Un reportaje de Mónica Bernabé en El Mundo expone su forma de trabajar y algunas curiosidades sobre este centro documental único:
"De la piel de una oveja, se podían hacer dos folios", explica la restauradora Ángela Núñez Gaitán. "Si el libro no era muy grande, tal vez se podían obtener cuatro folios", añade. Pero, sea como sea, hacer un libro en el siglo XIII o XIV -escrito a mano sobre pergamino- requería tantas pieles de animal que valía un dineral. "Podía costar como una casa de aquella época", asegura. Eran joyas que solo estaban al alcance de unos pocos, como los Papas.
La española Ángela Núñez Gaitán es la responsable del taller de restauración de la Biblioteca Apostólica Vaticana, considerada uno de los fondos literarios más importantes del mundo. Próximamente, la biblioteca abrirá al público el Salón Sistino, un impresionante aula de 70 metros de largo situada en el patio de Belvedere, en el Vaticano, para que se pueda utilizar como lugar de estudio. Dicho salón fue la biblioteca de los papas entre el siglo XVI y final del XIX. Entonces la biblioteca se concebía como la "cámara de las maravillas", ya que eran fabulosos los libros que allí había, y las pinturas y los objetos que se exponían. De hecho, la mayoría de esas piezas pasaron a formar parte después de los Museos Vaticanos, donde ahora se exhiben.
"Quien robe o dañe un manuscrito será excomulgado", reza una lápida en la entrada del Salón Sistino. Los pontífices no se andaban con tonterías. Reunir tal riqueza literaria no había sido labor sencilla. "En la Biblioteca Vaticana no hay solo textos religiosos, sino libros de todo tipo", aclara la responsable del taller de restauración, que es originaria de Sevilla y trabaja para la Santa Sede desde hace 15 años. "No es cierto, como muchos creen, que los papas tuvieran muchos libros porque los robaran. La mayoría los compraron", también puntualiza.
Los pontífices estaban atentos a que el fondo de cualquier biblioteca quedara disponible para hacerse con él y, para eso, mandaban viajar a sus secretarios por todo el mundo. Algo así ocurrió con la biblioteca de la reina Cristina de Suecia, que abdicó del trono para convertirse al catolicismo. "En cuanto la monarca falleció en 1689, sus herederos empezaron a vender su patrimonio literario y el Papa lo compró en bloque", relata Núñez Gaitán.
Aun así, muchísimos manuscritos se disgregaron en otras bibliotecas privadas, pero llegaron a la Santa Sede años más tarde. "El Vaticano compró la biblioteca de la familia Ottoboni en 1748 y se encontró que contaba con otros 240 libros de la reina Cristina", afirma la restauradora. Toda una sorpresa.
Así se puede decir que la Biblioteca Vaticana es una biblioteca de bibliotecas. La Santa Sede también adquirió la biblioteca de la familia italiana Barberini en cuanto estuvo a la venta. Su fondo era de tal prestigio que hacía la competencia a la propia biblioteca de los papas. Por ejemplo, su archivo incluye los muchos contratos que esta familia firmó con el artista barroco Bernini.
En 1923 el Gobierno italiano donó a Pío XI la biblioteca de la respetada familia Chigi, que también pasó a formar parte del fondo vaticano. Algo similar había ocurrido tres siglos antes, en 1622, con la famosa Biblioteca Palatina, de Heidelberg, que entonces era una de las más importantes de Europa por su número de manuscritos y libros. "En cuanto Heidelberg cayó en manos católicas, la biblioteca se trasladó al Vaticano a toda prisa por si los protestantes volvían a hacerse con el control de la ciudad, como así sucedió", narra Núñez Gaitán. "Los libros se transportaron a Roma en carros. A los más grandes se les quitó la encuadernación de madera para que no pesaran tanto", asegura.
En la actualidad, la Biblioteca Vaticana tiene más de un millón y medio de libros impresos, 80.000 volúmenes manuscritos, más de 8.600 incunables -es decir, libros que fueron impresos entre los años 1450 y 1500, al principio con la finalidad de que parecieran manuscritos-, 300.000 monedas y medallas, y otras tantas ilustraciones, diseños y fotografías.
