El Papa Francisco, en su audiencia pública del miércoles, ha comentado los acontecimientos de violencia en Siria y en San Petersburgo.
"Mi pensamiento va en este momento al grave atentado de los días pasados en la ciudad de San Petersburgo, que provocó víctimas y desgracia en la población. Mientras confío a la misericordia de Dios a los que han muerto trágicamente, expreso mi espiritual cercanía a sus familiares y a todos los que sufren a causa de este dramático evento", dijo en italiano.
También añadió: "Asistimos horrorizados a los últimos acontecimientos en Siria. Expreso mi firme disgusto por las inaceptables matanzas que tuvieron lugar ayer en la provincia de Idlib, donde fueron asesinadas decenas de personas inermes, entre ellas tantos niños. Rezo por las víctimas y por sus familiares y hago un llamamiento a la conciencia de los que tienen responsabilidades políticas a nivel local e internacional a fin de que cese esta tragedia y se lleve consuelo a esa querida población desde hace tanto tiempo probada por la guerra".
Y expresó un mensaje que fue traducido en lengua árabe: “Queridos hermanos y hermanas, Él nos dijo que cada vez que nosotros toman parte a favor de los pequeños y marginados, o que nosotros no respondemos al mal con mal, sino perdonando y bendiciendo, nosotros resplandecemos como signos vivos y luminosos de esperanza, volviéndonos instrumentos de consolación y del paz, de acuerdo al corazón de Dios”.
En un clima primaveral el Papa fue recibido por unos 15.000 fieles en la Plaza de San Pedro. En el vehículo abierto pasó en medio de los pasillos de la plaza, bendiciendo a diversos niños y ancianos e incluso deteniéndose algunos instantes para tomar un mate que le ofreció un peregrino.
En sus palabras en español, el Santo Padre resumió la catequesis, prosiguiendo con el tema de la esperanza cristiana. Y recordó que “el apóstol Pedro nos invita a dar razones de la esperanza que habita en nuestros corazones”. Precisó entretanto que “esta esperanza no es un concepto ni un sentimiento, sino una persona, Jesús resucitado, que, desde nuestro bautismo, vive en nosotros, renueva nuestra vida y nos colma con su amor y con la plenitud del Espíritu Santo”.
Porque “cuando vivimos esta realidad, nos convertimos en sembradores de resurrección, y en portadores de un perdón y de una bendición que son el anuncio del amor sin medida de Dios, fundamento de nuestra esperanza”. Saludó a los peregrinos de lengua española con una exhortación: “Los animo a vivir con intensidad los días de la Semana Santa. Que la contemplación de la Pasión y Muerte de Jesús, nos asegure en la esperanza de la resurrección, y nos ayude a ser instrumentos de su consuelo y de su amor para todos nuestros hermanos”.
Su catequesis en italiano se centró en dos conceptos: estar dispuestos a expresar la fe tanto con un buen testimonio de vida como con palabras razonadas, y, como segundo concepto, la necesidad de no devolver mal por mal, sino responder siempre perdonando y bendiciendo.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡La Primera Carta del Apóstol Pedro lleva en sí una carga extraordinaria! Es necesario leerla una, dos, tres veces para entender, esta carga extraordinaria: logra infundir gran consolación y paz, haciendo percibir como el Señor está siempre junto a nosotros y no nos abandona jamás, sobre todo en los momentos más delicados y difíciles de nuestra vida. Pero, ¿cuál es el secreto de esta Carta, y en modo particular del pasaje que hemos apenas escuchado (Cfr. 1 Pt 3,817)? Esta es la pregunta. Yo sé que ustedes hoy tomarán el Nuevo Testamento, buscarán la Primera Carta de Pedro y la leerán con calma, para entender el secreto y la fuerza de esta Carta. ¿Cuál es el secreto de esta Carta?
1. El secreto está en el hecho de que este escrito tiene sus raíces directamente en la Pascua, en el corazón del misterio que estamos por celebrar, haciéndonos así percibir toda la luz y la alegría que surgen de la muerte y resurrección de Cristo. Cristo ha resucitado verdaderamente, y este es un bonito saludo para darnos los días de Pascua: “¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha resucitado!”, como muchos pueblos hacen. Recordándonos que Cristo ha resucitado, está vivo entre nosotros, está vivo y habita en cada uno de nosotros.
