Este domingo 6 de agosto el Papa Francisco ha relacionado la lectura del día (la Transfiguración en la que Moisés y Elías aparecen junto a Cristo) con las vacaciones veraniegas: un momento distinto para crecer espiritualmente.
Antes del rezo del Ángelus, el Pontífice animó a redescubrir el silencio pacificante y regenerarte de la meditación del Evangelio, que conduce hacia una meta rica de belleza, de esplendor y de alegría.
En vacaciones se puede redescubrir la importancia del descanso y del desprendimiento de las ocupaciones cotidianas, para volver a templar las fuerzas del cuerpo y del espíritu, profundizando el camino espiritual.
El Papa encomendó a la Virgen María, Virgen de la Escucha, "las vacaciones de todos, para que sean serenas y provechosas y, sobre todo, encomendamos el verano de cuantos no pueden irse de vacaciones porque se sienten impedidos a causa de su edad avanzada o por falta de salud o de trabajo y restricciones económicas o por otros problemas, a fin de que sea, de todos modos, un tiempo de distensión, regocijado por la presencia de amigos y momentos dichosos".
Después de rezar el Ángelus a la Madre de Dios, el Papa Francisco saludó afectuosamente a los queridos hermanos y hermanas presentes en la Plaza de San Pedro desafiando el gran calor del verano romano.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo, la liturgia celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor. La hodierna página evangélica, lo hemos escuchado, narra que los apóstoles Pedro, Santiago y Juan fueron testigos de este evento extraordinario. Jesús los tomó consigo «y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1) y, mientras oraba, su rostro cambió de aspecto, brillando como el sol, y sus vestiduras se volvieron cándidas como la luz.
Se les aparecieron entonces Moisés y Elías, y se pusieron a dialogar con Él. A este punto, Pedro dice a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (v. 4). No había aún terminado de hablar, cuando una nube luminosa los cubrió.
El evento de la Transfiguración del Señor nos ofrece un mensaje de esperanza – así seremos nosotros, con Él – nos invita a encontrar a Jesús, para estar al servicio de los hermanos.
La subida de los discípulos hacia el monte Tabor nos lleva a reflexionar sobre la importancia de desprendernos de las cosas mundanas, para efectuar un camino hacia lo alto y contemplar a Jesús. Se trata de disponernos a la escucha atenta y orante del Cristo, el Hijo amado del Padre, buscando momentos íntimos de oración que permitan la acogida dócil y gozosa de la Palabra de Dios. En esta elevación espiritual, en este desprendimiento de las cosas mundanas, estamos llamados a redescubrir el silencio pacificante y regenerante de la meditación del Evangelio, de la lectura de la Biblia, que conduce hacia una meta rica de belleza, de esplendor y de alegría. Y cuando nosotros nos ponemos así, con la Biblia en la mano, en silencio, comenzamos a sentir esta belleza interior, esta alegría que nos da la Palabra de Dios en nosotros.
En esta perspectiva, el tiempo veraniego es un momento providencial para acrecentar nuestro empeño de búsqueda y de encuentro con el Señor. En este periodo, los estudiantes están libres de las obligaciones escolares y muchas familias realizan sus vacaciones; es importante que en el periodo de descanso y de desapego de las ocupaciones cotidianas, se puedan fortificar las fuerzas del cuerpo y del espíritu, profundizando en el camino espiritual.
Al finalizar la experiencia maravillosa de la Transfiguración, los discípulos bajaron de la montaña (Cfr. v. 9) con los ojos y el corazón transfigurados por el encuentro con el Señor. Es el recorrido que podemos realizar también nosotros. El redescubrimiento cada vez más vivo de Jesús no es un fin en sí mismo, sino que nos induce a “bajar de la montaña”, recargados por la fuerza del Espíritu divino, para decidir nuevos pasos de auténtica conversión y para testimoniar constantemente la caridad, como ley de vida cotidiana.
Transformados por la presencia de Cristo y por el ardor de su palabra, seremos signo concreto del amor vivificante de Dios para todos nuestros hermanos, especialmente para quienes sufren, para cuantos se encuentran en la soledad y en el abandono, para los enfermos y para la multitud de hombres y de mujeres que, en diversas partes del mundo, son humillados por la injusticia, la prepotencia y la violencia.
En la Transfiguración se oye la voz del Padre celestial que dice: «Este es mi Hijo amado. Escúchenlo» (v.5). Miramos a María, la Virgen de la escucha, siempre dispuesta a acoger y custodiar en su corazón cada palabra del Hijo divino (Cfr. Lc 1,52).
Quiera nuestra Madre y Madre de Dios ayudarnos a entrar en sintonía con la Palabra de Dios, para que Cristo se convierta en luz y guía de toda nuestra vida. A Ella le encomendamos las vacaciones de todos, para que sean serenas y proficuas, pero sobre todo por el verano de cuantos no pueden ir de vacaciones porque están impedidos por la edad, por motivos de salud o de trabajo, por restricciones económicas o por otros problemas, para que sea de todos modos un tiempo de distención, animado por la presencia de amigos y de momentos dichosos.
(Traducción del italiano de Renato Martinez para Radio Vaticano)