El cardenal y predicador de la Casa pontificia, Raniero Cantalamessa, ha pronunciado la quinta y última predicación de Cuaresma antes de la celebración de la Pascua de resurrección. A lo largo de su discurso, destacó especialmente la presencia de Cristo en la Iglesia desde su fundación hasta el presente, centrándose en las últimas palabras que Jesús dirigió a los discípulos al despedirse: "No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros" (Jn 14,18).
Una despedida que se ve seguida de una promesa y que se materializa en el Espíritu Santo, "el Espíritu de Cristo, el modo en que el Resucitado obra ahora en la Iglesia y en el mundo, habiendo sido constituido Hijo de Dios".
Precisamente por la asistencia ininterrumpida de Dios a su Iglesia es por lo que llamo a "liberarnos" de una visión contraria a la fe pero cada vez más "dominante entre los creyentes".
Según esta "visión" de carácter "deísta o cartesiana", Cristo habría fundado la Iglesia, la dotó de las estructuras jerárquicas y sacramentales para su funcionamiento y luego la dejó, retirándose a su cielo en el momento de la Ascensión"; explicó, comparándola a alguien que empuja un bote hacia el mar y se aleja de la orilla.
"¡Pero no es así!", exclamó, pues Cristo, con su muerte y resurrección, se convirtió "en cabeza del cuerpo que es la Iglesia y seguirá siéndolo hasta el fin del mundo. Es el verdadero y único Señor de la Iglesia".
"La suya no es una presencia moral e intencional. Cuando decimos de Jesús que está “espiritualmente” presente, esta presencia espiritual no es una forma menos fuerte que la física, sino infinitamente más real y eficaz. Es la presencia del resucitado que actúa en el poder del Espíritu, en todo tiempo y lugar, y que actúa dentro de nosotros", expresó.
Se refirió igualmente a la crisis presente que también afecta a la Iglesia, mencionado otros tiempos que pueden ser recordados con "nostalgia" como fue el periodo tras la Segunda Guerra Mundial, "cuando las iglesias se llenaban los domingos, se celebraban bodas y bautizos en la parroquia, los seminarios y los noviciados religiosos abundaban en vocaciones".
Sin embargo, recordó las palabras del profeta Hageo y su llamado al pueblo de Israel, cuando los exhortó a no compadecerse de sí mismos, resignarse o prepararse para lo peor. ¿Cuál sería el llamado de Jesús tanto entonces como hoy? "Ánimo y a la obra que yo estoy con vosotros; mi Espíritu estará con vosotros", respondió.
Abandonar la propia casa para construir la de Dios
Unas palabras del profeta que, sin embargo, no se trata de un "vago y estéril `Ánimo´", sino que incluían el trabajo que se debía realizar para no "desesperar" o estar tentados a "permanecer tranquilos", sino para abandonar la comodidad de nuestra casa y "construir la de Dios".
En primer lugar, el predicador llamó a abandonar "mi yo, mi comodidad, mi gloria y mi posición en la sociedad o en la Iglesia". "Es el muro más difícil de derribar, el mejor tapado", explicó, pues "es fácil confundir mi honor con el honor de Dios y de la Iglesia" o "el apego a mis ideas con el apego a la pura y simple verdad".
La segunda casa a abandonar para trabajar en la "casa del Señor" se encuentra en el sentimiento de pertenencia a un grupo particular. "Es mi parroquia, mi orden religiosa, movimiento o asociación eclesial, mi iglesia local, mi diócesis… no debemos equivocarnos.
"¡Ay de nosotros si no tuviéramos amor y apego a estas realidades particulares en las que el Señor nos ha puesto y de las que tal vez somos responsables! El mal es absolutizarlas, no ver nada fuera de ellas, no interesarse sino de ellas, criticar y despreciar a quien no las comparte. En definitiva, perder de vista la catolicidad de la Iglesia", advirtió.
Habló, por último, de la "tercera casa", la propia Iglesia católica", de la que salir "hace más difícil porque se nos ha enseñado durante siglos que [hacerlo] sería un pecado y una traición", dijo en referencia a la búsqueda del ecumenismo.
"Por supuesto, no podemos estar satisfechos con esta unidad tan vasta pero tan vaga. Y esto justifica el compromiso y la discusión, incluso doctrinal, entre las Iglesias. Pero tampoco podemos despreciar y desatender esta unidad básica que consiste en invocar al mismo Señor Jesucristo. Quien cree en el Hijo de Dios, también cree en el Padre y en el Espíritu Santo. Es muy cierto lo que se ha repetido en varias ocasiones: `Es más importante lo que nos une que lo que nos divide´", expresó.