A su llegada a Bolivia, el Papa Francisco elogió enseguida la belleza natural del país y, al mismo tiempo, pidió “transparencia institucional” y “cohesión social” para evitar “que la abundancia de unos se construya sobre la escasez de otros”.
Su primer discurso fue un mensaje dirigido a toda la nación pero de modo especial al presidente Evo Morales, quien le recibió en el aeropuerto de El Alto, situado a casi 4.100 metros de altura.
El Papa comenzó manifestando su alegría “por estar en este país de singular belleza, bendecido por Dios en sus diferentes zonas: el altiplano, los valles, las tierras amazónicas, los desiertos, los incomparables lagos…”.
Francisco citó incluso un poético pasaje de la nueva constitución del Estado Plurinacional de Bolivia: “En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra Amazonia, nuestro chaco, nuestro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores”. Bolivia es el país más pobre de América del Sur, pero su constitución es rica en belleza.
El Santo Padre manifestó respeto por los pueblos indígenas, y “alegría por saber que el castellano traído a estas tierras convive hoy con 36 idiomas originales, amalgamándose –como lo hacen en las flores nacionales de kantuta y patujú el rojo y el amarillo- para dar belleza y unidad en lo diverso”.
Evo Morales regaló al Papa Francisco un Cristo clavado en un hoz y un martillo, símbolo comunista, creando una cierta polémica entre el séquito papal.
Su discurso era un canto de saludo a los ciudadanos y el reconocimiento de que “Bolivia está dando pasos importantes para incluir a amplios sectores en la vida económica, social y política del país”.
Pero el núcleo de su mensaje –en un país que prospera gracias a las nuevas explotaciones de gas en reservas naturales– venía a continuación. El Papa advirtió que “si el crecimiento es solo material, siempre se corre el riesgo de volver a crear nuevas diferencias, de que la abundancia de unos se construya sobre la escasez de otros”.
Con respeto, pero con claridad, el Santo Padre añadió que para evitar esa deriva se requieren “la transparencia institucional, la cohesión social y un esfuerzo en la educación de los ciudadanos”.
Los discursos de los Papas durante sus viajes son siempre muy delicados, por lo que esas palabras eran una indicación clara al presidente para que evite la opacidad administrativa, la explotación salvaje de los recursos naturales dejando a muchos en la pobreza, y la falta de esfuerzo en educación, ya que Bolivia tiene el mayor índice de analfabetismo de la zona.
El segundo y último discurso del Papa en La Paz, antes de bajar a Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más populosa de Bolivia, será el destinado al encuentro con las autoridades civiles en la catedral.
"Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Hermanos en el Episcopado,
Queridos hermanas y hermanos, buenas tardes:
Al iniciar esta visita pastoral, quiero dirigir mi saludo a todos los hombres y mujeres de Bolivia con los mejores deseos de paz y prosperidad. Agradezco al Señor Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia la cálida acogida y fraternal acogida que me ha dispensado y sus amables palabras de bienvenida. Doy las gracias también a los señores Ministros y Autoridades del Estado, de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, que han tenido la bondad de venir a recibirme. A mis hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles cristianos, a toda la Iglesia que peregrina en Bolivia, quiero expresarle mis sentimientos de fraterna comunión en el Señor. Llevo en el corazón especialmente a los hijos de esta tierra que por múltiples razones no están aquí y han tenido que buscar «otra tierra» que los cobije; otro lugar donde esta madre los haga fecundos y posibilite la vida.
Me alegro de estar en esta país de singular belleza, bendecido por Dios en sus diversas zonas: el altiplano, los valles, las tierras amazónicas, los desiertos, los incomparables lagos; el preámbulo de su Constitución lo ha acuñado de modo poético: «En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nuestro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores», y esto me recuerda que «el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza» (Laudato si’ 12). Pero sobre todo, es una tierra bendecida en sus gentes, con su variada realidad cultural y étnica, que constituye una gran riqueza y un llamado permanente al respeto mutuo, al diálogo: pueblos originarios milenarios y pueblos originarios contemporáneos; cuánta alegría nos da saber que el castellano traído a estas tierras hoy convive con 36 idiomas originarios, amalgamándose –como lo hacen en las flores nacionales de kantuta y patujú el rojo y el amarillo– para dar belleza y unidad en lo diverso. En esta tierra y en este pueblo, arraigó con fuerza el anuncio del Evangelio, que a lo largo de los años ha ido iluminando la convivencia, contribuyendo al desarrollo del pueblo y fomentando la cultura.
