Después, el Santo Padre después asistió en la Plaza de San Tiridate, en la ciudad de Etchmiadzin, a la Divina Liturgia que fue presidida por el catholicós Karekin II. Una liturgia, la armenia, con muchos aspectos similares a la constantiniana o preconciliar, indicaron los expertos, con un ingreso procesional del Evangelio cubierto de un velo bordado. El catholicós presidió la ceremonia en el altar a los pies de María, junto a unos diez prelados, todos vistiendo paramentos en los que predominaban los colores rojo y dorado. El santo Padre que siguió con gran atención el desarrollo de la ceremonia desde el lado derecho del estrado del altar, vestido de blanco y con una estola.
Y al concluir la Divina Liturgia, el catholicós Karekin II indicó que hoy los extremismos, la xenofobia, distorsión de los valores éticos y espirituales, así como la familia en crisis amenazan nuestra fe. Señaló también que la Iglesia es una en difundir el Evangelio de Cristo, en el cuidado de la creación y del hombre que es lo máximo entre las criaturas. Y expresó su deseo de que hayan otras oportunidades para dar testimonio juntos. Después Francisco se acercó a Karekin II y se dieron el abrazo de la paz.
Por su parte, el papa Francisco en sus palabras agradeció al catholicós Karekin II porque “ha abierto en estos días las puertas de su casa y hemos experimentado qué dulzura, qué delicia es convivir los hermanos unidos”.
Un encuentro “en el signo de los santos Apóstoles. Los santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio en estas tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el Señor en Roma” dijo.
Y deseó por ello que “la comunión entre nosotros sea plena” que no sea “ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno”.
Y que “tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado”.
Francisco por ello invito que “así como los Apóstoles en la mañana de Pascua, no obstante las dudas e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la resurrección atraídos por el amanecer feliz de una nueva esperanza, así también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios a la comunión plena y apresuremos el paso hacia ella”.
La Divina Liturgia después de la consagración y la comunión dada en las dos especies para los fieles ortodoxos armenios, por el Catholicós en el altar y llevada por los sacerdotes cubiertos de un manto color violeta a los fieles distantes, concluyó cuando Karekin II, se acercó al Papa y le llevó al centro del altar para que impartiera su bendición. Ambos dejaron el altar, caminando juntos debajo de un palio, en medio de los aplausos y vivas por parte de los presentes.
“Santidad, Queridos Obispos, Hermanos y hermanas
Al coronar esta visita, que tanto he deseado, y para mí ya inolvidable, deseo elevar mi agradecimiento al Señor, junto con el gran himno de alabanza y de acción de gracias que sube de este altar.
Vuestra Santidad me ha abierto en estos días las puertas de su casa y hemos experimentado “qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos (Sal 133,1). Nos hemos encontrado, nos hemos abrazado fraternalmente, hemos rezado juntos y compartido los dones, las esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia de Cristo, cuyo corazón oímos latir al unísono, y en la que creemos y sentimos como una.
“Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza […]. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos” (Ef 4,4-6): con gozo podemos hacer verdaderamente nuestras estas palabras del apóstol Pablo.
Nos hemos encontrado precisamente en el signo de los santos Apóstoles. Los santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio en estas tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el Señor en Roma, y que ahora reinan con Cristo en el cielo, se alegran ciertamente al ver nuestro afecto y nuestra aspiración concreta a la plena comunión. Por todo esto doy gracias al Señor, por vosotros y con vosotros: ¡Park astutsò! (¡Gloria a Dios!).
En esta Divina Liturgia, el solemne canto del trisagio se ha elevado al cielo, ensalzando la santidad de Dios; que descienda copiosamente la bendición del Altísimo sobre la tierra por intercesión de la Madre de Dios, de los grandes santos y doctores, de los mártires, sobre todo de tantos mártires que en este lugar habéis canonizados el año pasado.
“El Unigénito que vino aquí” bendiga vuestro camino. Que el Espíritu Santo haga de los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la unidad. Por eso quisiera invocarlo nuevamente, tomando algunas espléndidas palabras que han entrado en vuestra Liturgia.
Ven, Espíritu, Tú, “que con gemidos incesantes eres nuestro intercesor ante el Padre misericordioso, Tú, que velas por los santos y purificas a los pecadores”; infunde en nosotros tu fuego de amor y unidad, y “que este fuego diluya los motivos de nuestro escándalo” (Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 33, 5), ante todo, la falta de unidad entre los discípulos de Cristo.
Que la Iglesia Armenia camine en paz, y la comunión entre nosotros sea plena. Que brote en todos un fuerte anhelo de unidad, una unidad que no debe ser “ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo” (Palabras al final de la Divina Liturgia, Iglesia patriarcal de San Jorge, Estambul, 30 noviembre 2014).
Acojamos la llamada de los santos, escuchemos la voz de los humildes y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y sacrificaron sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado. Que desde este lugar santo se difunda de nuevo una luz radiante; la de la fe, que desde san Gregorio, vuestro padre según el Evangelio, ha iluminado estas tierras, y a ella se una la luz del amor que perdona y reconcilia.
Así como los Apóstoles en la mañana de Pascua, no obstante las dudas e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la resurrección atraídos por el amanecer feliz de una nueva esperanza (cf. Jn 20,3-4), así también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios a la comunión plena y apresuremos el paso hacia ella.
Y ahora, Santidad, en nombre de Dios te pido que me bendigas, a mí y a la Iglesia Católica, que bendigas esta nuestro recorrido hacia la unidad plena”.