Benigno Blanco es un veterano jurista y abogado, y padre de familia, que ha dedicado muchos años a reflexionar sobre ese delicado pero poderoso ecosistema que es la familia y a promover su protección y promoción. En eso ha trabajado desde la política y también desde el asociacionismo. Desde hace unos años, publica sus reflexiones sobre familia, sexualidad y sociedad en su blog Ideas para revolucionar el mundo, alojado en ReligionEnLibertad.
Una de sus últimas aportaciones (aquí) es una reflexión sobre cómo las familias cristianas deben encajar su relación con un hijo que tiene atracción homosexual.
"Tus hijos son tus hijos y tu responsabilidad, hagan lo que hagan con su sexualidad. Excluirlos, rechazarlos o demonizarlos por sus tendencias o conductas homosexuales es absurdo e injusto", señala.
"Debes proponerles y ayudarles a llevar una conducta sexualmente responsable con tu ejemplo, discurso y cariño, conjugando la acogida permanente con el incentivo a lo mejor", añade. "Mientras hay vida, pueden cambiar para mejor y tú debes estar permanentemente disponible y cercano para ayudarles a ese cambio cuando ellos quieran afrontarlo… aunque sea dentro de sesenta o setenta años".
Después, explica por qué la moral familiar y sexual católica es buena para uno mismo, para los que nos rodean y para toda la sociedad. Reproducimos a continuación el artículo completo.
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Consideraciones para padres con un hijo o hija homosexual
Consideraciones desde una perspectiva cristiana para padres con un hijo o hija homosexual
Aclaración terminológica: Para hacer más fácil la lectura usaré en esta nota expresiones como “hijos homosexuales”, “homosexuales”, ”heterosexuales”, etc; expresiones coloquiales aunque poco científicas porque la tendencia o conducta sexual no es un cartel que identifique o defina a la persona. Aparte de que probablemente existan media docena de “homosexualidades” distintas: en su génesis, en su despertar, en su modulación, en su manifestación, etc.
Ideas generales que conviene tener claras.
a) la atracción por personas del mismo sexo es un fenómeno todavía muy desconocido en su etiología, factores facilitadores y repercusiones; y que no puede juzgarse con categorías generales. Puede responder a factores no voluntarios (neuro-hormonales, psico-biológicos, dependientes de la dinámica familiar, etc) o a factores más o menos voluntarios (una introducción voluntaria en el mundo homosexual online o en la vida real, que acabe enganchando) o a una mezcla de ambos.
b) todos somos libres frente a nuestros deseos o atracciones sexuales, aunque puede haber factores biológicos o ambientales que condicionen nuestra libertad o la dificulten hasta llegar a matizar la responsabilidad moral o a excluirla en casos extremos. Esto es aplicable tanto a las tendencias homosexuales como a cualquier otra pulsión, sexual o no (la tendencia al juego, o a la irascibilidad, etc.)
c) los actos homosexuales (actos, no mera atracción sentida hacia personas del mismo sexo) son según la perspectiva moral cristiana un pecado contra la castidad, como tantos otros: masturbación, fornicación, etc. Aunque es verdad que implican una dimensión singular, pues, si se convierten en una característica ordinaria de la persona, pueden vetar o dificultar el acceso al ejercicio natural de la sexualidad: el matrimonio. San Pablo dijo (cfr. 1Cor. 7,9) que más vale casarse que quemarse: el homosexual no encuentra esta salida moralmente aceptable para sus pulsiones sexuales; y esto supone una diferencia sustancial desde una óptica cristiana.
d) los actos homosexuales no son, por otra parte, los más graves en materia sexual: el adulterio, por ejemplo, es más grave, pues supone un pecado no solo contra la castidad sino contra la justicia por atentar a los derechos del otro cónyuge. Y, sin embargo, a veces vemos los actos homosexuales como más graves y dramáticos que el adulterio.
Por otra parte, los pecados contra la castidad no son los pecados más graves posibles, pues son –dentro de su naturaleza de pecaminosos- en cierto modo los más naturales, en el sentido de que se corresponden con tendencias inscritas en nuestra naturaleza. Es cierto que la prohibición moral de ese tipo de conductas ha sido comprendida por la tradición cristiana como algo de especial gravedad, sin duda porque lesionan y deforman una de las capacidades más nobles de la persona: su capacidad de abrirse al amor y la vida sobre la base de la complementariedad hombre/mujer que nos define a los humanos.
