Algunos minutos antes, en la sala contigua al Aula Pablo VI, el Papa había tenido un encuentro con la delegación de la National Football League (NFI) de EEUU (fútbol americano) y en su saludo dio un matiz sobre el deporte: “Como muchos de ustedes soy un apasionado del fútbol, ¡pero en el país del que vengo se juega de manera distinta!"
En la plaza, el Pontífice prosiguió sus catequesis sobre el tema de la esperanza, relacionándolo con los santos, en cuanto testimonios y compañeros.
En su resumen en español indicó que “nuestra vida como cristianos está marcada por la presencia poderosa de la mano de Dios que nos sostiene. Y, también, por la asistencia discreta de los santos, hermanos y hermanas ‘mayores’ que han recorrido nuestro mismo camino, que han sufrido nuestras mismas penalidades y que viven ya para siempre con Dios”.
“Su existencia nos asegura que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable, sino posible con la gracia de Dios”, prosiguió el Papa.
E indicó que “ la carta a los Hebreos define la presencia de los santos en nuestra vida con la expresión «una nube ingente de testigos». Ellos nos rodean invisiblemente, y su compañía e intercesión se hace evidente en los momentos culminantes de nuestro caminar cristiano: como en el Bautismo, donde por primera vez se invoca su intercesión para que Dios nos ayude en la lucha contra el mal”.
“En el matrimonio, para que conserve en el amor y la fidelidad a los esposos que inician el ‘viaje’ de la vida conyugal. En la Ordenación sacerdotal, donde toda la Asamblea, guiada por el obispo, implora su intercesión en favor del candidato. Y así, también en otras circunstancias de nuestra peregrinación”.
“Somos polvo -aseguró el Pontífice- pero amasados con el amor de Dios, y que fieles a esta tierra amada por Jesús, caminamos decididamente hacia la patria definitiva, guiados por una sólida esperanza”.
Francisco concluyó saludando a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Y exhortó: “Que el Señor nos conceda la gracia de ser santos, de convertirnos en imágenes de Cristo para este mundo, tan necesitado de esperanza, de personas que rechazando el mal, aspiren a la caridad y a la fraternidad.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El día de nuestro bautismo, se repite para nosotros la invocación a los santos. Muchos de nosotros en ese momento éramos niños en los brazos de nuestros padres. Poco antes de recibir el óleo de la unción bautismal como catecúmenos, símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invita a toda la asamblea a rezar por aquellos que están a punto de recibir el bautismo, invocando la intercesión de los santos.
Esta es la primera vez que en el curso de nuestra vida, se nos regala la presencia de los hermanos y hermanas “mayores”, que han pasado por nuestro mismo camino, que han vivido nuestras mismas fatigas, y viven para siempre en el abrazo de Dios. La Carta a los Hebreos define esta compañía que nos rodea, con la expresión “multitud de testigos”.(12,1)
Los cristianos en el combate contra el mal, no desesperan. El cristianismo cultiva una confianza inquebrantable: no cree que las fuerzas negativas y disgregantes puedan prevalecer. La última palabra sobre la historia del hombre, no es el odio, no es la muerte, no es la guerra.
En cada momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que “nos han precedido con el signo de la fe” (Canon Romano). Su existencia nos demuestra sobre todo que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y además nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está compuesta de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están involucrados en las vivencias de los que todavía viven aquí abajo.
La del bautismo, no es la única invocación a los santos que marca el camino de la vida cristiana. Cuando los novios consagran su amor en el sacramento del Matrimonio, viene invocada de nuevo para ellos- en esta ocasión como pareja- la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los dos jóvenes que parten hacia el “viaje” de la vida conyugal.
Quien ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir “para siempre”, pero también sabe que necesita de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos. Por esto, en la liturgia nupcial, se invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles, hace falta el valor para alzar los ojos al cielo, pensando en tantos cristianos que han pasado por tribulaciones y han conservado blancos sus vestidos bautismales, lavándolos en la sangre del Cordero (Ap. 7,14).
Dios no nos abandona nunca: cada vez que le necesitemos, vendrá un ángel suyo a levantarnos y a infundirnos su consuelo. “Ángeles” que algunas veces tienen un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos en medio de nosotros.
También los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación a los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más conmovedores de la liturgia de ordenación. Los candidatos se echan a tierra, con la cara vuelta hacia el suelo. Y toda la asamblea, guiada por el Obispo, invoca la intercesión de los santos.
Un hombre, que permanece aplastado por el peso de la misión que se le confía, pero que al mismo tiempo siente todo el paraíso en sus espaldas, que la gracia de Dios no faltará, porque Jesús permanece siempre fiel, y por tanto se puede partir serenos y llenos de ánimo. No estamos solos.
Somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras fuerzas, pero potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad ni sufrimiento.
Que el Señor nos de la esperanza de ser santos. Es el gran regalo que cada uno de nosotros puede devolver al mundo. Que el Señor nos de la gracia de creer tan profundamente en Él, que podamos volvernos imagen de Cristo en este mundo. Nuestra historia necesita “místicos”.
Tiene necesidad de personas que rechazan todo dominio, que aspiran a la caridad y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Y sin estos hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza.