Cuentan que la Madre Teresa de Calcuta tuvo que ser exorcizada en sus últimos momentos con vida; no tanto porque hubiera sido poseída directamente por el maligno sino porque el demonio siempre tiene interés en destruir aquello en donde está Dios.
Algo parecido ocurre con el Sínodo de la Sinodalidad, donde la presencia del Espíritu Santo es incuestionable, pero, también, por supuesto, la del maligno. Así lo acaba de argumentar el sacerdote Luis J. Cameli, en el portal America Magazine, de los jesuitas estadounidenses.
"El otro día me di cuenta de que el diablo participará en el Sínodo de la Sinodalidad; aunque sin derecho a voto. Esto no debería ser una sorpresa, porque, siempre que sucede algo santo e importante, el adversario intenta subvertirlo intentando invadir la libertad humana, torcerla, comprometerla y lograr un resultado perverso", comienza diciendo Cameli.
El sacerdote escribió hace unos años El diablo que no conoces: reconocer y resistir el mal en la vida cotidiana, en el que narra su experiencia como director espiritual. "Mi conclusión es simple. Son cuatro las obras principales del diablo: engaño, división, desviación y desánimo. El sínodo presenta un campo propicio para todas estas travesuras del diablo. ¿Por qué? Porque hay mucho en juego", explica.
"Este sínodo tiene sus orígenes en el Concilio Vaticano II, cuando Pablo VI dijo: 'La conciencia que la Iglesia tiene de sí misma ganará claridad a medida que permanezca fiel a las enseñanzas de Cristo (...). En la visión del Papa, el Vaticano II trataba de que la Iglesia reclamara un sentido más profundo de sí misma. Esa conciencia le permitiría ser reconocida por el mundo como el instrumento de la salvación de Dios", añade Cameli.
La misión de un sínodo es importante y tiene muchas implicaciones, sobre todo para la misión de la propia Iglesia en un mundo turbulento y herido como este. Por eso, no hay duda de que el maligno tendrá sus propios planes para esta Asamblea.
A continuación se enumeran las cuatro principales tentaciones del demonio para este Sínodo de la Sinodalidad:
1- La tentación del engaño
El "padre de la mentira" es experto en mostrar las cosas buenas de manera engañosa. Hemos escuchado muchas veces al Papa Francisco decir que este Sínodo no se trata de esto o de aquello. Por ejemplo, que no se trata de cambiar doctrinas o estructuras.
Cuando Francisco intenta corregir las distorsiones sobre la principal misión del Sínodo, está abordando a su vez la tentación de desviarse del verdadero sentido del Sínodo. El Papa está nombrando tanto los engaños directos como los más sutiles.
Sin embargo, el engaño no solo está en una teoría más o menos generalizada sobre lo que debería ser el Sínodo. El engaño también puede apoderarse de alguien a nivel personal. Eso se detecta en afirmaciones como: "Se trata de levantar la voz dentro de la Iglesia" o "compartir mi experiencia, que es pura y sincera".
Puede haber algo de verdad en esas expresiones pero, también, hay una gran distorsión. La única respuesta al engaño es la verdad. Regresemos a la palabra de Dios, regresemos a la sabiduría de la tradición y a las voces de las mujeres y hombres de fe que nos han precedido hasta ahora en la Iglesia.
En esas fuentes encontraremos una brújula segura para mantener el rumbo hacia la verdad. La única respuesta a la desviación es permanecer enfocado, como Jesús lo hizo en el desierto. Volvió siempre a la Palabra de Dios.
2- La tentación de la división
Los "diábolos", por definición, parten y dividen. Allí donde las personas se enfrentan entre sí, se esconden los mayores esfuerzos diabólicos. El Sínodo puede ser un campo propicio para la obra de la división, porque la Asamblea Sinodal es muy variada y diferente.
Las diferencias, como bien sabemos, pueden transformarse en un momento en grandes divisiones con un simple estímulo. De hecho, los participantes del Sínodo son clérigos y laicos, hombres y mujeres, de diferentes culturas y geografías, que hablan varios idiomas y tienen diversas historias.
El tentador querrá que se sientan más distanciados que nunca y, con algunos movimientos hábiles, tratará de hacerlos sentir excluidos, resentidos e incluso superiores a los demás. Cualquier cosa que sirva para abrir una brecha y dividir a las personas entre sí. La respuesta a la tentación de la división puede encontrarse en la fe en el Señor.
Dentro de todas nuestras diferencias, somos uno en Cristo por el poder del Espíritu Santo. La Asamblea Sinodal necesita tener una experiencia profunda y compartida de esa unión. Algo que se puede dar mediante una experiencia sinodal centrada en la Eucaristía, que aleje a los participantes de divisiones peligrosas y los lleve a la unión en un solo cuerpo y un solo espíritu.
3- La tentación de la desviación
Cuando el tentador se acerca a Jesús en el desierto su estrategia no es el engaño o la división sino más bien la desviación. Satanás intenta disuadir a Jesús de seguir el camino mesiánico. Esto es una desviación de la verdadera misión de Jesús. La tentación de desviarse encierra la promesa de un camino más fácil, resultados más tangibles y una sensación de control mucho mayor sobre la situación.
Ese mismo tipo de tentación puede invadir el Sínodo. En lugar de aferrarse a un proceso de escucha del Espíritu Santo, los participantes pueden sentirse atraídos hacia direcciones más manejables y controlables. Por ejemplo, podrían tomar prestadas iniciativas seculares y, en lugar de seguir un discernimiento espiritual, dedicarse a la planificación, a la resolución de problemas y a la gestión de crisis. Todo esto podría parecer mucho más concreto y controlable que "simplemente" atender al Espíritu Santo.
La respuesta a la desviación es una vez más permanecer enfocado, como Jesús permaneció enfocado en el desierto. Volvió siempre a la Palabra de Dios. Se aferró firmemente a su identidad como hijo amado de un padre amoroso.
La Asamblea Sinodal deberá volver periódicamente al verdadero propósito y misión de la reunión. Los participantes deberían estar abiertos a los impulsos del Espíritu Santo.
4- La tentación del desánimo
La tentación del desánimo proviene del diablo y está particularmente llena de peligros. El desánimo está ligado a un espíritu cansado y apático que puede apoderarse de nosotros. Suele aparecer cuando se lleva un tiempo de camino. El especial peligro del desánimo es que, si cedemos, nos quedaremos sin esperanza.
La Asamblea Sinodal haría bien en estar atenta al desánimo. Por supuesto, este no se manifestará en los animosos comienzos. Sin embargo, después de un tiempo, puede aparecer una especie de pesadez emocional y una sensación de inutilidad. Aparecerán preguntas como: ¿esto sirve para algo?
No existen fórmulas sencillas para afrontar la tentación del desánimo. Un remedio que el Sínodo haría bien en aplicar es una invocación constante del Espíritu Santo, es decir, pedir su ayuda y su guía. Esto es mucho más que una petición de ayuda. Es un reconocimiento de que no se logra nada si lo basamos todo en nuestros esfuerzos.
Invocar al Espíritu nos recuerda que todo está en manos de Dios, y no en las nuestras. En el contexto del Sínodo, si confiamos en nuestra capacidad para lograr determinadas cosas, estaremos profundamente desanimados. Pero, si abandonamos esa mentalidad y confiamos en el Espíritu, creceremos en la esperanza.
Por último, aunque el demonio se pueda pasear por el Sínodo como Pedro por su casa, siempre es bueno recordarse que la última palabra nunca la tiene él; sino el Espíritu Santo y nuestro Padre que está en los cielos.