-Quisiera suscitar una gran reflexión sobre esta cuestión, con el fin de poner de nuevo la eucaristía en el centro de nuestra vida. Muchas de nuestras liturgias se convierten en espectáculos. Con frecuencia, el sacerdote ya no celebra el amor de Cristo a través de su sacrificio, sino un encuentro entre amigos, una comida de camaradería, un momento fraternal. Intentando inventar liturgias creativas o festivas, corremos el riesgo de un culto demasiado humano, a la altura de nuestros deseos y de las modas del momento. Poco a poco los fieles se alejan de lo que nos da la Vida. ¡Para los cristianos, la eucaristía es una cuestión de vida o muerte!
-La liturgia es la puerta de nuestra unión con Dios. Si las celebraciones eucarísticas se transforman en autocelebraciones humanas, el peligro es inmenso, porque Dios desaparece. Hay que comenzar por colocar de nuevo a Dios en el centro de la liturgia. Si el hombre es su centro, la Iglesia se convierte en una sociedad puramente humana, una simple ONG, como dice el Papa Francisco. Por el contrario, si Dios está en el corazón de la liturgia, entonces la Iglesia reencontrará su vigor y su savia. “En nuestra relación con la liturgia se juega el destino de la fe y de la Iglesia”, escribía de manera profética el cardenal Joseph Ratzinger.
-El reconocimiento de la liturgia como obra de Dios supone una auténtica conversión del corazón. El Concilio Vaticano II insistía sobre un punto principal: en este ámbito, lo importante no es lo que hacemos nosotros, sino lo que hace Dios. Ninguna obra humana podrá jamás realizar lo que se encuentra en el corazón de la misa: el sacrificio de la Cruz.
»La liturgia nos permite escapar de los muros de este mundo. Reencontrar la sacralidad y la belleza de la liturgia exige a los laicos, los sacerdotes y los obispos un trabajo de formación. Se trata de una conversión interior.
»Para devolver a Dios al centro de la liturgia también hace falta el silencio: esa capacidad de callar para escuchar a Dios y su palabra. Solo encontramos a Dios en el silencio y en la profundización de su palabra en las profundidades de nuestro corazón.
-Convertirse es volverse hacia Dios. Estoy profundamente convencido de que nuestros cuerpos deben participar en esa conversión. La mejor forma, ciertamente, es celebrar –sacerdotes y fieles- dirigidos conjuntamente en la misma dirección: hacia el Señor que viene. No se trata, como se escucha a veces, de celebrar de espaldas a los fieles o de frente a ellos. El problema no es ése. Se trata de volverse juntos hacia el ábside, que simboliza el Oriente o trono de la Cruz del Señor resucitado.
»Celebrando así experimentaremos, también corporalmente, la primacía de Dios y de la adoración. Comprendemos que la liturgia es ante todo nuestra participación en el sacrificio perfecto de la Cruz. He hecho personalmente la experiencia: celebrando así, la asamblea, con el sacerdote a su cabeza, se ve como aspirada por el misterio de la Cruz en el momento de la elevación.
La orientación del sacerdote hacia el Señor (versus Orientem) no es una peculiaridad de la misa tradicional. Forma parte también, subraya el cardenal Sarah, de las rúbricas de la misa postconciliar.
-Es legítima y conforme a la letra y el espíritu del Concilio. En cuanto prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, suelo recordar que la celebración versus orientem está autorizada por las rúbricas del misal, que lo que precisan son los momentos en los que el celebrante debe volverse hacia el pueblo. Por tanto, no hace falta ninguna autorización particular para celebrar cara al Señor. En un artículo publicado en junio de 2015 por L’Osservatore Romano propuse que los sacerdotes y los fieles se vuelvan hacia Oriente al menos en el rito penitencial, en el canto del Gloria y en la plegaria eucarística.
-¡Más de cincuenta años después de la clausura del Vaticano II, es urgente que leamos sus textos! ¡El Concilio jamás pidió que se celebrase cara al pueblo! La constitución Sacrosanctum Concilium ni siquiera aborda esta cuestión… Los Padres del Concilio querían subrayar la necesidad para todos de participar en el misterio celebrado. En los años que siguieron al Vaticano II la Iglesia buscó los medios para llevar a cabo esta intuición.
»Así, celebrar cara al pueblo se convirtió en una posibilidad, pero no en una obligación. La liturgia de la Palabra justifica que el lector y los oyentes estén cara a cara, el diálogo y la pedagogía entre el sacerdote y su pueblo. Pero al llegar el momento de dirigirse a Dios, a partir del ofertorio, es esencial que el sacerdote y los fieles se vuelvan conjuntamente hacia el Oriente. Esto se corresponde plenamente a lo que querían los Padres conciliares.
»Creo que hay que volver a los textos del Concilio. Probablemente algunas adaptaciones a la cultura local no se han madurado suficientemente. Pienso en la traducción del misal romano. En algunos países se han suprimido elementos importantes, sobre todo en el momento del ofertorio. En francés, la traducción del Orate, fratres ha sido mutilada. El sacerdote debería decir: “Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre todopoderoso”. Y los fieles deben responder: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”. [N. del T.: es la traducción española, correcta por tanto.] En la audiencia que me concedió el Papa el sábado 2 de abril, me confirmó que las nuevas traducciones del misal romano deben imperativamente respetar el texto latino.
-La participación de los fieles es primordial. Consiste ante todo en dejarse llevar en seguimiento de Cristo al misterio de su muerte y de su resurrección. “No se va a misa para asistir a una representación. Se va a participar en el misterio de Dios”, recordaba el Papa Francisco recientemente. La orientación de la asamblea hacia el Señor es un medio simple y concreto de favorecer una auténtica participación de todos en la liturgia.
»La participación de los fieles no podría entenderse así como la necesidad de “hacer algo”. Sobre este punto, hemos deformado las enseñanzas del Concilio. Al contrario, se trata de dejar que Cristo nos tome de su mano, y asociarnos a su sacrificio. Sólo una mirada empapada por una fe contemplativa nos librará de reducir la liturgia a un espectáculo en el que cada cual desempeñe un papel. La eucaristía nos introduce en la oración de Jesús y en su sacrificio, porque sólo Él sabe adorar en espíritu y en verdad.
-En primer lugar, no somos los únicos que rezamos con una orientación precisa. El templo judío y la sinagogas siempre han estado orientadas. Al reencontrarnos con esta orientación, volvemos a nuestros orígenes. También los no cristianos, los musulmanes en particular, se orientan para rezar.
»Para nosotros, la luz es Jesucristo. Toda la Iglesia se orienta a Cristo. Ad Dominum. Una Iglesia cerrada sobre sí misma en un círculo habría perdido su razón de ser. Para ser ella misma, la Iglesia debe vivir cara a Dios. ¡Nuestro punto de referencia es el Señor! Sabemos que Él vivió con nosotros y que volvió al Padre en el Monte de los Olivos, situado en el este de Jerusalén. Y que volverá de la misma forma. Seguir dirigidos al Señor implica esperarle cada día. No hace falta que Dios se queje constantemente: “¡Me volvieron la espalda y no el rostro!” (Jer 2, 27).
Traducción de Carmelo López-Arias.