En la Fiesta de San Pedro y San Pablo, la homilía pronunciada por Francisco ha elogiado el misterio de la Iglesia: "Todo pasa, solo Dios permanece. Han pasado reinos, pueblos, culturas, naciones, ideologías, potencias, pero la Iglesia, fundada sobre Cristo, a través de tantas tempestades y a pesar de nuestros muchos pecados, permanece fiel al depósito de la fe en el servicio, porque la Iglesia no es de los Papas, de los obispos, de los sacerdotes y tampoco de los fieles, es única y exclusivamente de Cristo". 

Los arzobispos nombrados por el papa Francisco en el último año han sido 46. Todos han recibido el palio y han concelebrado este lunes con el Santo Padre en la Basílica vaticana, con motivo de la solemnidad de san Pedro y san Pablo.

El palio, que simboliza la unión de los metropolitanos con el Pontífice, es una cinta o banda de lana blanca que se coloca sobre la casulla y que rodea los hombros, en forma de collarín, con dos apéndices que caen sobre el pecho y la espalda. Incorpora, además, seis cruces negras bordadas, una en cada hombro, dos más por delante y otras dos por detrás.

Los palios son confeccionados a partir de lana de corderos jóvenes criados en el convento de vida contemplativa de santa Inés en Roma. Durante la festividad de santa Inés, el 21 de enero, los corderos son llevados ante el Papa para que los bendiga. A continuación, las religiosas extraen la lana en el convento y elaboran los palios. Una vez confeccionados, son depositados bajo el altar principal de la basílica de San Padro hasta el día de la ceremonia de entrega a los arzobispos, en la que son bendecidos por el Santo Padre.

A continuación la lista completa de los metropolitanos que han recibido este año el palio:

1. Cardenal Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia (España)
2. Cardenal Rainer Maria Woelki
Arzobispo de Colonia (Alemania)
3. Mons. Eduardo Eliseo Martín
Arzobispo de Rosario (Argentina)
4. Mons. Carlos Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid (España)
5. Mons. Oscar Omar Aparicio Céspedes
Arzobispo de Cochabamba (Bolivia)
6. Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Durango (México)
7. Mons. Richard Daniel Alarcón Urrutia
Arzobispo de Cuzco (Perú)
8. Mons. Edmundo Ponciano Valenzuela Mellid, S.D.B.
Arzobispo de Asunción (Paraguay)
9. Mons. Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza (España)
10. Mons. Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez
Arzobispo de Santiago de los Caballeros (República Dominicana)
11. Mons. Celso Morga Iruzubieta
Arzobispo de Mérida-Badajoz (España)
12. Mons. Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán (México)
13. Mons. José Antônio Peruzzo
Arzobispo de Curitiba (Brasil)
14. Mons. Max Leroy Mesidor
Arzobispo de Cabo Haitiano (Haití)
15. Mons. Sevastianos Rossolatos
Arzobispo de Athenai (Grecia)
16. Mons. Thomas Aquino Manyo Maeda
Arzobispo de Osaka (Japón)
17. Mons. Anthony Pappusamy
Arzobispo de Madurai (India)
18. Mons. Julián Leow Beng Kim
Arzobispo de Kuala Lumpur (Malasia)
19. Mons. Florentino Lavarias Galang
Arzobispo de San Fernando (Filipinas)
20. Mons. Eamon Martin
Arzobispo de Armagh (Irlanda)
21. Mons. Anthony Colin Fisher, O.P.
Arzobispo de Sydney (Australia)
22. Mons. Blase J. Cupich
Arzobispo de Chicago (EEUU)
23. Mons. Stane Zore, O.F.M.
Arzobispo de Ljubljana (Eslovenia)
24. Mons. Laurent Djalwana Lompo
Arzobispo de Niamey (Níger)
25. Mons. Vincenzo Pelvis
Arzobispo de Foggia-Bovino (Italia)
26. Mons. Jean Mbarga
Arzobispo de Yaundé (Camerún)
27. Mons. Beatus Kin Yaiya, O.F.M. Cap.
Arzobispo de Dodoma (Tanzania)
28. Mons. Kieran O´Reilly, S.M.A.
Arzobispo de Cashel y Emly (Irlanda)
29. Mons. Filomeno do Nascimento Vieira Dias
Arzobispo de Luanda (Angola)
30. Mons. Martin Musonde Kivuva
Arzobispo de Mombasa (Kenia)
31. Mons. Benjamin Ndiaye
Arzobispo de Dakar (Senegal)
32. Mons. Menghesteab Tesfamariam, M.C.C.J.
Arzobispo de Asmara (Eritrea)
33. Mons. Stefan Hesse
Arzobispo de Hamburgo (Alemania)
34. Mons. Juan Edjang Maye Nsue
Arzobispo de Malabo (Guinea Ecuatorial)
35. Mons. Yustinus Harjosusanto, M.S.F.
Arzobispo de Samarinda (Indonesia)
36. Mons. Charles Jude SCICLUNA
Arzobispo de Malta (Malta)
37. Mons. David Macaires, O.P.
Arzobispo de Fort-de-France (Martinica)
38. Mons. Alojzij Cvikl, S.I.
Arzobispo de Maribor (Eslovenia)
39. Mons. Fülöp Kocsis
Arzobispo de Hajdúdorog
para los católicos de rito bizantino (Hungría)
40. Mons. John Charles Wester
Arzobispo de Santa Fe (EEUU)
41. Mons. Denis Grondin
Arzobispo de Rimouski (Canadá)
42. Mons. Francescantonio Nole, O.F.M. Conv.
Arzobispo de Cosenza-Bisignano (Italia)
43. Mons. Erio Castellucci
Arzobispo electo de Modena-Nonantola (Italia)
44. Mons. Heiner Koch
Arzobispo de Berlín (Alemania)
45. Mons. Lionginas Virbalas, S.I.
Arzobispo de Kaunas (Lituania)
46. Mons. Thomas Ignacio Macwan
Arzobispo de Gandhinagar (India)


