En la alocución más solemne del viaje, la homilía en la misa matinal en el estadio Koševo, el Papa ha señalado que "el deseo de paz y el compromiso por construirla contrastan con el hecho de que en el mundo existen numerosos conflictos armados. Es una especie de tercera guerra mundial combatida «por partes»; y, en el contexto de la comunicación global, se percibe un clima de guerra. Hay quien este clima lo quiere crear y fomentar deliberadamente, en particular los que buscan la confrontación entre las distintas culturas y civilizaciones, y también cuantos especulan con las guerras para vender armas. Pero la guerra significa niños, mujeres y ancianos en campos de refugiados; significa desplazamientos forzados; significa casas, calles, fábricas destruidas; significa, sobre todo, vidas truncadas. Ustedes lo saben bien, por haberlo experimentado precisamente aquí".
Francisco repitió un grito que ya proclamara muchas veces Juan Pablo II: "¡Nunca más la guerra!"
El Papa pidió también ser “artesanos de paz en lo cotidiano" y recordó que "la paz es don de Dios, no en sentido mágico, sino porque Él, con su Espíritu, puede imprimir estas actitudes en nuestros corazones y en nuestra carne, y hacer de nosotros verdaderos instrumentos de su paz”.
Por intercesión de la Virgen María, el Papa invitó a pedir a Dios "la gracia de tener un corazón sencillo, la gracia de la paciencia, la gracia de luchar y trabajar por la justicia, de ser misericordiosos, de construir la paz, de sembrar la paz y no guerra y discordia".
Francisco llegó a Sarajevo a las 9 de la mañana del sábado, 6 de junio. Se trata de su 8º viaje internacional, el 11º país que visita como Pontífice y el 3º en Europa (tras Albania y Estrasburgo -Francia-, si no se cuenta Estambul -zona europea de Turquía-).
Durante el vuelo de Roma a Bosnia, el Papa ha comentado con los periodistas que le acompañan que considera que Sarajevo es como “la Jerusalén de Occidente” en el sentido de que “ha sufrido mucho”. El Pontífice declaró que el sentido del viaje es ser "signo de paz y oración de paz”.
En el aeropuerto de Sarajevo, fue recibido por Dragan Covic (en representación de la presidencia tripartita de Bosnia-Herzegovina), el arzobispo anfitrión Vinko Puljic, y el nuncio apostólico, Luigi Pezzuto. Un grupo de niños, jóvenes y adultos, muchos con trajes regionales, le dieron la bienvenida con pancartas con la frase “mir vama” (“la paz sea contigo”, en bosnio).
En el Palacio presidencial de Sarajevo habló con los tres miembros de la presidencia de la República (un bosnio musulmán, un serbio y un croata, que presiden en turnos de 8 meses cada uno; actualmente preside el serbio Mladen Ivanic). Ha habido intercambio de regalos y fotos con los familiares.
En su discurso a los políticos, el Papa les ha recordado que Sarajevo y Bosnia “tienen un significado especial para Europa y el mundo entero”. Señaló que durante muchos años sus comunidades tuvieron "relaciones de mutua amistad y cordialidad”. Pidió "diálogo paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás”. De este modo, “es posible también curar las graves heridas del pasado reciente". También ha mencionado la necesidad de la colaboración de la Comunidad internacional y la Unión Europea.
Mladen Ivanic en su discurso afirmó: “Creemos que el tiempo de la incomprensión, de la intolerancia y de la división ya está atrás para nosotros, esperemos haber aprendido la lección del pasado reciente y que delante de nosotros haya un tiempo nuevo, un tiempo de comprensión y de reconciliación, un tiempo de colaboración”.
Francisco con los 3 presidentes de Bosnia-Hercegovina (musulmán, croata y serbio) que van rotando cada 8 meses
Después el Papa se dirigió al Estadio Kosevo para la misa programada para las 11 de la mañana, con unos 65.000 asistentes. Tras la comida con los obispos del país, por la tarde figura en el programa un encuentro con el clero en la catedral, una cita ecuménica e interreligiosa en el Centro Internacional Estudiantil Franciscano y un discurso final en un centro juvenil diocesano. El avión de vuelta programó su salida para las ocho de la tarde.
