Rafael Navarro-Valls es catedrático, presidente de las Academias Jurídicas y Sociales de Iberoamérica y hermano de Joaquín Navarro-Valls, quien fuera portavoz de la Sala de Prensa vaticana durante 22 años, el gran comunicador vaticano, portavoz de Juan Pablo II y de la actualidad de la Santa Sede. A la muerte de su hermano, acaecida a los 81 años, publica este obituario en el diario El Mundo, describiendo su lealtad y coraje.
por Rafael Navarro-Valls
Joaquín Navarro-Valls, que falleció anoche en Roma, fue un excelente médico que se convirtió en un magnífico periodista. Lo primero explica que los últimos años de su vida los dedicara a la medicina, como Presidente del Advisory Board de la Universidad Campus Biomédico de la capital italiana.
Pero su capolavoro, como dicen en Italia, fue la Sala de Prensa de la Santa Sede y su labor durante 22 años como portavoz de San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Todo comenzó con su fichaje por ABC [el diario español] en 1977 (hasta 1984). En ese tiempo fue corresponsal para Italia y el Mediterráneo Oriental (Egipto, Grecia, Israel, Argelia y Turquía), cubriendo, entre otros acontecimientos, el asesinato de Sadat y, como enviado especial, la crisis en Varsovia y la implantación de la ley marcial en diciembre de 1981, bajo la amenaza de los tanques rusos sobre Polonia.
Su calidad humana y profesional llevó a sus colegas en Roma a elegirlo Presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia. Su prestigio creció entre sus compañeros periodistas, cuando fueron detenidos dos colegas en una base militar italiana al intentar hacer un reportaje. El Gobierno italiano reaccionó con la amenaza de un juicio por espionaje. Joaquín se plantó en el Ministerio correspondiente haciendo notar lo desmesurado de la medida. El tema se diluyó cuando el futuro portavoz de la Santa Sede, amable pero firmemente, amenazó con movilizar a la prensa mundial, ante una reacción anómala y desenfocada contra dos excelentes periodistas.
Su nombramiento como Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede y portavoz del Papa sucedió así. Joaquín estaba presidiendo una rueda de prensa del magnate italiano Agnelli en la sede de la Asociación de la Prensa extranjera. Su secretaria le pasó una escueta nota: «Han llamado del Vaticano: el Papa le invita hoy a comer». Creyendo que era una broma, escribió a su vez: «Confirme la invitación».
Confirmada, el Presidente de la Asociación de la Prensa extranjera se encontró en la necesidad de acabar la rueda y salir corriendo al Vaticano, pero sin menospreciar a Agnelli. Joaquín detuvo la rueda con estas elegantes palabras: «Sr. Agnelli, lo que está usted diciendo y lo que prometen sus palabras es tan interesante, que merece una nueva rueda de prensa lo más pronto posible».
Lo que el Papa quería –Joaquín llegó a tiempo de corresponder a la invitación– era escuchar su punto de vista sobre una reestructuración de la Sala de Prensa del Vaticano. Joaquín, sin tener ni idea de la finalidad última de esas preguntas, emitió su sincera opinión. Días después, el Secretario de Estado le rogó que viniera a verle. Le propuso ser el portavoz papal y director de la Sala de Prensa de la Santa Sede. Joaquín –sorprendido– le dijo que tenía que pensárselo. El Secretario de Estado le contestó: «Piénselo usted, pero recuerde que, si no acepta, será la primera vez que alguien conteste negativamente a un ofrecimiento del Papa».
Ante esto, Navarro-Valls se convirtió en el primer laico con esa misión. Que ciertamente resultó larga: durante casi un cuarto de siglo bregó con los 300 periodistas habitualmente acreditados ante el Vaticano, dio varias veces la vuelta al mundo acompañando a Juan Pablo II –luego a Benedicto XVI– en sus más de 100 viajes fuera de Italia a 128 países, y fue enviado especial del Papa a Moscú, La Habana (donde preparó con Fidel Castro la visita de Juan Pablo II a Cuba) y como miembro especial de la delegación de la Santa Sede en las Conferencias internacionales de la ONU en El Cairo (1984), Copenhague (1995), Pekín (1995) y Estambul (1996).
Fue en la Conferencia de El Cairo cuando Navarro-Valls se enfrentó directamente con el Vicepresidente de Estados Unidos Al Gore. Se estaban debatiendo temas cercanos a la llamada salud reproductiva. Navarro se vio obligado a decir: «El vicepresidente se equivoca», a raíz de las versiones que Al Gore había lanzado sobre el significado de los textos en discusión. Y añadió: «El Cairo corre el riesgo de convertirse en una sesión llamada a sancionar un estilo de vida en círculos minoritarios de ciertas Sociedades opulentas, e imponer esos valores a las culturas emergentes y menos desarrolladas de nuestra sociedad». La reacción de Al Gore fue de sorpresa: no acertó a desmentir en el debate oral al Portavoz de la Santa Sede.
Desde luego Joaquín fue un hombre valiente y leal a su misión en la Santa Sede. Pero también destacaba por un gran corazón. Cuando el 2 de abril de 2005 debió confirmar la muerte de Juan Pablo II, su voz entrecortada por las lágrimas conmovió una audiencia de millones de personas en todo el mundo.
La misma reacción de afecto –de la que yo fui testigo– que cuando el Papa nos llamó durante el velatorio de mi padre en Cartagena, para decirnos que rezaba por nuestro padre y especialmente por la mamma, nuestra madre.
Su independencia y estrecho contacto con Juan Pablo II se facilitó por su nulo deseo de hacer carriera en la curia. De hecho, cuando dejó el puesto, eludió cualquier cargo en la Santa Sede, prefiriendo dedicarse a la medicina en una universidad de ciencias médicas de Roma.
Unía una probada capacidad de conversador brillante, con el dominio de idiomas y afición por la música clásica, el tenis y la pesca submarina. Yo le acompañaba durante una verdadera batalla submarina para sacar a la superficie un mero de 25 kg. que arponeamos en las costas de Cabo de Palos. Naturalmente, estoy hablando de años en los que no existían zonas con Reserva Marítima.
Por otra parte, Joaquín fue un hombre de profundas convicciones religiosas. Su pertenencia al Opus Dei le facilitó incrementarlas y conferirles mayor solidez. También en este aspecto fue un hombre privilegiado al tratar y conocer con cierta profundidad a tres santos: San Juan Pablo II, San Josemaría y el Beato Álvaro del Portillo.
Descanse en paz.