Dos días después de su viaje a Turín, el Santo Padre ha congregado, como cada miércoles, a miles de personas para la audiencia general. Así, ha aprovechado la ocasión para dar las gracias a los fieles de la diócesis de Turín, donde viajó el pasado domingo y lunes.

Francisco prosigue con sus catequesis sobre la familia, esta semana se ha centrado en las “heridas que se producen en la misma convivencia familiar”.

Como cada miércoles, el Papa ha llegado a la plaza de San Pedro montado en el jeep descubierto, y ha pasado por los pasillos saludando a los fieles allí congregados, para poder saludarle y verle de cerca.

Agitando sus banderas e inmortalizando el paso del Pontífice, los peregrinos mostraban su entusiasmo y acercaban a los más pequeños hasta el papa móvil para que recibieran la bendición de Francisco.


En el resumen hecho en español sobre la catequesis, el Papa ha indicado que “en la catequesis de hoy reflexionamos sobre las heridas que se producen en la misma convivencia familiar. Se trata de palabras, acciones y omisiones que, en vez de expresar amor, hieren los afectos más queridos, provocando profundas divisiones entre sus miembros, sobre todo entre el marido y la mujer”. Asimismo ha señalado que “si estas heridas no se curan a tiempo se agravan y se transforman en resentimiento y hostilidad, que recae sobre los hijos”.

Cuando los adultos pierden la cabeza -ha señalado- y cada uno piensa en sí mismo; cuando los padres se hacen daño, el alma de los niños sufre marcándolos profundamente. En la familia está todo entrelazado.

Por otro lado, el Santo Padre ha recordado que “los esposos son una sola carne, de tal manera que todas las heridas y abandonos afectan a la carne viva que son sus hijos. Así se entienden las palabras de Jesús sobre la grave responsabilidad de custodiar el vínculo conyugal, que da origen a la familia”.

Del mismo modo, ha advertido que en algunos casos la separación es inevitable, precisamente para proteger al cónyuge más débil o a los hijos pequeños.

“Pero no faltan los casos en los que los esposos, por la fe y el amor a los hijos, siguen dando testimonio de su fidelidad al vínculo en el que han creído”, ha concluido.

A continuación, el Santo Padre ha saludado a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. “Pidamos a la Virgen María que interceda por nuestras familias, especialmente por los que pasan por dificultades, para que sepan superar y sanar siempre las heridas que causan división y amargura”, ha indicado.

Para finalizar, tras los saludos en las distintas lenguas, el Santo Padre ha dirigido un saludo especial a los jóvenes, los enfermos y los recién casados, recordando que hoy celebramos el nacimiento de san Juan Bautista. A los jóvenes, les ha animado a que su radicalidad evangélica les empuje a elecciones valiente por el bien. A los enfermos les ha invitado a que su fortalezca les sostenga en el “llevar la cruz en unión espiritual con el corazón de Cristo”. Finalmente, a los recién casados, les ha invitado a que su unión con el Cordero les ayude a unir en el amor su familia.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las últimas catequesis hemos hablado de la familia que vive la fragilidad de las condición humana, la pobreza, las enfermedades, la muerte. Hoy sin embargo reflexionamos sobre las heridas que se abren precisamente dentro de la convivencia familiar. Cuando, en la familia nos hacemos mal. ¡Lo más feo!

Sabemos bien que en ninguna historia familiar faltan momentos en los cuales, la intimidad de los afectos más queridos son ofendidos por el comportamiento de sus miembros. Palabras y acciones (¡y omisiones!) que, en vez de expresar el amor, lo sustraen o, peor aún, lo mortifican. Cuando estas heridas, que son aún remediables, se descuidan, se agravan: se transforman en prepotencia, hostilidad, desprecio. Y a ese punto se pueden convertir en heridas profundas, que dividen al marido y la mujer, e inducen a buscar en otra parte comprensión, apoyo y consolación. ¡Pero a menudo estos “apoyos” no piensan en el bien de la familia!

El vacío de amor conyugal difunde resentimientos en las relaciones. Y a menudo la disgregación se trasmite a los niños.

Esto es, los hijos. Quisiera detenerme un poco en este punto. A pesar de nuestra sensibilidad aparentemente evolucionada, y todos nuestros análisis psicológicos refinados, me pregunto si no nos hemos anestesiado también respecto a las heridas en el alma de los niños.

Cuanto más se trata de compensar con regalos y pasteles, más se pierde el sentido de las heridas --más dolorosas y profundas-- del alma. Se habla mucho de trastornos del comportamiento, de salud psíquica, de bienestar del niño, de ansiedad de los padres y de los niños… ¿Pero sabemos qué es una herida del alma?

¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño, en las familias en las que se trata mal y se hace mal, hasta romper la unión de la fidelidad conyungal? ¿Qué peso tienen nuestras elecciones --elecciones a menudo erróneas-- en el alma de los niños?

Cuándo los adultos pierden la cabeza, cuando cada uno piensa a sí mismo, cuando papá y mamá se hacen daño, el alma de los niños sufre mucho, siente desesperación. Y son heridas que dejan marca para toda la vida.

En la familia todo está entrelazado: cuando su alma está herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se han comprometido a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensa obsesivamente en las propias exigencias de libertad y de gratificación, esta distorsión afecta profundamente el corazón y la vida de los hijos. Tantas veces los niños se esconden para llorar solos…

Debemos entender bien esto. Marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos sobre no escandalizar a los pequeños --hemos escuchado el fragmento del Evangelio-- podemos comprender mejor también su palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar la unión conyugal que da inicio a la familia humana. Cuando el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos.

Es verdad, por otra parte, que hay casos en los que la separación es inevitable. A veces se puede convertir incluso en moralmente necesaria, cuando se trata precisamente para proteger al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, del enfado o del aprovecharse, de la alienación y de la indiferencia.

No faltan, gracias a Dios, aquellos que, sostenidos por la fe y el amor por los hijos, testimonian su fidelidad y una unión en la cuál han creído, en cuanto aparece imposible hacerlo revivir. No todos los separados, sin embargo, sienten esta vocación. No todos reconocen, en la soledad, una llamada del Señor dirigida a ellos.

En torno a nosotros encontramos familias en situaciones llamadas irregulares. A mí no me gusta esta palabra. Y nos planteamos muchos interrogantes. ¿Cómo ayudarlas? ¿Cómo acompañarlas? ¿Cómo acompañarlas para que los niños no se vuelvan rehenes del papá o de la mamá?

Pidamos al Señor una fe grande, para mirar la realidad con la mirada de Dios; y una gran caridad, para acercarse las personas con su corazón misericordioso.

Texto traducido desde el audio, por ZENIT