Así relata Ana a ZENIT esta experiencia inolvidable que vivió en la plaza de San Pedro, durante el Jubileo de los adolescentes el pasado 23 de abril.
Pilar y Ana, son estudiantes de 4º de la ESO en el colegio Everest de Monteclaro,de Regnum Christi, en Pozuelo de Alarcón, Madrid. Todos los años el colegio hace un viaje a Roma con todo el curso, antes de la confirmación para prepararse para el sacramento, nos explica Pilar. El viaje de este año coincidió con el Jubileo de los adolescentes. “Nunca hubiéramos imaginado que llegaría a hablar personalmente con Papa, ni siquiera verle de cerca, pero Dios me dio ese regalo”, añade la joven.
Pilar recuerda que la espera se le hizo eterna, “me temblaban las manos y no conseguía concentrarme en hacer el examen de conciencia. Por fin llegó mi turno. Saludé al papa Francisco dándole la mano y me senté junto a él. Al principio no conseguía hablar. Solo le miraba sin saber qué decir, asombrada, sin poder creérmelo. Como vio que no conseguía formular palabra, empezó a hacerme preguntas y a contarme un poco de su vida, para tranquilizarme”.
Pilar añade que “no fue para nada como me lo esperaba sino infinitamente mejor”. El santo padre Francisco –asegura– es una persona súpercercana, para nada sientes que estás hablando con el Papa, te habla como un padre, como si te conociera a la perfección. “Durante la confesión no escuché nada más aparte de su voz. Te sentías a gusto, con paz … y después de un rato, tranquila. Sentías como si estuviera en el cielo, segura, protegida, feliz y como si nada malo pudiera pasar. Se notaba que era tu Padre del cielo que te hablaba a través de una persona por cómo te hablaba con preocupación sobre tus problemas y buscaba maneras de solucionarlos dándote consejos”, precisa la joven.
Una de las cosas que más impactó a Pilar fue su sentido del humor. “De vez en cuando te decía una frase graciosa para suavizar las cosas”. Asimismo, afirma que “fue increíble que me pidiera que rezáramos mucho por él”. Esto te demuestra –observa– que es una persona humilde y que aparte de bajar a confesar a personas totalmente normales, sin seguridad, sin previo aviso y en una simple silla de plástico te pide que reces por él, pues tiene la misión de guiar a una Iglesia muy grande. Nada más terminar de hablar con él, Pilar se puso a llorar de la emoción, llamó a su madre, que le dijo “con esto queda bendecida toda la familia”.
Por su parte, Ana asegura que en la confesión sintió una paz y una felicidad plena. “De lo emocionada que estaba, no me salían las palabras, no podía creer que el representante de Dios me estuviera confesando. Es algo que recordaré para toda mi vida, cada una de las palabra, y consejos que me dijo me han quedado marcados para siempre”.
Cuando llegué –recuerda la joven Ana– estuvimos un rato hablando, le conté un problema familiar que tenía, quería que pidiera por mis intenciones. Cuando se lo conté el Papa dijo: “las cosas que nos ocurren ahora no las podemos entender, pero en algún momento de nuestras vidas, nos daremos cuenta por qué Dios nos hizo pasar por eso”.
A Ana le impresionó lo afligido que estaba el Papa, por su experiencia en Lesbos. “Me estuvo contando la pobreza, el sufrimiento, la tristeza que vio en los refugiados”, explica.
Finalmente, Ana señala que este año su hermana pequeña ha pasado por una enfermedad grave y esta experiencia le afectó tanto que le provocó un distanciamiento con Dios. No lograba encontrar respuesta a esta situación y “Dios me respondió a través de esta confesión”, asegura. “Nunca hubiera pensado que el Santo Padre me confesara, cuando terminé sentí en mí felicidad plena, sentí que algo interiormente había cambiado”, precisa Ana.
Por eso hace un llamamiento a los jóvenes que tienen dudas y no encuentran respuestas: “les aconsejo que las busquen, que no pasen y piensen que ya vendrán las respuestas, que salgan y vayan en busca de respuestas”.