e) hoy es más fácil incurrir en conductas homosexuales o introducirse en esas prácticas que en otras épocas recientes, con la consiguiente reducción de la responsabilidad moral, por cuanto vivimos en una época en que:
+ se están derribando las barreras morales que en miles de años de historia la civilización cristiana construyó para reforzar el valor moral ínsito en el carácter dual de la especie humana y su significación en clave de generación de nuevas vidas
+ la educación sexual en la escuela, los medios de comunicación, la música, el cine, la red, el porno, la moda, la ideología de género, etc proponen y presentan –o incluso, incentivan- todo tipo de conductas sexuales como opciones igual de válidas y valiosas.
f) todo lo anterior hace que al juzgar las tendencias o conductas homosexuales hoy sea necesaria una labor de ponderación prudente que no puede basarse solo en la asunción acrítica de criterios del pasado (incluso muy reciente; por ejemplo, los del mundo en que se educaron los padres de los hijos de hoy).
g) la moral no cambia: el bien y el mal son tan permanentes como la naturaleza humana. Todas las anteriores consideraciones no invitan a una revisión de los criterios morales sobre las conductas homosexuales, sino que son una invitación al ejercicio de la virtud de la prudencia por parte de los padres para entender el problema humano que está en juego y para ayudar a sus hijos a ser santos que es de lo que se trata.
h) los hijos homosexuales son tan hijos como los heterosexuales; y sus padres son tan responsables de los unos como de los otros. Desde una perspectiva cristiana, un padre es responsable de (ayudar a) llevar al cielo a todos sus hijos, cometan éstos los pecados que cometan, sin que una determinada clase de pecados les exoneren de esa responsabilidad.
i) la Iglesia católica tiene una única moral sexual para todos sus hijos. No hay una moral especial para los homosexuales. Las reglas son las mismas para todos. Este dato es muy importante y conviene tenerlo en cuenta.
Criterios generales a tener en cuenta.
a) tus hijos son tus hijos y tu responsabilidad, hagan lo que hagan con su sexualidad. Excluirlos, rechazarlos o demonizarlos por sus tendencias o conductas homosexuales es absurdo e injusto; como lo sería excluirlos, rechazarlos o demonizarlos porque se masturben, vean porno o practiquen sexo antes o fuera del matrimonio; conductas todas ellas no acordes a la moral sexual cristiana pero que no pueden debilitar ni suprimir las relaciones paterno-filiales, aunque puedan -o incluso deban- modalizar sus implicaciones prácticas. Los mismos dilemas se plantean respecto a los hijos que no van a misa los domingos, o que evaden impuestos, o no tratan bien a su mujer o a sus hijos… No se les echa de casa.
b) si les quieres y te tomas en serio que las propuestas cristianas en materia de sexualidad son camino seguro para la felicidad, debes proponerles y ayudarles a llevar una conducta sexualmente responsable con tu ejemplo, discurso y cariño, conjugando la acogida permanente con el incentivo a lo mejor. No será fácil, pero el amor es lo que exige.
Conviene tener en cuenta algo importante: los cristianos tenemos la convicción de que una de las relaciones más sanas que existen es la de la familia. Por ese motivo, el mantenimiento de ese hijo que te preocupa en el entorno de la familia puede ser un buen paso para su acercamiento a relaciones óptimas de convivencia. que siempre podrán ser una referencia atractiva –aunque sea a largo plazo- hacia un estilo de vida cristiano.
c) no importa tanto como son tus hijos ahora o lo que hacen hoy, sino cómo morirán. Mientras hay vida, pueden cambiar para mejor y tú debes estar permanentemente disponible y cercano para ayudarles a ese cambio cuando ellos quieran afrontarlo… aunque sea dentro de sesenta o setenta años.
d) nuestra propuesta moral a nuestros hijos en materia sexual no es el intento de imponer una ley moral absurda o arbitraria, sino la propuesta de un camino hacia la felicidad, también la eterna. ¿Sabemos mostrar esto y explicarlo?
A estos efectos conviene recordar que:
+ el cristianismo contiene una propuesta sobre el óptimo moral en materia de sexualidad: la consideración de la propia sexualidad masculina o femenina como constitutiva esencial de la persona que nos abre a la posibilidad de ser padres y madres colaborando con Dios en algo que para nosotros es muy bueno: crear nuevas vidas.
+ como dar vida nos parece tan bueno, entendemos que quienes renuncian a esa posibilidad por el bien de la comunidad (por ejemplo, los sacerdotes) están sacrificando algo estupendo por un bien mayor (el servicio a los demás). Y por eso mismo rechazamos tratar a las nuevas vidas como un mal a evitar (aborto, anticoncepción, etc) o como mero producto de manipulaciones ajenas al mutuo amor sexualizado (técnicas de reproducción asistida o similares).
+ también entendemos que algunos no quieran o no puedan hacer ese bien posible y que nadie está obligado a hacer todo el bien posible.