Como huésped y peregrino, vengo para confirmar la fe de los creyentes en Cristo resucitado, para que cuantos creemos en Él, mientras peregrinamos en esta vida, seamos testigos de su amor, fermento de un mundo mejor, y colaboremos en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Bolivia está dando pasos importantes para incluir a amplios sectores en la vida económica, social y política del País; cuenta con una Constitución que reconoce los derechos de los individuos, de las minorías, del medio ambiente, y con unas instituciones sensibles a estas realidades. Todo esto requiere un espíritu de colaboración ciudadana, de diálogo y participación de los individuos y los actores sociales en las cuestiones que interesan a todos. El progreso integral de un pueblo incluye el crecimiento en valores de las personas y la convergencia en ideales comunes que consigan aunar voluntades, sin excluir ni rechazar a nadie. Si el crecimiento es solo material, siempre se corre el riesgo de volver a crear nuevas diferencias, de que la abundancia de unos se construya sobre la escasez de otros. Por eso, además de la transparencia institucional, la cohesión social requiere un esfuerzo en la educación de los ciudadanos.
En estos días me gustaría alentar la vocación de los discípulos de Cristo a comunicar la alegría del Evangelio, a ser sal de la tierra y luz del mundo. La voz de los Pastores, que tiene que ser profética, habla a la sociedad en nombre de la Iglesia madre, porque la Iglesia es madre, y la habla desde la opción preferencial y evangélica por los últimos, por los descartados, por los excluidos. Esa es la opción preferencial de la Iglesia. La caridad fraterna, expresión viva del mandamiento nuevo de Jesús, se expresa en programas, obras e instituciones que buscan la promoción integral de la persona, así como el cuidado y la protección de los más vulnerables. No se puede creer en Dios Padre sin ver un hermano en cada persona y no se puede seguir a Jesús sin entregar la vida por los que Él murió en la cruz.
En una época en la que tantas veces se tiende a olvidar o tergiversar los valores fundamentales, la familia merece una especial atención por parte de los responsables del bien común porque es la célula básica de la sociedad, que aporta lazos sólidos de unión sobre los que se basa la convivencia humana y, con la generación y educación de sus hijos, asegura el futuro y la renovación de la sociedad.
La Iglesia también siente una preocupación especial por los jóvenes que, comprometidos con su fe y con grandes ideales, son una promesa de futuro, «vigías que anuncian la luz del alba y la nueva primavera del Evangelio», decía Juan Pablo II. Cuidar a los niños, hacer que la juventud se comprometa en nobles ideales, es garantía de futuro para una sociedad. Y la Iglesia quiere una sociedad que encuentra su reaseguro cuando valora, admira y custodia también a sus mayores, que son los que nos traen la sabiduría de los pueblos. Custodiar a los que hoy son descartados por tantos intereses que ponen al centro de la vida económica al dios dinero. Y son descartados los niños y los jóvenes, que son el futuro de un país, y los ancianos, que son la memoria del pueblo. Por eso hay que cuidarlos, hay que protegerlos, son nuestro futuro. La Iglesia hace opción por ir generando con este cuidado una «cultura memoriosa» que le garantiza a los ancianos no solo la calidad de vida en sus últimos años sino la calidez, como bien lo expresa la constitución de ustedes.
Señor Presidente, queridas hermanas y hermanos, gracias por estar aquí. Estos días nos permitirán tener diversos momentos de encuentro, diálogo y celebración de la fe. Lo hago alegre y contento de estar en esta Patria que se dice a sí misma pacifista, patria de paz, y que promueve la cultura de la paz y el derecho a la paz.
Pongo esta visita bajo el amparo de la Santísima Virgen de Copacabana, Reina de Bolivia, y a Ella pido que proteja a todos sus hijos. Muchas gracias y que el Señor los bendiga. Jallalla Bolivia".
Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano