La ceremonia se ha realizado en el aniversario de la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, que mandó construir el emperador Constantino después de su famoso Edicto de Milán que daba libertad de culto, durante el pontificado del Papa Silvestre (314-335). Es una de las más importantes entre las basílica antiguas de Occidente.
La ceremonia en esta basílica, una de las cuatro del Vaticano junto a San Pedro, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor, fue realizada con gran solemnidad y contó con el Coro de la Capilla Sixtina y el Coro Diocesano.
El Santo Padre vestía paramentos blancos y el palio arzobispal, franja de tela de oveja que simboliza al Buen Pastor.
Después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre pronunció la homilía, en la que dijo, entre otras cosas, lo siguiente :
-"Episcopado es, de hecho, el nombre de un servicio, no de un honor. Al obispo le compete más el servir que el dominar, según el mandamiento del Maestro: quien es el más grande entre vosotros se vuelva como el más pequeño, quien gobierna como aquel que sirve".
-"Anuncia la palabra en toda ocasión, oportuna y a veces no oportuna. Advierte, regaña, pero siempre con dulzura, exhorta con toda magnanimidad y doctrina".
-"Tus palabras sean sencillas, que todos entiendan, que no sean largas homilías. Me permito decirte, acuérdate de tu padre, cuando estaba tan feliz por haber encontrado cerca del pueblo otra parroquia donde se celebraba la misa sin homilía. Las homilías sean precisamente la transmisión de la gracia de Dios. Sencillas, que todos entiendan y todos quieran ser mejores".
-"Exhorta a los fieles a cooperar al empeño apostólico y escúchalos con gusto y con paciencia, muchas veces es necesaria mucha paciencia. Pero el Reino de Dios se hace así".
-"Te pido, como hermano, ser misericordioso. La Iglesia y el mundo necesita mucha misericordia. Tú enseñas a los presbíteros y seminaristas el camino de la misericordia. Con palabras, sí, pero sobre todo con tu actitud. La misericordia del Padre que siempre recibe, siempre hay sitio en su corazón. Nunca echa a nadie. Espera. Espera. Esto te deseo, mucha misericordia".
Reflexionemos atentamente sobre la alta responsabilidad eclesiástica a la que son llamados estos nuestros hermanos. El Señor nuestro Jesucristo enviado por el Padre, para redimir a los hombres envió a su vez en el mundo a los doce apóstoles, para que llenos del poder del Espíritu Santo anunciaran el evangelio a todos los pueblos reuniéndolos bajo un único pastor, los santificaran y los guiaran a la salvación.
Con la finalidad de perpetuar de generación en generación este ministerio apostólico, los doce se valieron de colaboradores apostólicos transmitiéndoles a ellos con la imposición de las manos, el don del Espíritu recibido de Cristo, que confería la plenitud del sacramento del orden. Así, a través de la ininterrumpida sucesión de los obispos en la tradición viviente de la Iglesia se ha conservado este ministerio, ministerio primario y la obra del Salvador sigue y se desarrolla hasta nuestros tiempos.
En el obispo, circundado por sus presbíteros está presente en medio de ustedes, el mismo Señor Nuestro Jesucristo, sumo sacerdote in eterno.
Es Cristo de hecho que en el ministerio del obispo sigue predicando el evangelio de la salvación y santificando a los creyentes mediante los sacramentos de la fe. Es Cristo quien a través de la paternidad del obispo hace crecer nuevos miembros en su cuerpo que es la Iglesia. Es Cristo quien en la sabiduría y prudencia del obispo guía el pueblo de Dios en la peregrinación terrena hasta la felicidad eterna.
Acoged pues con alegría y gratitud a este nuestro hermano que nosotros obispos con la imposición de nuestras manos asociamos al colegio episcopal. Rendidles el honor que se debe a los ministros de Cristo y a quienes dispensan los ministerios de Dios, a quienes les es confiado el testimonio del Evangelio y el ministerio del Espíritu para la santificación. Acordaos e las palabras de Jesucristo a los apóstoles: ´Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí, quien os desprecia a vosotros me desprecia a mí, y quien me desprecia a mí desprecia a aquel que me ha enviado´.
En cuanto a ti, hermano queridísimo, elegido por el Señor, reflexiona que has sido elegido entre los hombres y para los hombres, has sido constituido en las cosas que se refieren a Dios. Episcopado es, de hecho, el nombre de un servicio, no de un honor. Al obispo le compete más el servir que el dominar, según el mandamiento del Maestro: quien es el más grande entre vosotros se vuelva como el más pequeño, quien gobierna como aquel que sirve.
Anuncia la palabra en toda ocasión, oportuna y a veces no oportuna. Advierte, regaña, pero siempre con dulzura, exhorta con toda magnanimidad y doctrina. Tus palabras sean sencillas, que todos entiendan, que no sean largas homilías. Me permito decirte, acuérdate de tu padre, cuando estaba tan feliz por haber encontrado cerca del pueblo otra parroquia donde se celebraba la misa sin homilía. Las homilías sean precisamente la transmisión de la gracia de Dios. Sencillas, que todos entiendan y todos quieran ser mejores. En la iglesia a tí encomendada, y aquí en Roma de forma especial, quiero confiarte los presbíteros, seminaristas, tú tienes ese carisma. Sé fiel custodio y dispensador del misterio de Cristo, puestos por el Padre a la cabeza de su familia. Sigue siempre el ejemplo del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y por ellas es conocido y por ellas no dudó en dar su vida.
Con tu corazón, ama con amor de padre y hermano a todos aquellos a quien Dios te confía. Como he dicho, sobre todo a los presbíteros y diáconos, seminaristas. Pero también a los pobres y a los indefensos y a quienes tienen necesidad de acogida y ayuda.
Exhorta a los fieles a cooperar al empeño apostólico y escúchalos con gusto y con paciencia, muchas veces es necesario mucha paciencia. Pero el Reino de Dios se hace así. Recuerda que debes tener viva atención hacia quienes no pertenecen al rebaño de Cristo porque también esos se te han confiados en el Señor.
Acuérdate que en la Iglesia católica unida en el vínculo de la caridad estás unido al colegio de los obispos y tienes que llevar la solicitud de todas las Iglesias, socorriendo generosamente a las más necesitadas de ayuda.
Cercanos al inicio del Año de la Misericordia, te pido, como hermano, ser misericordioso. La Iglesia y el mundo necesita mucha misericordia. Tú enseñas a los presbíteros y seminaristas el camino de la misericordia. Con palabras, sí, pero sobre todo con tu actitud. La misericordia del Padre que siempre recibe, siempre hay sitio en su corazón. Nunca echa a nadie. Espera. Espera. Esto te deseo, mucha misericordia.
Vela con amor por todo el rebaño, en el cual el Espíritu Santo te pone a regir la Iglesia de Dios. En el nombre del Padre, en nombre del cual hace presente la imagen. En nombre de Jesucristo su Hijo de quien eres constituido maestro, sacerdote y pastor. Y en nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su poder sostiene nuestra debilidad.