El problema es conservar todo eso y evitar que se deteriore con el paso del tiempo, o al menos no más de lo que ya se ha dañado. En el taller de restauración de la biblioteca, algunos libros están dentro de bolsas de plástico transparente llenas de aire. A simple vista, las bolsas parecen cojines, y el conjunto, una suerte de obra de arte contemporáneo. "Están en proceso de desinsectación", clarifica Núñez Gaitán. "Dentro de la bolsa no hay oxígeno. Metemos los libros ahí durante 21 días para que se mueran los posibles insectos que puede haber entre sus páginas", explica.
La española, cuya responsabilidad es mayúscula teniendo a su cargo un fondo bibliotecario tan valioso, asegura que apuestan por la "técnica de la mínima intervención". "No reescribimos las páginas borradas de los libros, como muchas personas creen", asegura. "Sería como ponerle los brazos a la Venus de Milo", compara. "Las páginas que se han agujereado con el paso del tiempo simplemente las reforzamos con papel japonés", detalla.
En ese sentido asegura que el objetivo no es que el libro parezca nuevo, sino prolongar su vida y que se pueda usar. "Los libros antiguos tienen que seguir pareciendo antiguos", insiste la restauradora. Y pone un ejemplo: "Cuando encontramos una gota de cera en una página, no la quitamos porque demuestra que el libro ha sido leído a la luz de las velas y eso también aporta información y resulta interesante".
En el taller de restauración de la Biblioteca Vaticana se están inventariando en la actualidad 10.000 documentos japoneses del siglo XVII que hablan de la persecución de los cristianos en ese país durante el régimen del shogun Tokugawa Ieyasu. El salesiano italiano Mario Marega, que fue misionero en Japón en los años 40 del siglo pasado, compró esos papeles y los envió a Italia antes de los ataques a Hiroshima y Nagasaki evitando así su destrucción. Ahora la Santa Sede ha firmado un acuerdo con el Instituto de Cultura Japonés para descifrar qué dicen los escritos.
También se está trabajando en la restauración de un preciosísimo manuscrito litúrgico procedente del monasterio de Mar Matai, situado a unos 20 kilómetros de la ciudad iraquí de Mosul y considerado uno de los templos cristianos más antiguos. El manuscrito data del siglo XIII d.C.
"El concepto moderno de restauración de libros nació aquí, en la Biblioteca Vaticana", asegura Núñez Gaitán, que destaca que fue un director de esa biblioteca, el jesuita alemán Franz Ehrle, quien a final del siglo XIX dio la voz de alarma sobre la necesidad de hacer algo para frenar la corrosión de los libros.
En 1898 Ehrle convocó una conferencia internacional en la abadía de San Galo, en Suiza, para debatir con los responsables de las principales bibliotecas europeas esta situación. Porque todos tenían el mismo problema aunque nadie antes hubiera dicho nada: los libros se les rompían a pedazos. Sobre todo los palimpsestos, es decir los pergaminos cuya escritura original había sido borrada artificialmente para poder utilizarlos otra vez. La aplicación de ácido gálico para reavivar la tinta de la escritura anterior, acababa agujereando el pergamino con el paso del tiempo.
En la actualidad, la biblioteca de los Papas se encuentra de nuevo en la vanguardia. Desde hace tres años ha iniciado la digitalización de manuscritos con formato FITS (Flexible Image Transport System), que es un sistema que la NASA usa para la conservación de imágenes espaciales. "El FITS no lo está utilizando ninguna otra biblioteca", afirma la restauradora española, que considera la digitalización un sistema para salvaguardar la materialidad del libro, pero sin que sustituya al original.
"Los libros que tenemos en la biblioteca se han conservado durante 13 siglos, 18 siglos, 1.000 años. Nadie me puede asegurar que la imagen digital vaya a durar una milésima parte de ese tiempo", declara. "Posiblemente el formato digital actual no sea compatible en el futuro y sea necesario convertirlo a otro formato. Por lo tanto, también hay que pensar en el coste de la conservación de esas imágenes digitales", advierte. Por eso, Núñez Gaitán continúa apostando por la conservación de los libros tal y como son.