"Todos recemos por la paz en cada rincón del mundo", pidió Francisco. Se trata de una iniciativa que recuerda el encuentro en los Jardines Vaticanos, para invocar de Dios el don de la paz en Tierra Santa, en Oriente Medio y en todo el mundo, el 8 de junio de 2014, al que acudieron los mandatarios israelí y palestino y el Patriarca de Constantinopla.
«Mañana [por el jueves 8 de junio], a las 13 horas, se renueva en diversos países la iniciativa ‘Un minuto por la paz’. Es decir, un pequeño momento de oración en el aniversario de mi encuentro en el Vaticano con el difunto Presidente israelí Peres y el Presidente palestino Abbas. En nuestro tiempo hay tanta necesidad de rezar – cristianos, judíos y musulmanes – por la paz».
En sus saludos a los peregrinos, el Papa recordó también a la Virgen. «Saludo en particular a la Asociación Comunidad Reina de la Paz de Radom [Polonia], que inspirándose en las 12 estrellas de la corona de María, Reina de la Paz, está realizando 12 centros de Adoración Eucarística y oración perpetua por la paz, en los lugares más incandescentes del mundo. A petición de esta Asociación he bendecido hoy el altar Adoratio Domini in unitate et pace, destinado al Santuario de la Virgen del Rosario en Namyang, en Corea del Sur. Que en este mes de junio, dedicado a la devoción del Sagrado Corazón de Jesús, no falte la oración de cada uno por la paz. Alabado Sea Jesucristo».
También bendijo el Santo Padre la ‘Antorcha de la Paz’ de la tradicional peregrinación, que se realiza cada año, desde la ciudad italiana de Macerata hasta el Santuario Mariano de Loreto.
En sus palabras a jóvenes, enfermos y recién casados recordó la devoción al Sagrado Corazón. «El mes de junio, que acaba de empezar nos recuerda la devoción del Sagrado Corazón de Jesús: queridos jóvenes, siguiendo el modelo del aquel Corazón divino, crezcan en la entrega al prójimo; queridos enfermos, en el sufrimiento, unan sus corazones al del Hijo de Dios; y, ustedes, queridos recién casados, contemplen el Corazón de Jesús para aprender el amor incondicional».
Su catequesis se centró en la parábola del Hijo Pródigo, que es la del Padre Misericordioso.
“En la parábola del padre misericordioso, Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa. Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola. Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrio del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo amar.”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del primer miércoles de junio, el misterio insondable de un Dios que es “Padre” y que no puede dejar de amar a sus hijos; y esta certeza, dijo el Papa, es la base de nuestra esperanza.
Todo eso aparece también en el Padrenuestro y en su presentación en la liturgia. Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, precisó el Santo Padre, en esta palabra, en tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión «nos atrevemos a decir». “Invocarlo como Padre nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él – subrayó el Papa Francisco – esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre”.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Había algo de atractivo en la oración de Jesús, era tan fascinante que un día sus discípulos le pidieron que les enseñara. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que entre los Evangelistas es quien ha documentado mayormente el misterio del Cristo “orante”: el Señor oraba. Los discípulos de Jesús están impresionados por el hecho de que Él, especialmente en la mañana y en la tarde, se retira en la soledad y se “inmerge” en la oración. Y por esto, un día, le piden de enseñarles también a ellos a orar. (Cfr. Lc 11,1).
Es entonces que Jesús transmite aquello que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el “Padre Nuestro”. En verdad, Lucas, en relación a Mateo, nos transmite la oración de Jesús en una forma un poco abreviada, que inicia con una simple invocación: «Padre» (v. 2).
Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión «nos atrevemos a decir».
De hecho, llamar a Dios con el nombre de “Padre” no es para nada un hecho sobre entendido. Somos conducidos a usar los títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cambio, invocarlo como “Padre” nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él. Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, que siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero no nos da más miedo, no nos aplasta, no nos angustia. Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tanto es así que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, «salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí» (Mc 16,8). Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: “No tengan miedo”.
Pensemos en la parábola del padre misericordioso (Cfr. Lc 15,11-32). Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa. Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola. Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrio del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo “amar”. Cuando el hijo rebelde, después de haber derrochado todo, regresa finalmente a su casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su brazo hace entender al hijo que en todo ese largo tiempo de ausencia le ha hecho falta, ha dolorosamente faltado a su amor de padre.
¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor en relación con sus hijos!
Tal vez es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el Apóstol Pablo no se siente seguro de traducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba: “abbà”. En dos ocasiones San Pablo, en su epistolario (Cfr. Rom 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y en las dos veces deja esa palabra sin traducirla, de la misma forma en la cual ha surgido de los labios de Jesús, “abbà”, un término todavía más íntimo respecto a “padre”, y que alguno traduce “papá, papito”.
Queridos hermanos y hermanas, no estamos jamás solos. Podemos estar lejos, hostiles, podemos también profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será jamás un Dios “sin el hombre”; es Él quien no puede estar sin nosotros, y esto es un gran misterio. Dios no puede ser Dios sin el hombre: ¡este es un gran misterio! Y esta certeza es la fuente de nuestra esperanza, que encontramos conservada en todas las invocaciones del Padre Nuestro. Cuando tenemos necesidad de ayuda, Jesús no nos dice de resignarnos y cerrarnos en nosotros mismos, sino de dirigirnos al Padre y pedirle a Él con confianza. Todas nuestras necesidades, desde las más evidentes y cotidianas, como el alimento, la salud, el trabajo, hasta aquellas de ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: existe en cambio un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona.
Ahora les hago una propuesta: cada uno de nosotros tiene tantos problemas y tantas necesidades. Pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y en estas necesidades. Pensemos también en el Padre, en nuestro Padre, que no puede estar sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos, con confianza y esperanza, oremos: “Padre nuestro, que estas en los cielos…”. Gracias.
(Traducción del italiano por Renato Martinez, de Radio Vaticano)