Miles de personas que abarrotaban la Plaza de San Pedro hasta las mismas estribaciones de la Vía de la Conciliación (que hacia el final de la ceremonia también aparecía ocupada en su arranque) habían celebrado minutos antes con un sentido aplauso la proclamación de la albanesa Agnes Gonxha Bojaxhiu (19101997), conocida en todo el mundo como Madre Teresa de Calcuta, como santa.
En el balcón donde se cuelga siempre el cuadro de los canonizados figuraba desde la víspera el retrato de la Madre Teresa. Cientos de religiosas de su congregación pudieron desplazarse a Roma para el acto.
Fue cuando el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, concluyó la lectura del resumen de su vida, tras lo cual Francisco la proclamó como inscrita en el libro de los santos.
Todo el recinto de la Plaza de San Pedro se llenó para la ceremonia de canonización. Al final de la ceremonia, también se ocupó parte de la Via Conciliazione.
Entre las autoridades presentes en el acto se encontraban la ministra india de Asuntos Exteriores, Sushma Swaraj, y el presidente albanés, Bujar Nishani. La Reina Sofía encabezó la representación de España en la canonización, acompañada del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, y de la presidenta del Congreso, Ana Pastor.
Una vez proclamada santa, las reliquias de la Madre Teresa fueron instaladas sobre el altar y continuó la misa. La segunda lectura fue hecha en español por una religiosa de la congregación de Madre Teresa, y posteriormente el Evangelio fue proclamada en latín y en griego.
La superiora de las Misioneras de la Caridad coloca el relicario con las reliquias de la Madre Teresa sobre el altar donde se celebró la misa.
Francisco comenzó su homilía recordando que "los protagonistas de la historia son siempre dos, por un lado Dios y por otro los hombres. Nuestra tarea es escuchar la palabra de Dios y después aceptar su voluntad. Pero para cumplirla sin vacilación debemos hacernos esta pregunta: ¿cuál es la voluntad de Dios? Para reconocer la llamada de Dios debemos preguntarnos y comprender qué es lo que Él nos da".
Vista general del altar donde se celebraron la ceremonia de canonización y la misa.
"A Dios le agrada toda obra de misericordia, porque en el hermano que ayudamos reconocemos el rostro de Dios que nadie puede ver", explicó el Papa. Y añadió después: "Estamos pues llamados a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y profesamos en la fe. No hay alternativa a la caridad, quienes se ponen al servicio de los hermanos son quienes aman a Dios".
El Papa afirmó en la homilía que será difícil llamar Santa Teresa a la Madre Teresa, por su cercanía.
"Seguir a Jesús es un compromiso serio y al tiempo gozoso que requiere radicalidad y coraje para reconocer al Maestro en los más pobres y ponerse en su servicio", continuó: "Por eso los voluntarios que sirven a los últimos y a los necesitados por amor a Jesús no esperan agradecimiento ni gratificación, sino que renuncian a todo eso porque han descubierto el verdadero amor. Por eso cada uno de nosotros puede decir: el Señor ha venido a mi encuentro y se ha inclinado sobre mí en el momento de necesidad; así también yo salgo al encuentro de Él y me inclino sobre quienes han perdido la fe o viven como si Dios no existiera, sobre los jóvenes sin valores ni ideales, sobre las familias en crisis, sobre los enfermos y los encarcelados, sobre los refugiados e inmigrantes, sobre los débiles e indefensos en el cuerpo y en el espíritu, sobre los menores abandonados a sí mismos, sobre los ancianos dejados solos".
Concretando toda es vivencia de la caridad en la Madre Teresa, dijo el Papa que la nueva santa, "en toda su existencia, fue generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y de la defensa de la vida, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Se comprometió en defensa de la vida proclamando incesantemente que el todavía no nacido es el más débil y más pequeño. Se inclinó sobre las personas desfallecidas que mueren en el borde de las calles. Conociendo la dignidad que Dios les había dado, hizo sentir su voz a los poderosos de la tierra para que reconocieran sus culpas ante los crímenes de la pobreza creada por ellos mismos".
"Su misión en las periferias existenciales", continuó, "permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios a los más pobres entre los pobres.
Hoy entrego esta emblemática figura de mujer a todo el mundo del voluntariado: que ella sea vuestro modelo de santidad".
En ese momento Francisco se separó de sus folios para improvisar y dar voz a lo que quizá estaba en el corazón de todos los presentes: "Pienso que quizá tendremos un poco de dificultad en llamarla Santa Teresa. Su santidad es tan cercana a nosotros, que espontáneamente continuaremos llamándola Madre Teresa".
Y concluyó: "Que esta incansable trabajadora de la misericordia nos ayude a comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción es el amor gratuito, libre de toda ideología, de todo vínculo, sin distinción de lengua, cultura, raza o religión. A Madre Teresa le gustaba decir: quizá no hablo su idioma, pero puedo sonreír. Llevemos en el corazón su sonrisa y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino, especialmente a los que sufren. Abriremos así horizontes de alegría y esperanza a toda esta humanidad desanimada y necesitada de comprensión y ternura cada día".
Antes de concluir la misa, Francisco tuvo unas palabras de gratitud para todos los presentes y un recuerdo para tantas "religiosas que dan su vida sin ahorrar nada", y "en particular por la religiosa española Sor Isabel [Sola], asesinada hace dos días en la capital de Haiti, un país tan probado, al que deseo que pronto se acabe la violencia".
A continuación rezó el Angelus y terminó la ceremonia, tras la cual Francisco, una vez desvestido, saludó a numerosos obispos presentes en la Plaza de San Pedro, y luego a los fieles recorriéndola en el papamóvil.