La Santa Sede ha difundido este martes 9 de febrero un documento de la Pontificia Academia para la Vida en el que se denuncia el abandono a muchos ancianos en el marco de la pandemia de coronavirus y se anima a mejorar su asistencia, especialmente con atención domiciliaria.
El documento se titula “La vejez: nuestro futuro. Las condiciones de los ancianos tras la pandemia” (completo aquí en Vatican.va).
El documento pide reintegrar a los ancianos en los ambientes familiares. “Aprender a honrar a los ancianos es crucial para el futuro de nuestras sociedades y, en última instancia, para nuestro futuro”, insiste el texto.
El documento denuncia que en esta pandemia "el número de muertos entre las personas mayores de 65 años es impresionante”.
Muchos han sufrido un aislamiento muy duro por las restricciones contra el coronavirus. “No nos damos cuenta de que aislar a las personas ancianas y abandonarlas a cargo de otros sin un adecuado y solidario acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia”, advierte el texto.
Residencias de ancianos, mortandad desproporcionada
Las residencias de ancianos fue donde "la muerte golpeó de forma más desproporcionada con respecto a las casas y los ambientes familiares”.
“Las instituciones de ancianos, sobre todo de los más vulnerables y solos, propuesta como única solución posible para cuidarlos, en muchos contextos sociales revela una ausencia de atención y de sensibilidad hacia los más débiles”, se advierte.
En ese contexto se señala que “sería muy necesario dedicar medios y financiación dirigida a garantizar los mejores cuidados posibles a quien tiene necesidad, en un ambiente más familiar”.
“Necesitamos una nueva visión, un nuevo paradigma que permita a la sociedad cuidar a los ancianos”, se afirma.
El texto cita los cálculos de la Organización Mundial de la Salud, que prevén que en 2050 serán ancianos 1 de cada 5 habitantes del mundo.
"Ser anciano es un don de Dios"
Para la Santa Sede, “ser anciano es un don de Dios, es un enorme recurso, una conquista que se debe proteger con cuidado, también cuando la enfermedad incapacita y surge la necesidad de asistencia integrada y de elevada calidad. Es innegable que la pandemia ha fortalecido en todos nosotros que la riqueza de los años es un tesoro que se debe valorar y proteger”.
“Al contrario de lo que una visión estereotipada puede hacer imaginar, a nivel global las ciudades son lugares donde, de media, se vive más. Los ancianos, por lo tanto, son numerosos, pero es indispensable hacer las ciudades más habitables para ellos”.
Se indica en el documento que “a nivel cultural y de conciencia civil y cristiana, es más oportuno que nunca un profundo replanteamiento de los modelos asistenciales para los ancianos".
Se destaca “el deber de crear las mejores condiciones para que los ancianos puedan vivir esta particular fase de la vida, en la medida de lo posible, en el ambiente de sus familias con sus amistades habituales”.
En ese sentido, se propone “una alianza atenta y creativa entre las familias, los sistemas sociosanitarios, el voluntariado y todos los actores que trabajan sobre el terreno puede evitar que una persona anciana se vea obligada a dejar su hogar”.
Varios servicios de residencias pueden ofrecerse en el domicilio
A la luz de estas premisas, “las casas de reposo deberían redefinirse en una extensión sociosanitaria, es decir, que ofrezcan algunos de sus servicios directamente en los domicilios de los ancianos”.
“Todo esto hace todavía más evidente la necesidad de ayudar a las familias que, sobre todo las que están formadas por pocos hijos y nietos, no pueden sostener por sí mismas, en una habitación, la responsabilidad a veces agotadora de cuidar de una persona con una enfermedad exigente, costosa en términos de energías y dinero”.
Y se propone reinventar “una red de solidaridad más amplia, no necesariamente y exclusivamente fundada sobre vínculos de sangre, pero articulada según los vínculos de pertenencia, las amistades, las afinidades, la recíproca generosidad al responder a las necesidades de los demás”.
Los ancianos con fe en dictaduras ateas
La presencia de los ancianos en el ámbito familiar, continúa el documento, “es un gran recurso. Basta con pensar en el papel determinante que han tenido en la conservación y en la transmisión de la fe a los jóvenes en países bajo regímenes ateos y autoritarios. Y en todo lo que continúan haciendo tantos abuelos para transmitir la fe a los nietos”.
“Jóvenes y ancianos, de hecho, encontrándose, pueden aportar al tejido social la nueva linfa del humanismo que haría más solidaria a la sociedad. Muchas veces el Papa Francisco ha exhortado a los jóvenes a permanecer al lado de los ancianos”.
Asimismo, se resalta el lado espiritual de la vejez: “El hombre que envejece no se acerca al final, sino al misterio de la eternidad; para comprenderlo es necesario acercarse a Dios y vivir en una relación con Él. Cuidar de la espiritualidad de los ancianos, de sus necesidades de intimidad con Cristo y de compartir la fe es una obligación de caridad en la Iglesia”.
De esa manera, “también es precioso el testimonio que los ancianos pueden dar a sus familias. Ese testimonio puede leerse como un magisterio, como una enseñanza de vida”.
La vejez “es la edad propicia para abandonarse en Dios. Mientras el cuerpo se debilita, la vitalidad psíquica, la memoria y la mente disminuyen, se hace cada vez más evidente la dependencia de la persona humana de Dios”.
“Es cierto que hay quien puede sentir la vejez como una condena, pero también quien la puede sentir como una ocasión para reiniciar la relación con Dios. Una vez caídos los pilares humanos, la fe se convierte en la virtud fundamental, vivida no sólo como adhesión a la verdad revelada, sino como certeza del amor de Dios que no abandona”.
Para los más jóvenes de la familia “la debilidad de los ancianos también es provocadora: invita a los más jóvenes a aceptar la dependencia de los demás como modo de afrontar la vida. Sólo una cultura inmadura emplea el término ‘anciano’ como un desprecio. Una sociedad que sabe acoger la debilidad de los ancianos es capaz de ofrecer a todos una esperanza para el futuro”.
Una Jornada para la Iglesia
El presidente de la Pontificia Academia para la vida, Vincenzo Paglia, agradeció al Papa Francisco por la institución de la Jornada mundial de los abuelos y de los ancianos que será cada año el cuarto domingo de julio, en la cercanía de la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús.
Esta Jornada “es una invitación a los creyentes para que crezca en ellos, y alrededor de ellos, una nueva sensibilidad ante los abuelos y los ancianos” y recordó que en varias ocasiones, los Pontífices recientes han abordado este tema para llamar la atención hacia los ancianos. Como por ejemplo, la Carta a los ancianos de San Juan Pablo II publicada el 1 de octubre de 1999; las diferentes intervenciones del Papa emérito Benedicto XVI y las diversas ocasiones durante el Pontificado del Papa Francisco.