En los días previos, la agencia Zenit ha recogido algunas expectativas de autoridades respecto a la visita papal. El nuncio Luigi Pezzuto explicó que "veinte años después de la guerra se están dando pasos adelante hacia la paz, pero todavía no podemos decir que haya una paz completa y perfecta. Se trata de un proceso continuo de fortalecimiento de la paz, porque la gente no quiere más experiencias de guerra”.
El director de Cáritas Bosnia-Herzegovina, Bosiljko Rajic, afirmó: “El papa Francisco se muestra muy cercano con las periferias del mundo, con los países que tienen que enfrentarse a graves problemas ligados a la pobreza, a la exclusión social. Por tanto, no resulta difícil de entender por qué ha elegido para su visita a Bosnia-Herzegovina, un país que todavía tiene grandes dificultades sociales y que necesita paz y reconciliación”.
Ifet Mustafic, consejero para las relaciones interreligiosas de la Comunidad Islámica de Bosnia- Herzegovina especificó que en el diálogo entre musulmanes, ortodoxos, católicos y judíos en Bosnia el gran reto es “reconstruir la confianza entre las diferentes comunidades, empezar de nuevo a confiar en los demás”.
Branko Jurić, secretario del cardenal Puljić de Sarajevo, explicó: "Nuestro país es pobre, y también la Iglesia católica, pero la decisión es que daremos todo lo mejor que tenemos para recibir al Papa y a los peregrinos". Añadió además que "la gran mayoría de los musulmanes en nuestro país está muy contenta de que el Papa nos visite". Lo explica porque "el Vaticano fue el primer país del mundo que reconoció oficialmente a Bosnia-Herzegovina, y esto los musulmanes lo aprecian mucho. El Papa es visto como un amigo, y al hablar del papa Francisco todos se quedan fascinados de su decisión de visitar este país".
Branko Jurić explica que muchos problemas del país nacen "de los complicadísimos acuerdos de Dayton que solo han detenido la guerra, pero no han cimentado el progreso económico y cualquier otro desarrollo. El desarrollo económico, que esperan todos los ciudadanos de Bosnia-Herzegovina, solo se podrá resolver con un cambio de las estructuras políticas en este país y con el cambio de la mentalidad comunista que, lamentablemente, se ha mantenido en la mente de muchos".
Multitud concentrada para la misa con el Papa Francisco en el estadio de Sarajevo
(distribuido por la sala de prensa del Vaticano)
Señores Miembros de la Presidencia de Bosnia y Herzegovina Señor Presidente
Miembros del Cuerpo Diplomático
Queridos hermanos y hermanas
Agradezco de corazón a los miembros de la Presidencia de Bosnia y Herzegovina por su amable acogida, y de modo particular al Señor Presidente de turno Mladen Ivanić por el cordial saludo que, en nombre de todos, me ha dirigido. Es para mí un motivo de alegría encontrarme en esta ciudad, que ha sufrido tanto a causa de los sangrientos conflictos del siglo pasado, y vuelve a ser un lugar de diálogo y de convivencia pacífica. Ha pasado de una cultura del enfrentamiento, de la guerra a hacer una cultura del encuentro.
Sarajevo, así como Bosnia y Herzegovina, tienen un significado especial para Europa y el mundo entero. En estos territorios hay comunidades que, desde hace siglos, profesan religiones diferentes y pertenecen a etnias y culturas distintas, cada una con sus características peculiares y orgullosa de sus tradiciones específicas, lo que no ha sido obstáculo para que durante mucho tiempo hayan tenido relaciones de mutua amistad y cordialidad.
Incluso en la misma estructura arquitectónica de Sarajevo se encuentran huellas visibles y permanentes de esas relaciones, ya que en su tejido urbano, a poca distancia unas de otras, surgen sinagogas, iglesias y mezquitas, de tal modo que la ciudad recibió el nombre de la “Jerusalén de Europa”. Representa en efecto una encrucijada de culturas, naciones y religiones; y ese papel requiere que se construyan siempre nuevos puentes, que se sane y restaure los ya existentes, de modo que se asegure una comunicación fluida, segura y civil.
Tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir las riquezas de cada uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como oportunidades de crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás.
Así, es posible también curar las graves heridas del pasado reciente, y mirar hacia el futuro con esperanza, enfrentándose con el corazón libre de temores y rencores a los problemas cotidianos que toda comunidad civilizada ha de afrontar. He venido como peregrinos de paz y de diálogo.
Dieciocho años después de la visita histórica de san Juan Pablo II, que tuvo lugar casi dos años después de la firma de los Acuerdos de Paz de Dayton, me complace ver los progresos realizados, que debemos agradecer al Señor y a tantas personas de buena voluntad. Sin embargo, es importante no contentarse con lo ya logrado, sino procurar que se adopten nuevas medidas para fortalecer la confianza y crear oportunidades para que aumente la comprensión y el respeto mutuos. Para facilitar este proceso se necesita la cercanía y colaboración de la Comunidad internacional, en particular de la Unión Europea, y de todos los países y organizaciones presentes y activas en el territorio de Bosnia y Herzegovina.
Bosnia y Herzegovina forma parte de Europa; sus logros y sus dramas se insertan de lleno en la historia de los éxitos y dramas de Europa, y al mismo tiempo son un serio llamamiento a hacer todo lo posible para que el proceso de paz comenzado sea cada vez más sólido e irreversible.
En esta tierra, la paz y la concordia entre croatas, serbios y bosnios, así como las iniciativas encaminadas a su fortalecimiento, las relaciones cordiales y fraternas entre musulmanes, judíos y cristianos, tienen una importancia que va más allá de sus fronteras. Testimonian ante el mundo que la colaboración entre los diversos grupos étnicos y religiones para el bien común es posible, que se puede dar una pluralidad de culturas y tradiciones que contribuyan a encontrar soluciones originales y eficaces a los problemas, que incluso las heridas más profundas pueden ser curadas a través de un proceso que purifique la memoria y dé esperanza para el futuro. He visto hoy esa esperanza en esos niños que he saludado en el aeropuerto. Musulmanes, ortodoxos, judíos, católicos, y otras minorías. Todos juntos, felices, esa es la esperanza. Apostemos en eso.
Para oponernos con éxito a la barbarie de los que toman ocasión y pretexto de cualquier diferencia para una violencia cada vez más brutal, tenemos que reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los cuales podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterío fanático del odio.
Los responsables políticos están llamados a la noble tarea de ser los primeros servidores de sus comunidades con una actividad que proteja en primer lugar los derechos fundamentales de la persona humana, entre los que destaca el de la libertad religiosa. De ese modo, será posible construir, con un compromiso concreto, una sociedad más pacífica y justa, para que con la ayuda de todos se encuentre solución a los múltiples problemas de la vida cotidiana del pueblo.
Para ello, es indispensable que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley y su aplicación, independientemente de su origen étnico, religioso y geográfico: así todos y cada uno se sentirán plenamente participes de la vida pública y, disfrutando de los mismos derechos, podrán dar su contribución específica al bien común.
Excelentísimos señores y señoras: La Iglesia católica, a través de la oración y la acción de sus fieles y de sus instituciones, participa en el trabajo de reconstrucción material y moral de Bosnia y Herzegovina, compartiendo sus alegrías y preocupaciones, deseosa de manifestar con decisión su cercanía especial con los pobres y necesitados, inspirada por la enseñanza y el ejemplo de su divino Maestro, Jesús.
La Santa Sede se alegra por todo el camino recorrido en estos años y asegura su compromiso de seguir promoviendo la cooperación, el diálogo y la solidaridad, a sabiendas de que, en una convivencia civil y ordenada, la paz y la escucha mutua son condiciones indispensables para un desarrollo auténtico y permanente. Espera fervientemente que, con la ayuda de todos y después de que las nubes oscuras de la tormenta han desaparecido finalmente, Bosnia y Herzegovina pueda proceder en el camino emprendido, para que después del frío invierno florezca la primavera. Y se ve florecer la primavera.
Con estos sentimientos, imploro del Altísimo paz y prosperidad para Sarajevo y para toda Bosnia y Herzegovina.
Queridos hermanos y hermanas:
En las lecturas bíblicas que hemos escuchado ha resonado varias veces la palabra «paz». Palabra profética por excelencia. Paz es el sueño de Dios, es el proyecto de Dios para la humanidad, para la historia, con toda la creación. Y es un proyecto que encuentra siempre oposición por parte del hombre y por parte del maligno. También en nuestro tiempo, el deseo de paz y el compromiso por construirla contrastan con el hecho de que en el mundo existen numerosos conflictos armados. Es una especie de tercera guerra mundial combatida «por partes»; y, en el contexto de la comunicación global, se percibe un clima de guerra.
Hay quien este clima lo quiere crear y fomentar deliberadamente, en particular los que buscan la confrontación entre las distintas culturas y civilizaciones, y también cuantos especulan con las guerras para vender armas. Pero la guerra significa niños, mujeres y ancianos en campos de refugiados; significa desplazamientos forzados; significa casas, calles, fábricas destruidas; significa, sobre todo, vidas truncadas. Ustedes lo saben bien, por haberlo experimentado precisamente aquí, cuánto sufrimiento, cuánta destrucción, cuánto dolor. Hoy, queridos hermanos y hermanas, se eleva una vez más desde esta ciudad el grito del pueblo de Dios y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad: ¡Nunca más la guerra!
Dentro de este clima de guerra, como un rayo de sol que atraviesa las nubes, resuena la palabra de Jesús en el Evangelio: «Bienaventurados los constructores de paz» (Mt 5,9). Es una llamada siempre actual, que vale para todas las generaciones. No dice: «Bienaventurados los predicadores de paz»: todos son capaces de proclamarla, incluso de forma hipócrita o aun engañosa. No. Dice: «Bienaventurados los constructores de paz», es decir, los que la hacen. Hacer la paz es un trabajo artesanal: requiere pasión, paciencia, experiencia, tesón. Bienaventurados quienes siembran paz con sus acciones cotidianas, con actitudes y gestos de servicio, de fraternidad, de diálogo, de misericordia… Estos, sí, «serán llamados hijos de Dios», porque Dios siembra paz, siempre, en todas partes; en la plenitud de los tiempos ha sembrado en el mundo a su Hijo para que tuviésemos paz. Hacer la paz es un trabajo que se realiza cada día, paso a paso, sin cansarse jamás.
Y ¿cómo se hace, cómo se construye la paz? Nos lo ha recordado de forma esencial el profeta Isaías: «La obra de la justicia será la paz» (32,17). «Opus iustitiae pax», según la versión de la Vulgata, convertida en un lema célebre adoptado proféticamente por el Papa Pío XII. La paz es obra de la justicia. Tampoco aquí retrata una justicia declamada, teorizada, planificada… sino una justicia practicada, vivida. Y el Nuevo Testamento nos enseña que el pleno cumplimiento de la justicia es amar al prójimo como a sí mismo (cf. Mt 22,39; Rm 13,9). Cuando nosotros seguimos, con la gracia de Dios, este mandamiento, ¡cómo cambian las cosas! ¡Porque cambiamos nosotros! Esa persona, ese pueblo, que vemos como enemigo, en realidad tiene mi mismo rostro, mi mismo corazón, mi misma alma. Tenemos el mismo Padre en el cielo. Entonces, la verdadera justicia es hacer a esa persona, a ese pueblo, lo que me gustaría que me hiciesen a mí, a mi pueblo (cf. Mt 7,12).
San Pablo, en la segunda lectura, nos ha indicado las actitudes necesarias para la paz: «Revístanse de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellévense mutuamente y perdónense cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor los ha perdonado: ustedes hagan lo mismo» (3, 12-13).
Estas son las actitudes para ser “artesanos” de paz en lo cotidiano, allí donde vivimos. Pero no nos engañemos creyendo que esto depende sólo de nosotros. Caeríamos en un moralismo ilusorio. La paz es don de Dios, no en sentido mágico, sino porque Él, con su Espíritu, puede imprimir estas actitudes en nuestros corazones y en nuestra carne, y hacer de nosotros verdaderos instrumentos de su paz. y, profundizando más todavía, el Apóstol dice que la paz es don de Dios porque es fruto de su reconciliación con nosotros. Sólo si se deja reconciliar con Dios, el hombre puede llegar a ser constructor de paz.
Queridos hermanos y hermanas, hoy pedimos juntos al Señor, por la intercesión de la Virgen María, la gracia de tener un corazón sencillo, la gracia de la paciencia, la gracia de luchar y trabajar por la justicia, de ser misericordiosos, de construir la paz, de sembrar la paz y no guerra y discordia. Este es el camino que nos hace felices, que nos hace bienaventurados.