A continuación el Papa presidió la misa con los nuevos arzobispos metropolitanos. Y como es habitual en la fiesta de los apostoles Pedro y Pablo, estuvo presente una delegación del Patriarcado ecuménico de Constatinopla enviada por su santidad Bartolomé I, guiada por Ioannis Zizioulas, metropolita de Pérgamo; acompañado de Maximos, metropolita de Silyvria; y del padre Heikki Huttunen, de la Iglesia Ortodoxa de Finlandia.

Tras la lectura del Evangelio el papa pronunció la homilía que reproducimos textualmente a continuación.


La lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la primera comunidad cristiana acosada por la persecución. Una comunidad duramente perseguida por Herodes que «hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan» y «decidió detener a Pedro... Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel» (12,2-4).

Sin embargo, no quisiera detenerme en las atroces, inhumanas e inexplicables persecuciones, que desgraciadamente perduran todavía hoy en muchas partes del mundo, a menudo bajo la mirada y el silencio de todos.

En cambio, hoy quisiera venerar la valentía de los Apóstoles y de la primera comunidad cristiana, la valentía para llevar adelante la obra de la evangelización, sin miedo a la muerte y al martirio, en el contexto social del imperio pagano; venerar su vida cristiana que para nosotros creyentes de hoy constituye una fuerte llamada a la oración, a la fe y al testimonio. ​

Una llamada a la oración, la comunidad era una Iglesia en oración: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Y si pensamos en Roma, las catacumbas no eran lugares donde huir de las persecuciones sino, sobre todo, lugares de oración, donde santificar el domingo y elevar, desde el seno de la tierra, una adoración a Dios que no olvida nunca a sus hijos.

La comunidad de Pedro y de Pablo nos enseña que una Iglesia en oración es una iglesia en pie, sólida, en camino. Un cristiano que reza es un cristiano protegido, custodiado y sostenido, pero sobre todo no está solo.

Y sigue la primera lectura: «Estaba Pedro durmiendo... Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro... Las cadenas se le cayeron de las manos» (Hch 12,6-7).

¿Pensamos en cuántas veces ha escuchado el Señor nuestra oración enviándonos un Ángel? Ese Ángel que inesperadamente nos sale al encuentro para sacarnos de situaciones complicadas, para arrancarnos del poder de la muerte y del maligno, para indicarnos el camino cuando nos extraviamos, para volver a encender en nosotros la llama de la esperanza, para hacernos una caricia, para consolar nuestro corazón destrozado, para despertarnos del sueño existencial, o simplemente para decirnos: «No estás solo».

¡Cuántos ángeles pone el Señor en nuestro camino! Pero nosotros, por miedo, incredulidad o incluso por euforia, los dejamos fuera, como le sucedió a Pedro cuando llamó a la puerta de una casa y una sirvienta llamada Rosa, al reconocer su voz, se alegró tanto, que no le abrió la puerta.

