La festividad de Corpus Christi se celebró este jueves en Roma, delante de basílica San Juan de Letrán, catedral de la diócesis de Roma, con una misa solemne presidida por el papa Francisco y concelebrada por cardenales, obispos y sacerdotes.

La ceremonia contó con la participación del Coro Pontificio de la Capilla Sixtina y del Coro guía ‘Mater Ecclesiae’ que acompañaron la ceremonia.

El Papa Francisco, que vestía paramentos crema con bordes verde y dorados, y endosando el palio, tras incensar el altar, y después de las lecturas del día, centró su homilía en dos ideas: ‘haced esto en conmemoración mía’ y ‘el pan partido’.

En su homilía Francisco recordó que es Jesús quien bendice y parte los panes, con el fin de satisfacer a todas esas personas, pero los cinco panes y los dos peces fueron aportados por los discípulos y Jesús quería precisamente esto: que en lugar de despedir a la multitud, ofrecieran lo poco que tenían.

“Jesús se ha dejado ‘partir’, se parte por nosotros”, señaló el Pontífice. “Y pide que nos demos, que nos dejemos partir por los demás. Precisamente este ‘partir el pan’ se ha convertido en el icono, en el signo de identidad de Cristo y de los cristianos”.

Como los santos y santas que se han dejado ‘partir’ para ‘alimentar a los hermanos’, o las madres y papás que se parten para criar a sus hijos bien, los cristianos empeñados en defender la dignidad de todos, especialmente de los más pobres, marginados y discriminados. Porque ellos encuentran la fuerza en la Eucaristía.

Al concluir la santa misa, la hostia fue puesta en el ostensorio y la procesión partió hacia la basílica pontificia de Santa María la Mayor.

Varios miles de personas acompañaron al Santísimo que iba en un vehículo abierto. En el recorrido de poco más de un kilómetro, acompañaban asociaciones, órdenes, hermandades, cofradías y público en general, entonando cantos eucarísticos, letanías y oraciones.

Una vez que llegó el Santísimo Sacramento a la basílica Santa María la Mayor, el Santo Padre dio la bendición solemne con el ostensorio, mientras se cantaba el Tantum ergo, y antes de retirarse se quedó rezando en silencio algunos momentos, delante de la imagen de la Virgen María con el Niño.




“‘Haced esto en memoria mía’ (1Co 11,24.25). El apóstol Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto, refiere por dos veces este mandato de Cristo en el relato de la institución de la Eucaristía. Es el testimonio más antiguo de las palabras de Cristo en la Última Cena.

«Haced esto». Es decir, tomad el pan, dad gracias y partidlo; tomad el cáliz, dad gracias y distribuidlo. Jesús manda repetir el gesto con el que instituyó el memorial de su Pascua, por el que nos dio su Cuerpo y su Sangre. Y este gesto ha llegado hasta nosotros: es el «hacer» la Eucaristía, que tiene siempre a Jesús como protagonista, pero que se realiza a través de nuestras pobres manos ungidas de Espíritu Santo.
«Haced esto».

Ya en otras ocasiones, Jesús había pedido a sus discípulos que «hicieran» lo que él tenía claro en su espíritu, en obediencia a la voluntad del Padre. Lo acabamos de escuchar en el Evangelio. Ante una multitud cansada y hambrienta, Jesús dice a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13).

En realidad, Jesús es el que bendice y parte los panes, con el fin de satisfacer a todas esas personas, pero los cinco panes y los dos peces fueron aportados por los discípulos, y Jesús quería precisamente esto: que, en lugar de despedir a la multitud, ofrecieran lo poco que tenían.

Hay además otro gesto: los trozos de pan, partidos por las manos sagradas y venerables del Señor, pasan a las pobres manos de los discípulos para que los distribuyan a la gente. También esto es «hacer» con Jesús, es «dar de comer» con él. Es evidente que este milagro no va destinado sólo a saciar el hambre de un día, sino que es un signo de lo que Cristo está dispuesto a hacer para la salvación de toda la humanidad ofreciendo su carne y su sangre (cf. Jn 6,48-58). Y, sin embargo, hay que pasar siempre a través de esos dos pequeños gestos: ofrecer los pocos panes y peces que tenemos; recibir de manos de Jesús el pan partido y distribuirlo a todos.

Partir: esta es la otra palabra que explica el significado del «haced esto en memoria mía». Jesús se ha dejado «partir», se parte por nosotros. Y pide que nos demos, que nos dejemos partir por los demás. Precisamente este «partir el pan» se ha convertido en el icono, en el signo de identidad de Cristo y de los cristianos. Recordemos Emaús: lo reconocieron «al partir el pan» (Lc 24,35). Recordemos la primera comunidad de Jerusalén: «Perseveraban […] en la fracción del pan» (Hch 2,42). Se trata de la Eucaristía, que desde el comienzo ha sido el centro y la forma de la vida de la Iglesia.

Pero recordemos también a todos los santos y santas –famosos o anónimos–, que se han dejado «partir» a sí mismos, sus propias vidas, para «alimentar a los hermanos».

Cuántas madres, cuántos papás, junto con el pan de cada día, cortado en la mesa de casa, se parten el pecho para criar a sus hijos, y criarlos bien. Cuántos cristianos, en cuanto ciudadanos responsables, se han desvivido para defender la dignidad de todos, especialmente de los más pobres, marginados y discriminados. ¿Dónde encuentran la fuerza para hacer todo esto? Precisamente en la Eucaristía: en el poder del amor del Señor resucitado, que también hoy parte el pan para nosotros y repite: «Haced esto en memoria mía».

Que el gesto de la procesión eucarística, que dentro de poco vamos a hacer, responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para «partir» nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero”.