación cristiana en general encierra una de sus fórmulas más expresivas y más ricas en la vocación para el matrimonio y la familia cristiana. Este hecho pone a la celebración de la misa de este año una nota especial, pero en cualquier caso ese toque juvenil viene incluso urgido por los propios jóvenes que fueron protagonistas de la jornada y que han querido también estar presentes como protagonistas en esta misa de la familia. Además, a través de un lema muy sugerente y actual: agradecer a su familia, a la familia cristiana, el don de la vida.
—Creo que la actual ley del aborto está dentro de un contexto cultural, de formas concretas de vivir que vienen de atrás y que son anteriores a la nueva legislación. La ley no es el inicio del problema sino un momento de la cadena de desarrollo del mismo. Pero ciertamente pone de manifiesto cómo no solo no ha impedido que la corriente abortista siga caudalosa, sino que todo lo contrario, ha favorecido a que aumente el número de abortos. Cada aborto es en sí mismo una terrible tragedia: una vida se interrumpe y el alma de la madre queda profundamente herida. De un hecho así no sólo no viene ningún bien para la sociedad, sino que de él se derivan males irreversibles primero para los afectados, el niño y la madre, y para toda la sociedad.
—Creo que en el fondo sí nos escandalizamos pero a través de conductas y formas de reaccionar un tanto evasivas. Tapamos la mirada para no ver lo que está pasando y así la sociedad llega en cierta manera a acostumbrarse a este fenómeno. Es el resultado de un ejercicio de adormecimiento de las conciencias, que pasan por alto el tremendo problema y dolor que se produce con este fenómeno de los abortos. Sin embargo, las señales de alarma son cada vez mayores y empiezan a despertar las conciencias de muchas personas.
—Primero tenemos que saber cuáles son las propuestas que el Gobierno considera como aceptables para lograr un funcionamiento más exigente o más riguroso del mundo del trabajo y de la economía. Pero, en cualquier caso, el criterio puramente económico no se puede considerar como principio máximo del mercado del trabajo al que haya que sacrificarlo todo. Además, todos sabemos por experiencia de la vida que para rendir bien hay que descansar y disponer de tiempo para que la persona y la familia vivan los grandes valores de la fe y del espíritu. Eso es importantísimo también.
—En toda Europa y también en España ha habido ciertamente un reverdecimiento de actitudes hostiles hacia la Iglesia. Lo que se conoce como el fenómeno de un nuevo anticlericalismo. Efectivamente la acción legislativa y el modo de gobernar en cualquier país influye mucho para bien y para mal en este fenómeno. Yo espero que en esta nueva etapa política, las actuaciones tanto en el campo legislativo como del Gobierno nos ayuden a superar esas posturas de hostilidad a veces manifestadas públicamente con respecto a un ejercicio de un derecho fundamental como es el ejercicio de la libertad religiosa. En España, como en otros países de Europa, los católicos queremos poder vivir nuestra fe y nuestra pertenencia a la Iglesia tanto en lo privado como en lo público en ese marco de los derechos fundamentales que todos reconocemos y, entre los cuales, destaca el derecho a la libertad religiosa.
—La postura y la posición de la Iglesia desde el punto de vista doctrinal y pastoral no ha cambiado. Es la de siempre. No ha cambiado un milímetro en lo esencial de sus enseñanzas respecto del derecho a la vida y de la concepción de la familia. Las volvemos a recordar, a afirmar y a enseñar. No lo hemos dejado de hacer nunca y ahora tampoco.
—Ciertamente no. En cualquier paso que se quiera dar con una cierta eficacia para acertar con la solución de los problemas económicos hay un componente moral y ético que no se puede olvidar. Sin generosidad, sin una actitud de entrega y de ayuda a los demás, de renuncia por lo tanto, no es posible. Naturalmente en esto hay que pedirle al que tiene mucho que renuncie más y al que tiene poco a que renuncie a lo que pueda renunciar. En cualquier caso, son necesarias grandes dosis de generosidad y entrega.