El martes se pone a la venta en Estados Unidos un libro donde Abby Johnson, bajo el alusivo título unPlanned [noPlanificada], cuenta su paso por Planned Parenthood [Paternidad Planificada], la poderosa organización abortista que recibe 300 millones de dólares anuales de los impuestos de todos los norteamericanos y principal ariete de la industria del aborto en Estados Unidos.
Johnson, psicóloga y asesora, trabaja hoy en una organización pro-vida, pero en 2005 su vida caminaba por otros derroteros. Fue entonces cuando se incorporó a Planned Parenthood, donde estuvo trabajando varios años, ascendiendo en la organización, hasta convertirse en directora de servicios a la comunidad y educadora de salud, en enlace entre dicho lobby y los medios de comunicación, y finalmente en directora de una clínica abortista en Texas.
En octubre de 2009 se produjo el gran cambio. Nada en su trabajo le obligaba a participar directamente en la eliminación de personas, pero una casualidad la llevó un día hasta el quirófano: «Por alguna razón, necesitaron mi ayuda. Mi tarea consistía en sostener el aparato de ultrasonidos sobre el abdomen de la mujer. Cuando miré a la pantalla, vi en ella a un niño. Pude ver una imagen completa, desde el rostro hasta los pies. Era un embarazo de trece semanas».
Trece semanas: exactamente la edad a la que, según declaró Bibiana Aido en la Cadena SER en mayo de 2009, «un feto es un ser vivo, pero no es un ser humano». Abby Johnson, que vivía entonces de la industria del aborto, tuvo más sensibilidad que la ex ministra de Igualdad.
«En ese momento vi la sonda penetrar en el útero de la mujer, y vi al niño moverse, intentando escapar de la sonda. Pensé: "Está peleando por su vida. Es una vida. Está vivo". Dejé el ultrasonido en su sitio. Muchas cosas pasaban por mi cabeza. Pensaba en mi hija, que tiene tres años... "¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué estoy haciendo aquí?", pensaba. Antes había aquí una vida, y ahora ya no la hay»: antes sus ojos acababa de tener lugar un aborto por succión, que había destrozado en unos segundos a la criatura con una potencia entre 20 y 30 veces superior a la de una aspiradora doméstica.
Cuando Abby abandonó Planned Parenthood, la demandaron por temor a que hiciera uso de la información que tenía, pero la demanda fue rechazada. Ella se unió a un grupo pro-vida, aunque no repentinamente: «Me fui dando cuenta de que muchas cosas en las que creía hasta entonces eran, simplemente, mentira».
En su obra, Abby Johnson explica que uno de los objetivos de Planned Parenthood es que los niños y adolescentes conozcan la organización muy pronto, para que a la menor duda busquen en ellos la anticoncepción y, en su caso, el aborto, alimentando así esa industria. «Es ahí donde tenemos que actuar», sostiene en su libro, «que no sea Planned Parenthood lo primero que conozcan ni la primera ventana que se abra en su mente».
En cuanto a los trabajadores de la organización, hacia quienes también dirige su obra, normamente no se les puede ir con argumentos, porque están cerrados a la realidad: «Ellos creen que están haciendo lo correcto, que están ayudando a las mujeres y salvando mujeres facilitándoles un aborto limpio y seguro». Propone tener cierta sensibilidad al hablarles, y algo que ofrecerles a cambio, porque ése es a fin de cuentas su trabajo y de lo que viven.
Abby Johnson está en contacto con todos los políticos norteamericanos involucrados en la lucha contra el aborto, y ha ofrecido su testimonio varias veces en distintas instancias legislativas. Para Planned Parenthood es una auténtica bestia negra que está contribuyendo decisivamente a mostrar al público el verdadero rostro de la lucrativa industria del aborto y los engaños sobre los que se basa.