Es por esto que San Pedro nos invita con fuerza a adorarlo en nuestros corazones (Cfr. v. 16). Allí el Señor ha establecido su morada en el momento de nuestro Bautismo, y desde allí continúa renovándonos y renovando nuestra vida, llenándonos de su amor y de la plenitud del Espíritu. Es por esto que el Apóstol nos exhorta a dar razones de la esperanza que habita en nosotros (Cfr. v. 15): nuestra esperanza no es un concepto, no es un sentimiento, no es un teléfono celular, no es un montón de riquezas: ¡no! Nuestra esperanza es una Persona, es el Señor Jesús que lo reconocemos vivo y presente en nosotros y en nuestros hermanos, porque Cristo ha resucitado. Los pueblos eslavos se saludan, en vez de decir “buenos días”, “buenas tardes”, en los días de Pascua se saludan con esto “¡Cristo ha resucitado!”, “¡Christos voskrese!”, lo dicen entre ellos; y son felices al decirlo. Y este es el “buenos días” y las “buenas tardes” que nos dan: “¡Cristo ha resucitado!”.
2. Entonces, comprendemos que de esta esperanza no se debe dar tantas razones a nivel teórico, con palabras, sino sobre todo con el testimonio de vida, y esto sea dentro de la comunidad cristiana, sea fuera de ella. Si Cristo está vivo y habita en nosotros, en nuestro corazón, entonces debemos también dejar que se haga visible, no esconderlo, y que actúe en nosotros. Esto significa que el Señor Jesús debe ser cada vez más nuestro modelo: modelo de vida y que nosotros debemos aprender a comportarnos como Él se ha comportado. Hacer lo mismo que hacia Jesús.
La esperanza que habita en nosotros, por tanto, no puede permanecer escondida dentro de nosotros, en nuestro corazón: sino, sería una esperanza débil, que no tiene la valentía de salir fuera y hacerse ver; sino nuestra esperanza, como se ve en el Salmo 33 citado por Pedro, debe necesariamente difundirse fuera, tomando la forma exquisita e inconfundible de la dulzura, del respeto, de la benevolencia hacia el prójimo, llegando incluso a perdonar a quien nos hace el mal.
Una persona que no tiene esperanza no logra perdonar, no logra dar la consolación del perdón y tener la consolación de perdonar. Sí, porque así ha hecho Jesús, y así continúa haciendo por medio de quienes le hacen espacio en sus corazones y en sus vidas, con la conciencia de que el mal no se vence con el mal, sino con la humildad, la misericordia y la mansedumbre. Los mafiosos piensan que el mal se puede vencer con el mal, y así realizan la venganza y hacen muchas cosas que todos nosotros sabemos. Pero no conocen que cosa es la humildad, la misericordia y la mansedumbre. ¿Y por qué? Porque los mafiosos no tienen esperanza. ¡Eh! Piensen en esto.
3. Es por esto que San Pedro afirma que «es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal» (v. 17): no quiere decir que es bueno sufrir, sino que, cuando sufrimos por el bien, estamos en comunión con el Señor, quien ha aceptado sufrir y ser crucificado por nuestra salvación. Entonces cuando también nosotros, en las situaciones más pequeñas o más grandes de nuestra vida, aceptamos sufrir por el bien, es como si difundiéramos a nuestro alrededor las semillas de la resurrección, las semillas de vida e hiciéramos resplandecer en la oscuridad la luz de la Pascua.
Es por esto que el Apóstol nos exhorta a responder siempre «deseando el bien» (v. 9): la bendición no es una formalidad, no es sólo un signo de cortesía, sino es un gran don que nosotros en primer lugar hemos recibido y que tenemos la posibilidad de compartirlo con los hermanos. Es el anuncio del amor de Dios, un amor infinito, que no se termina, que no disminuye jamás y que constituye el verdadero fundamento de nuestra esperanza.
Queridos amigos, comprendemos también porque el Apóstol Pedro nos llama «dichosos», cuando tengamos que sufrir por la justicia (Cfr. v. 13). No es sólo por una razón moral o ascética, sino es porque cada vez que nosotros tomamos parte a favor de los últimos y de los marginados o que no respondemos al mal con el mal, sino perdonando, sin venganza, perdonando y bendiciendo, cada vez que hacemos esto nosotros resplandecemos como signos vivos y luminosos de esperanza, convirtiéndonos así en instrumentos de consolación y de paz, según el corazón de Dios. Así, adelante con la dulzura, la mansedumbre, siendo amables y haciendo el bien incluso a aquellos que no nos quieren, o nos hacen del mal. ¡Adelante!
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)