El Papa Francisco recibió el lunes por la mañana en audiencia al Pontificio Seminario Lombardo en Roma, con motivo del cincuenta aniversario de esta sede.
Tal y como ha recordado en su discurso, el beato Pablo VI bendijo el Seminario Lombardo el 11 de noviembre de 1965, para que esta casa fuera habitada al terminar el Concilio Vaticano II, en el cual los Padres percibieron intensamente “derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo”.
Así, ha observado el Santo Padre, en los “años romanos” que no solo son de estudio, sino de verdadera y propia formación sacerdotal, también “vosotros os preparáis para actuar en ese impulso del Espíritu, para ser futuro de la Iglesia, según el corazón de Dios; no según las preferencias de cada uno o las modas del momento, sino como el anuncio del Evangelio pide”.
Para prepararse bien –ha advertido– es necesario un trabajo profundo, pero sobre todo una conversión interior, que cotidianamente arraiga el ministerio en la primera llamada de Jesús y lo revive en la relación personal con Él. De este modo, el Santo Padre ha propuesto a los presentes el modelo de san Carlos Borromeo, quien presentó su vida como un constante movimiento de conversión, dirigida a reflejar la imagen del pastor.
Asimismo, ha precisado que son “herederos y testigos de una gran historia de santidad, que arraiga sus raíces en vuestros patrones, los obispos Ambrosio y Carlos, y en tiempos más recientes ha visto, también entre los alumnos, tres beatos y siervos de Dios”. Y esta es la meta a la que tender, ha exclamado el Santo Padre.
En esta línea, el Pontífice ha asegurado que a menudo aparece en el camino una tentación que hay que rechazar: la de la normalidad, de una pastor al que le basta una vida “normal”.
Entonces, este sacerdote “comienza a contentarse con algunas atenciones que recibe, juzga el ministerio en base a sus éxitos y se encuentra en la búsqueda de lo que le gusta, volviéndose tibio y sin verdadero interés por los otros”.
Por ello, el Santo Padre ha recordado que la “normalidad” para nosotros es sin embargo la santidad pastoral, el don de la vida. “Si un sacerdote elige ser solo una persona normal, será un sacerdote mediocre, o peor”, ha observado.
El papa Francisco ha asegurado que solo puede anunciar palabras de vida quien hace de la propia vida un diálogo constante con la Palabra de Dios, o, mejor, con Dios que habla. Por otro lado, también ha subrayado que la evangelización hoy parece llamada a tener que recorrer nuevamente precisamente el camino de la sencillez. “Sencillez de vida, que evite toda forma de duplicidad y mundanidad, que baste la comunión genuina con el Señor y con los hermanos; sencillez de lenguaje: no predicadores de doctrinas complejas, sino anunciadores de Cristo, muerto y resucitado por nosotros”.
Finalmente, otro aspecto que ha abordado en su discurso ha sido la necesidad del contacto y la cercanía con el obispo para ser un buen sacerdote. “La característica del sacerdote diocesano es precisamente la diocesanidad, y la diocesanidad tiene su piedra angular en la relación frecuente con el obispo, en el diálogo y en el discernimiento con él”. En este línea ha advertido que un sacerdote que no tiene una relación asidua con su obispo lentamente se aísla del cuerpo diocesano y su fecundidad disminuye, precisamente porque no ejercita el diálogo con el padre de la diócesis.
Para concluir, el Santo Padre ha deseado a los presentes que cultiven la belleza de la amistad y el arte de establecer relaciones, para crear una fraternidad sacerdotal más fuerte de las diferentes particularidades.