+ por eso mismo apostamos por educar nuestro cuerpo (esto es la castidad) para un ejercicio de la sexualidad no al servicio de nuestro propio placer sino al servicio del amor abierto a la vida que presupone la relación sexual hombre-mujer comprometida de forma estable como el ambiente ecológicamente idóneo para recibir y acompañar a los hijos.
+ por eso, los cristianos consideramos no óptimas las formas de sexualidad que se centran y agotan en el placer personal (masturbación, pornografía, etc) o que se cierran a la fecundidad (anticoncepción, por ejemplo) o que no implican la complementariedad hombre-mujer (actos homosexuales, etc) o que defraudan la natural vocación de permanencia en el tiempo de la entrega conyugal.
+ estamos convencidos de que vivir así la propia sexualidad es una forma estupenda de vivir, fuente de felicidad aquí y camino a la felicidad eterna. Por eso proponemos desde nuestra libertad a todos los que nos quieran escuchar –y a nuestros hijos en primer lugar- este estilo de vida.
+ sabemos que vivir como nosotros consideramos que merece la pena es una opción en libertad que merece la pena y que no se puede imponer a nadie, ni a nuestros hijos.
+ amamos y respetamos la libertad de los demás tanto como el bien moral óptimo pues estamos convencidos de que éste no se puede conseguir sin aquel.
+ por eso respetamos la libertad de todos y no rechazamos jamás a quienes –incluso nuestros hijos- no quieren o pueden vivir según lo que consideramos el óptimo moral deseable para ser felices y santos.
+ entendemos que hoy (como casi siempre, dicho sea de paso) el ambiente cultural dominante no facilita entender nuestra propuesta en materia de sexualidad y por eso no nos escandalizamos de que mucha gente, incluso nuestros hijos, no nos entienda. Pero, igual que respetamos la libertad de los demás, exigimos que se respete la nuestra para pensar y vivir como consideramos mejor.
e) la caridad –el cariño- es la principal virtud desde una perspectiva moral cristiana. ¿La practicas con tus hijos o la subordinas a otras consideraciones?
Otros bienes morales a tener en cuenta.
Aparte de la necesidad de acoger y acompañar al hijo en quien concurren esas circunstancias, hay que tener en cuenta para decidir prudentemente la mejor forma de actuar en cada caso otros posibles bienes a ponderar:
+ si existen hijos menores en casa hay que poner los medios para que las conductas de los mayores no entorpezcan la recta formación cristiana de los menores. Por eso, los padres deberán hablar con los menores para darles criterio sobre estas situaciones y ayudarles a comprender lo que es bueno moralmente o no y cómo ese buen criterio moral es compatible con vivir una caridad exquisita con todas las personas. Esto es igual de válido para el caso de un hijo homosexual que para el caso de divorcios, segundas nupcias, convivencias prematrimoniales u otras conductas en materias distintas de la sexual.
Además, en ese caso de menores en casa, será razonable pedir al hijo homosexual que contribuya cuando esté en casa (con o sin su pareja en su caso) a que se respete el tono cristiano del hogar, como se pide, por ejemplo, a un hijo heterosexual cuando esté en casa con su novia que modere sus manifestaciones de afecto en consideración a los menores y a los padres. Igual que si tuviésemos un hijo nudista, sería razonable que unos padres cristianos le pidiesen que en casa no practique el nudismo por respeto a los demás.
+ unos padres cristianos no serían coherentes si con su conducta manifiestan que todo les da igual o que todo es igual, porque no es verdad. De alguna manera hay que poner de manifiesto ante nuestros hijos, si es el caso, que su conducta o estilo de vida (sea en materia sexual o en otra cualquiera) no nos parece la mejor posible y que nos gustaría que viviesen de otra forma. Y esto de forma prudente, no siempre y sin ser pesados; pero los hijos tienen que tener claro qué piensan los padres.
+ un cristiano debe ser exquisitamente exigente en la caridad y a la vez testigo de la verdad, también de la moral.
No siempre será fácil conjugar acertadamente todos estos bienes en juego, pero el cariño -y, en su caso, el consejo de personas experimentadas y de buen criterio- nos ayudará a acertar o, al menos, a pedir perdón si nos equivocamos de buena fe.
Consideraciones para un padre no cristiano.
En las anteriores consideraciones he dado por supuesto que los padres a los que me dirijo comparten la moral cristiana sobre la sexualidad (y, por tanto, también sobre los actos homosexuales). A los padres, cristianos o no, que no compartan ese ideal moral les sugiero que valoren también las anteriores consideraciones, pues quizá les puedan ser útiles, aunque quizá no vean de momento como yo la estupenda aportación a la persona que supone la concepción cristiana de la sexualidad.