"Para la Santa Sede hablar de derechos humanos significa, ante todo, proponer la centralidad de la dignidad de la persona, en cuanto que ha sido querida y creada por Dios a su imagen y semejanza. El mismo Señor Jesús, curando al leproso, devolviendo la vista al ciego, deteniéndose con el publicano, perdonando la vida a la adúltera e invitando a preocuparse del caminante herido, nos ha hecho comprender que todo ser humano, independientemente de su condición física, espiritual o social, merece respeto y consideración", explicó el Papa, señalando que el evangelio encaja bien con "los derechos humanos, según el espíritu de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos".
Pero una cosa era "el espíritu de los redactores" en 1948 y otra constatar que "a raíz de las agitaciones sociales del «sesenta y ocho», la interpretación de algunos derechos ha ido progresivamente cambiando, incluyendo una multiplicidad de «nuevos derechos», no pocas veces en contraposición entre ellos. Esto no siempre ha contribuido a la promoción de las relaciones de amistad entre las naciones, puesto que se han afirmado nociones controvertidas de los derechos humanos que contrastan con la cultura de muchos países, los cuales no se sienten por este motivo respetados en sus propias tradiciones socio-culturales, sino más bien desatendidos frente a las necesidades reales que deben afrontar. Está también el peligro —en cierto sentido paradójico— de que, en nombre de los mismos derechos humanos, se vengan a instaurar formas modernas de colonización ideológica de los más fuertes y los más ricos en detrimento de los más pobres y los más débiles".
Sin mencionarlo directamente, el Papa se refiere al aborto, la redefinición del matrimonio y otras cuestiones que afectan a la vida y la familia, con los ricos países occidentales imponiendo sus nuevas concepciones sobre los países menos ricos.
El Papa se refirió al aborto aunque sin usar la palabra, como uno de esos derecho violados: el derecho a la vida.
"El primero entre todos el derecho a la vida, a la libertad y a la inviolabilidad de toda persona humana. No son menoscabados sólo por la guerra o la violencia. En nuestro tiempo, hay formas más sutiles: pienso sobre todo en los niños inocentes, descartados antes de nacer; no deseados, a veces sólo porque están enfermos o con malformaciones o por el egoísmo de los adultos".
Sobre la cultura de la paz y del desarme, invitó "a todos a un debate sereno y lo más amplio posible sobre el tema, que evite la polarización de la comunidad internacional sobre una cuestión tan delicada. Cualquier esfuerzo en esta dirección, aun cuando sea modesto, representa un logro importante para la humanidad".
Añadió que "es importante que continúen las distintas iniciativas de paz a favor de Siria en un clima propositivo de creciente confianza entre las partes".
Comentó también que "es igualmente importante que puedan regresar a su patria los numerosos refugiados que han encontrado acogida y protección en las naciones vecinas, especialmente en Jordania, Líbano y Turquía".
En concreto alabó a Líbano, el país con mayor porcentaje de cristianos en Oriente Medio, por acoger unas cantidades desproporcionadas de refugiados de la guerra desde hace años: pidió "que ese amado país siga siendo un «mensaje» de respeto y convivencia, y un modelo a imitar para toda la región y para el mundo entero".
Sobre Tierra Santa, el Papa se mantuvo en la postura de siempre de la Santa Sede: pidió "un compromiso por parte de todos para que se respete, en conformidad con las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas, el status quo de Jerusalén, ciudad sagrada para cristianos, judíos y musulmanes. Setenta años de enfrentamientos obligan a que se encuentre una solución política que permita la presencia en la región de dos Estados independientes dentro de las fronteras internacionalmente reconocidas".
También alabó el esfuerzo por acoger refugiados y migrantes con "corazón abierto y generoso" de tres países europeos: Italia, Grecia y Alemania.
Sobre la lucha por "dejar a las generaciones siguientes una Tierra más bella y habitable, trabajando a la luz de los compromisos acordados en París en 2015", el Pontífice pidió a las personas y las naciones adoptar un espíritu parecido "al de los constructores de catedrales medievales repartidas por toda Europa. Estos edificios impresionantes muestran la importancia de la participación de todos en un trabajo capaz de ir más allá de los límites del tiempo. El constructor de catedrales sabía que no vería la terminación de su trabajo".
Se puede leer el mensaje completo aquí en Vatican.va.