Ninguna comunidad cristiana puede ir adelante sin el apoyo de la oración perseverante, la oración que es el encuentro con Dios, con Dios que nunca falla, con Dios fiel a su palabra, con Dios que no abandona a sus hijos. Jesús se preguntaba: «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?» (Lc 18,7). En la oración, el creyente expresa su fe, su confianza, y Dios expresa su cercanía, también mediante el don de los Ángeles, sus mensajeros.

La segunda lectura es la llamada a la fe. En la segunda lectura, San Pablo escribe a Timoteo: «Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje... Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo» (2 Tm 4,17-18). Dios no saca a sus hijos del mundo o del mal, sino que les da fuerza para vencerlos. Solamente quien cree puede decir de verdad: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 23,1).

Cuántas fuerzas, a lo largo de la historia, ha intentado –y siguen intentando– acabar con la Iglesia, desde fuera y desde dentro, pero todas ellas pasan y la Iglesia sigue viva y fecunda, inexplicablemente a salvo para que, como dice san Pablo, pueda aclamar: «A Él la gloria por los siglos de los siglos» (2 Tm 4,18).

Todo pasa, solo Dios permanece. Han pasado reinos, pueblos, culturas, naciones, ideologías, potencias, pero la Iglesia, fundada sobre Cristo, a través de tantas tempestades y a pesar de nuestros muchos pecados, permanece fiel al depósito de la fe en el servicio, porque la Iglesia no es de los Papas, de los obispos, de los sacerdotes y tampoco de los fieles, es única y exclusivamente de Cristo. Solo quien vive en Cristo promueve y defiende a la Iglesia con la santidad de vida, a ejemplo de Pedro y Pablo.

Los creyentes en el nombre de Cristo han resucitado a muertos, han curado enfermos, han amado a sus perseguidores, han demostrado que no existe fuerza capaz de derrotar a quien tiene la fuerza de la fe.

Y finalmente, una llamada al testimonio. Pedro y Pablo, como todos los Apóstoles de Cristo que en su vida terrena han hecho fecunda a la Iglesia con su sangre, han bebido el cáliz del Señor, y se han hecho amigos de Dios.

Pablo, con un tono conmovedor, escribe a Timoteo: «Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su manifestación».

Una Iglesia o un cristiano sin testimonio es estéril, un muerto que cree estar vivo, un árbol seco que no da fruto, un pozo seco que no tiene agua. La Iglesia ha vencido al mal gracias al testimonio valiente, concreto y humilde de sus hijos. Ha vencido al mal gracias a la proclamación convencida de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo», y a la promesa eterna de Jesús (cf. Mt 16,13-18).

Queridos Arzobispos, que hoy reciben el palio, éste es un signo que representa la oveja que el pastor lleva sobre sus hombros como Cristo, Buen Pastor, y por tanto es un símbolo de vuestra tarea pastoral, es un «signo litúrgico de la comunión que une a la Sede de Pedro y su Sucesor con los metropolitanos y a través de ellos, con los demás obispos del mundo».

Hoy, junto con el palio, quisiera confiaros esta llamada a la oración, a la fe y al testimonio. La Iglesia os quiere hombres de oración, maestros de oración, que enseñéis al pueblo que os ha sido confiado por el Señor que la liberación de toda cautividad es solamente obra de Dios y fruto de la oración, que Dios, en el momento oportuno, envía a su ángel para salvarnos de las muchas esclavitudes y de las innumerables cadenas mundanas. También vosotros sed ángeles y mensajeros de caridad para los más necesitados.

La Iglesia os quiere hombres de fe, maestros de fe, que enseñéis a los fieles a no tener miedo de los muchos Herodes que los afligen con persecuciones, con cruces de todo tipo. Ningún Herodes es capaz de apagar la luz de la esperanza, de la fe y de la caridad de quien cree en Cristo.

La Iglesia os quiere hombres de testimonio. Decía san Francisco a sus hermanos: Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras (cf. Fuentes franciscanas, 43). No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se necesita tanto maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo, a ejemplo de Pedro y Pablo y de tantos otros testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia, testigos que, aun perteneciendo a diversas confesiones cristianas, han contribuido a manifestar y a hacer crecer el único Cuerpo de Cristo. Me complace subrayarlo en la presencia –que siempre acogemos con mucho agrado– de la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, enviada por el querido hermano Bartolomé I.

Es muy sencillo: porque el testimonio más eficaz y más auténtico consiste en no contradecir con el comportamiento y con la vida lo que se predica con la palabra y lo que se enseña a los otros. Enseñad a rezar rezando, anunciad la fe creyendo, dad testimonio con la vida.