El Papa Francisco ha recibido este jueves en audiencia a empresarios católicos y les ha avisado de que “la corrupción es hacerse seguidor del diablo, padre de la mentira” y que la función de las empresas es servir, no meramente conseguir dinero.
Se dirigió a los emprendedores reunidos con motivo de la Conferencia Internacional de Asociaciones de Empresarios católicos (www.uniapacla.org).
El Pontífice recordó a los presentes que “todas las actividades humanas, también la empresarial, pueden ser un ejercicio de la misericordia, que es participación en el amor de Dios por los hombres”. Y señalando los riesgos de esta actividad indicó las parábolas del ‘tesoro escondido en un campo’ y de ‘la perla preciosa’. De este modo subrayó tres factores: el riesgo de usar bien el dinero, el riesgo de la honestidad y el riesgo de la fraternidad. Y recordó la frase: ‘el dinero es el estiércol del diablo’.
El Santo Padre quiso señalar que el papa León XIII inició la doctrina social de la Iglesia, seguida después por Pío XI, retomada por Pablo VI y citó también a san Juan Pablo II.
Las riquezas son buenas –aseveró el Pontífice– cuando se ponen al servicio del prójimo, de lo contrario son inicuas. Por tanto, “el dinero debe servir, en vez de gobernar”.
Preciso por eso que “el dinero es sólo un instrumento técnico de intermediación” y que por lo tanto “no tiene un valor neutro”, sino que “adquiere valor según la finalidad y las circunstancias en que se usa”. Por ello advirtió que “cuando se afirma la neutralidad del dinero, se está cayendo en su poder”.
Las empresas no deben existir para ganar dinero, aunque el dinero sirva para medir su funcionamiento. “Las empresas existen para servir”, señaló. Si bien reconoció que esto “supone asumir el riesgo de complicarse la vida, teniendo que renunciar a ciertas ganancias económicas”.
[Sobre los fines de la empresa, véase el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, párrafo 338 y siguientes].
El Papa también dijo que “el crédito debe ser accesible para la vivienda de las familias, para las pequeñas y medianas empresas, para los campesinos, para las actividades educativas, especialmente a nivel primario, para la sanidad general, para el mejoramiento y la integración de los núcleos urbanos más pobres”.
Lamentó así que “el crédito sea más accesible y más barato para quien posee más recursos” y “más caro y difícil para quien tiene menos, hasta el punto de dejar las franjas más pobres de la población en manos de usureros sin escrúpulos”. Y esto existe también a nivel internacional cuando “el financiamiento de los países más pobres se convierte fácilmente en una actividad usurera”.
Este es uno de los grandes desafíos para el sector empresarial y para los economistas en general, que “está llamado a conseguir un flujo estable y suficiente de crédito que no excluya a ninguno y que pueda ser amortizable en condiciones justas y accesibles” dijo.
Sin olvidar que “también hará falta la intervención del Estado para proteger ciertos bienes colectivos y asegurar la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales”. E ignorar esto – afirmaba Juan Pablo II– lleva a “una idolatría del mercado”.
En su predicación, añadió que “la corrupción es la peor plaga social” porque “es la ley de la selva disfrazada de aparente racionalidad social”. Aseguró que “la corrupción es un fraude a la democracia y abre las puertas a otros males terribles como la droga, la prostitución y la trata de personas, la esclavitud, el comercio de órganos, el tráfico de armas, etc. La corrupción es hacerse seguidor del diablo, padre de la mentira”.
Quiso precisar entretanto que esto se da “no solamente en la política, sino también las empresas, medios de comunicación, en las Iglesias, y también hay corrupción en las organizaciones sociales y los movimientos populares”.
Alertó que existen muchas veces tentaciones de minimizar este mal como justificarse porque hay que “salvar la empresa o su comunidad de trabajadores” o la tentación de pensar que “se trata de algo que todos hacen o que no tienen mayor importancia”. Y concluyó que “cualquier intento de corrupción, activa o pasiva, es comenzar a adorar al dios dinero”.
El Santo Padre quiso indicar un tercer punto, ‘la fraternidad’ que debe llevar a estar “por encima de la lógica de los intercambios” sin olvidar la gratuidad, como elemento imprescindible de la vida social y económica”. Porque, añadió, “el respeto del otro como hermano debe extenderse también a la comunidad local en la que se ubica físicamente la empresa y las relaciones jurídicas y económicas de la misma.
Sobre la fraternidad, el Pontífice recordó también las emigraciones y los refugiados, un tema “que oprime nuestros corazones”.
“La Santa Sede y las Iglesias locales -aseguró- están haciendo esfuerzos extraordinarios para afrontar eficazmente las causas de esta situación, buscando la pacificación de las regiones y países en guerra y promoviendo el espíritu de acogida”.
Señalando las causas de los conflictos se refirió a la fabricación de actividades que alimentan la guerra: “Les pido por esto a los empresarios –exhortó el Papa– que traten de convencer a los gobiernos para que renuncien a cualquier tipo de actividad bélica”.
Y volviendo a las migraciones señaló que es necesario que estas sigan siendo “un factor importante de desarrollo” sin olvidar “que vuestros abuelos o nuestros padres, llegaron de Italia, España, Portugal, Líbano u otros países a América del Sur y del Norte, casi siempre en condiciones de pobreza extrema”. A pesar de ello “pudieron sacar adelante una familia, progresar y hasta convertirse en empresarios porque encontraron sociedades acogedoras, a veces tan pobres como ellos, pero dispuestas a compartir lo poco que tenían” dijo.
“Mantengan y transmitan –exhortó Francisco– este espíritu que tiene raíz cristiana, manifestando también aquí el genio empresarial y al concluir recordó que la UNIAPAC y ACDE le evocan “el recuerdo del empresario argentino Enrique Shaw, uno de sus fundadores, cuya causa de beatificación pude promover cuando era arzobispo de Buenos Aires”.