Francisco presidió este Viernes Santo en la basílica de San Pedro en el Vaticano la celebración de la Pasión del Señor. El Papa, que llegó en silla de ruedas, asistió sentado a casi todas las ceremonias, incorporándose para los momentos de oración, bendición y adoración.
Escuchó el canto a tres voces de la Pasión según San Juan, tras lo cual el cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, dirigió una homilía a los presentes.
Seguidamente se leyó la oración universal y a continuación tuvo lugar la Adoración de la Santa Cruz, que Francisco hizo desde su sitial, y a la que acudieron después los cardenales presentes, besando el crucifijo, rito al que siguió la Comunión de las Sagradas Formas consagradas el Jueves Santo en la misa In Coena Domini, dado que el Viernes Santo es el único día del año en el que no se celebra misa.
Los momentos fundamentales de la sobria pero emocionante liturgia del Viernes Santo.
"El verdadero rostro de Dios"
En su homilía, según recoge David Ramos en Aciprensa, el cardenal Cantalamessa destacó la "novedad absoluta" de la afirmación de Cristo "Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy" (Jn 8, 28), referida al "acontecimiento de la cruz": “Estamos ante una inversión total de la idea humana de Dios y, en parte, también de la del Antiguo Testamento. Jesús no vino a retocar y perfeccionar la idea que los hombres tienen de Dios, sino, en cierto sentido, a trastocarla y revelar el verdadero rostro de Dios”.
Y así, “la verdadera omnipotencia de Dios" se revela como "la impotencia total del Calvario", un "ocultamiento de sí mismo" que es una "impotencia voluntaria" ante "nuestra 'voluntad de poder'": "“¡Qué lección para nosotros que, más o menos conscientemente, siempre queremos brillar! ¡Qué lección especialmente para los poderosos de la tierra! Para aquellos entre ellos que no piensan ni remotamente en servir, sino sólo en el poder por el poder; aquellos –dice Jesús en el Evangelio (Lc 22, 25)– que ‘oprimen al pueblo’ y, además, ‘se hacen llamar bienhechores’”, señaló.
Un momento de la predicación del cardenal Cantalamessa. Foto: Vatican Media.
Incluso el "triunfo de Cristo en su resurrección, definitivo e irreversible", es discreto, ocurre "en el misterio, sin testigos": “Su muerte –hemos oído en el relato de la Pasión– fue vista por una gran multitud y en ella participaron las más altas autoridades religiosas y políticas. Una vez resucitado, Jesús se aparece sólo a unos pocos discípulos, fuera del foco de atención".
“Con esto quería decirnos", continuó Cantalamessa, "que después de haber sufrido no debemos esperar un triunfo externo, visible, como la gloria terrenal. El triunfo se da en lo invisible y es de orden infinitamente superior porque es eterno. Los mártires de ayer y de hoy son testigos de ello”.
Es un triunfo que le permite decir a Jesús algo tan consolador como "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11, 28-30). Una invitación dirigida "a toda la humanidad, de todos los lugares y de todos los tiempos", en particular a "vosotros ancianos, enfermos y solos, vosotros que el mundo deja morir en la pobreza, el hambre, bajo las bombas o en el mar, vosotros que por vuestra fe en mí, o por vuestra lucha por la libertad, languidecéis en una celda de prisión, venid mujeres víctimas de la violencia. En definitiva, todos, sin excluir a nadie”, concluyó.