"Cuando aquella mujer vino a nosotros, se encontraba en una desesperación absoluta. Creía ser lo peor de lo peor, y se preguntaba cómo Dios podría perdonarle haber abortado varias veces".
Es un caso de los muchos que, lamentablemente, llegan a la consulta de Theresa Bonopartis, directora de dos programas católicos de atención al síndrome post aborto, y una de las personalidades más respetadas del movimiento provida norteamericano.
Este síndrome tiene lugar porque "participar en la muerte del propio hijo va contra todo lo que la naturaleza nos ha pedido ser en cuanto madres y padres: alimentar y proteger a la nueva vida. No es fácil reparar el daño que uno se hace a sí mismo al abortar", explica en un reciente artículo en Catholic Exchange.
En el caso citado, "cada avance en su curación iba seguido de rachas de desesperación, con la voz de la condenación acusándola de nuevo y diciéndole que nunca podría ser perdonada. Parecía que dábamos dos pasos adelante y diez atrás".
Aunque, al final, el proceso concluyó con éxito: "Tuvo que comprender que la curación no es una cuestión de sentimientos, que tenía que mirar hacia Él, no hacia sí misma". Hoy, cuatro años después, ella se ha unido a la tarea de ayudar a otras madres ha superar su propio reproche moral por lo que han hecho.
Mirarle a Él, no a nosotros mismos
La esencia del mensaje que transmite Bonopartis es una visión esperanzadora del síndrome post aborto: "Me sorprende mucho cuando leo artículos u oigo hablar a la gente de las mujeres que han abortado como si nunca pudieran volver a sentir paz y alegría en su vida, como si hubiera límites a la misericordia de Dios". Es cierto que hay quien jamás supera el sentimiento de culpa, pero es "porque se aferran a sí mismos, en vez de aferrarse a quiene es la Misericordia misma".
"En la curación no contamos tanto nosotros y lo que hicimos, como Jesucristo y lo que Él hizo", dice la directora de la asociación Lumina-Esperanza y Curación tras el Aborto: "Se trata de apartar el foco de nosotros mismos y ponerlo en Él".
"Porque conozco de primera mano los horrores de vivir con el aborto, la desesperación, la culpa, la vergüenza, la ansiedad (y podría seguir), conozco también el perdón de Dios total y completo, y quiero que quienes sufren aquello sepan que también está ahí para ellos", concluye: "No estoy diciendo que sea fácil. Hay un precio que pagar por el pecado, un dolor profundo que te remite a la cruz de Cristo, un viaje de humildad hasta comprender que Él murió por ti, no por lo que eres o lo que mereces, sino por ser Él quien es".