En la tarde del jueves la Basílica de San Pedro acogió, con el Papa Francisco presidiendo, el llamado "Jubileo de las Lágrimas", una Vigilia de oración “para enjugar las lágrimas”, en el que resonaron testimonios que conmovieron al Papa y a todos los presentes.


Uno de esos testimonios fue el de una familia italiana de Salerno: Giovanna y Domenico, casados en 1995, con dos hijos (Rafaele y Chiara) y otro que suicidó, Antonio, cuando tenía 15 años.

Giovanna explicó su sufrimiento: “Antonio también me puso en su tumba a mí, mi vida, mi mente, mi alma. En ese terrible momento solo tenía el amor de Dios… mi existencia. Él secó todas mis lágrimas y me dio fuerza. Este amor hizo que no me destruyera”.



Rafaele, que tenía 9 años cuando ocurrió la tragedia, dijo que en ese momento “me sentí perdido, abandonado. Tenía mucha ira, sobre todo contra Dios porque no podía encontrar una razón para el suicidio de mi hermano”. Luego se alejó de la Iglesia pero poco a poco volvió a la fe con la ayuda de sus padres.

Por su parte el padre, Domenico, recordó que el día del funeral de Antonio “me sentía aniquilado, confundido…. ¿En qué fallé? Como padre, como esposo, como cristiano me sentía nada”.

Un día en una iglesia, continuó, alguien que pasó por la misma experiencia con una hija lo abrazó. “En ese momento sentí verdaderamente que ese abrazo venía del cielo, que era el consuelo de Dios para que yo renovara mi confianza en la presencia de Dios, para abrazarme a su misericordia”, relató.


El segundo testimonio fue el del pakistaní Kaizer Felix, quien se presentó acompañado de su familia. Cuando cubría la realidad de la minoría católica, fue víctima “de la violencia brutal y la persecución que promueve la ley de blasfemia”.

La ley de Blasfemia en Pakistán agrupa varias normas contenidas en el Código Penal inspiradas directamente en la Shariah –ley religiosa musulmana– para sancionar cualquier ofensa de palabra u obra contra Alá, Mahoma o el Corán, incluso con la pena de muerte. La ley es usada con frecuencia para perseguir a la minoría cristiana incluso en casos donde los hechos nunca se han producido.



Por su trabajo, Felix recibió un premio en 2007 y fue considerado “una amenaza para el Islam”. Cuando acudió a la policía nadie le hizo caso y finalmente huyó a Roma donde viven hoy, construyéndose un futuro poco a poco.


El tercer testimonio fue el del italiano Maurizio Frattemico y su hermano gemelo Enzo, quienes lo “tenían todo” en una época: dinero, éxito, mujeres, aunque al final “me sentía vacío, sin sentido”.

Maurizio tuvo un intenso cuestionamiento sobre su vida en marzo de 2002 y agradeció a su madre que lloró mucho por él, como “Santa Mónica por San Agustín”. Tras una experiencia en África se encontró días después con su hermano “que se veía muy alegre, distinto”. Enzo le contó que todo era debido a Dios y lo abrazó. Maurizio comenta que “en ese abrazo sentí el amor que nunca me juzgó ni me condenó”.



Tras cada testimonio se encendió una vela ante el relicario de la Virgen de las Lágrimas de Siracusa, expuesto en esta ocasión para la veneración de los fieles en la Basílica de San Pedro.

El Papa entregó luego a diez personas el Agnus Dei (antiguo objeto de devoción usado en los años jubilares desde 1470), como símbolo de consuelo y esperanza, bendecido por él mismo. De forma oval y cera blanca, este objeto tiene grabada la imagen del Cordero Pascual en un lado, y del otro lado el logo del Jubileo de la Misericordia.

Entre las personas que lo recibieron están:

-una que ha perdido un hijo en un accidente de tráfico,
-otra que perdió un familiar en el trabajo,
-otra que perdió a sus familiares en el genocidio en Ruanda
-y otra que estuvo encarcelada.

(Artículo original de Walter Sánchez Silva y Álvaro de Juana, con contribuciones de Elise Harris, en Aciprensa)