Nunca se descubrió al asesino de Antonietta Longo ni se encontró su cabeza. El cuerpo, apuñalado con saña, apareció a orillas del lago Albano, con la horrible mutilación cubierta por un ejemplar de Il Messaggero del 5 de julio de 1955.
De origen campesino, sirvienta en Roma desde niña, utilizada por hombres sin alma, la vida empezaba a sonreírle. En las fechas previas la joven retiró los ahorros del banco, pidió a sus dueños unas vacaciones y se alojó en una pensión. Escribió a casa anunciando su boda y compró un billete de tren hacia la felicidad, que quedó intonso. En la consigna de Termini, las maletas con el humilde ajuar aguardaron en vano.
De Antonietta Longo, una joven de vida desdichada que empezaba a ser feliz, se sabe casi todo salvo lo esencial: quién y por qué la asesinó y decapitó.
Los vecinos de Castelgandolfo (hoy son ocho mil), localidad ribereña del lago, no hablaban de otra cosa cuando Pío XII comenzó aquel año su estancia en el palacio, como hicieron sus predecesores y harían sus sucesores. Algo que en adelante, y mientras otro Sumo Pontífice no decida lo contrario, no volverá a suceder, pues por decisión de Francisco desde el jueves pasado ya no es residencia papal, sino un museo abierto al público.
El Papa Eugenio Pacelli solía ocuparlo de julio a noviembre, y allí murió, en octubre de 1958. Y en circunstancias tan truculentas como el caso Longo.
Una fea deslealtad
Tuvo la desgracia de confiar en su médico personal, Riccardo Galeazzi-Lisi, quien no solo vendió a Paris-Match unas fotos del Papa agonizante, sino también la exclusiva del deceso. Y la vendió mal. La señal convenida con el periodista implicado era abrir una ventana que solía estar cerrada, pero lo hizo por casualidad alguien ajeno a la operación. Hubo que desmentir la noticia horas antes de que sucediese en realidad.
Una página negra en la historia de las deslealtades a los Papas, medio siglo antes de Vatileaks: el reportaje con las fotos de Pío XII agonizante.
Por si fuera poco, el galeno embalsamó el cadáver con una desastrosa técnica propia, que aceleró la descomposición. Los gases acumulados estallaron en el féretro al salir de Castelgandolfo, dañando el cuerpo de un Papa santo que trabajó hasta desfallecer en su última audiencia, con Alec Guinness, recién convertido al catolicismo.
Porque aquello era una segunda residencia, más que un lugar de descanso. Ese lujo solo se lo permite el sucesor de Pedro… para acudir al encuentro con Pedro. “Un Papa muere de noche, porque de día gobierna la Iglesia”, repetía San Juan XXIII a los doctores en sus últimas horas. Fue él, por cierto, quien inauguró la costumbre de salir al patio de Castelgandolfo a rezar el ángelus con vecinos y peregrinos.
Partos en la cama del Papa
Hasta la postguerra, las estancias de los Papas eran en primavera y otoño, y de hecho a Pío XI le vino muy bien ausentarse en mayo de 1938 durante la única visita de Adolfo Hitler a Roma, en el peor momento de sus conflictos con la Iglesia.
Una foto del apartamento papal en 1943, ocupado por madres y recién nacidos.
Aunque Castelgandolfo no se libraría de la contienda. En enero de 1944 los aliados desembarcaron en Anzio y el pasillo hacia la Ciudad Eterna convirtió el Lacio en zona de guerra. Doce mil personas se refugiaron en terrenos con extraterritorialidad diplomática. El apartamento papal se convirtió en paritorio, y hasta el 4 de junio, en que cayó Roma, cuarenta niños nacieron en el mismo lugar donde dormían los Papas.
Los crímenes de la Revolución
Fue siempre territorio de acogida. Clemente X, mientras se curaba de una grave enfermedad en aquellos aires, concedió en 1710 a la localidad el título de Villa Pontificia, poniendo a sus habitantes bajo la jurisdicción del Palacio Apostólico.
Por eso en 1798, cuando la Francia revolucionaria atacó los Estados Pontificios, el pueblo fiel que había combatido heroicamente a las tropas de Joaquín Murat (el mismo que masacró Madrid el 2 de mayo de 1808) buscó protección en sus lares. El futuro general de Napoleón los batió a cañonazos y los saqueó. Marca de la casa.
El que a hierro mata, a hierro muere: fusilamiento de Murat el 13 de octubre de 1815 en Pizzo (Calabria), donde fue capturado mientras intentaba atacar el Reino de Nápoles, tras la derrota de Napoleón en Waterloo.
En la otrora finca de recreo del emperador Domiciano, la familia genovesa de los Gandolfi había edificado en el siglo XIII un inexpugnable castillo, cuyas ruinas incorporó a su patrimonio la Santa Sede en el siglo XVI en pago de una deuda.
Papas al galope
El complejo agrupa hoy, junto a las dependencias de gobierno, conventos y viviendas sociales. Ha sido residencia papal desde 1626, cuando Urbano VIII encargó el diseño del palacio al arquitecto Carlo Maderno. Como cardenal, Maffeo Barberini había frecuentado a caballo el paraíso que, cerca y al sur de Roma, rodea el lago Albano, de origen volcánico, 171 metros de profundidad y 3,5 kilómetros de eje mayor.
En eso de la afición equina le desbordó el nervioso Clemente XIV (17691774), que hizo célebres sus cabalgadas por el bosque dejando atrás a su escolta y cayéndose dos veces de mala manera. Totalmente vestido de blanco, tocado con un sombrero rojo y al galope, dio más de un buen susto a los lugareños.
Un Papa a caballo por el bosque cercano a Castelgandolfo. El lugar, paradisíaco, valía y vale el paseo.
Salvo algún Papa que prefirió no salir de Roma, y Francisco por decisión propia, todos lo han disfrutado alguna vez, excepto en la sombría etapa entre 1870 y los Tratados de Letrán de 1929. Era cuestión de principios. Los garibaldinos, tras anexionarse los Estados Pontificios, ofrecían el uso de Castelgandolfo como concesión graciosa. Ni León XIII ni San Pío X ni Benedicto XV aceptaron ese peaje, hasta que Benito Mussolini arregló el tema con Pío XI.
Un lugar para la ciencia
El acuerdo permitió además trasladar a la colina el observatorio astronómico vaticano. En los años sesenta, su director, el jesuita inglés Daniel O’Connell, logró descubrimientos decisivos sobre las estrellas dobles. Hoy dos cúpulas y tres telescopios, uno de última generación, continúan estudiando el Universo.
Contemplando ese cielo, en el esplendor del día y el silencio de la noche, Benedicto XVI remató la encíclica sobre la fe que firmaría Francisco. Bajo la que fue su ventana, las aguas guardan aún, para la eternidad, el secreto triste de Antonietta Longo. Sin ella, ahora también sin Papas, la vida sigue en Castelgandolfo, rumiando con nostalgia las huellas de la Historia, que pasa.
Publicado en su día en el semanario Alba, ahora actualizado.