En su homilía, el Papa Francisco recordó que “basamos nuestra fe en el Señor Resucitado en el testimonio de los Apóstoles, que nos llegó por la misión de la Iglesia. Nuestra fe está sólidamente ligada a su testimonio como a una cadena ininterrumpida que se ha ampliado durante los siglos, no sólo por los sucesores de los Apóstoles, sino por generaciones y generaciones de cristianos”.
Y añadió: “Este es el secreto de los santos: permanecer en Cristo, unidos a Él como el sarmiento a la vid, para dar mucho fruto (cf. Jn 15, 1-8). Y este fruto no es otro que el amor. Este amor brilla en el testimonio de la hermana Jeanne Emilie de Villeneuve, quien dedicó su vida a Dios y a los pobres, los enfermos, los presos, explotados, convirtiéndose para ellos y para todos signo concreto del amor misericordioso del Señor”.
“Permanecer en el amor: Sor María Cristina Brando también lo hizo. Ella fue completamente conquistada por el amor ardiente del Señor; y de la oración, del encuentro corazón a corazón con Jesús resucitado, presente en la Eucaristía, de allí recibió la fuerza para soportar el sufrimiento y donarse como pan partido a muchas personas lejanas de Dios y hambrientas del amor verdadero” .
Presentación de las reliquias de las santas durante la canonización
De la mística María Bawardi y de Sor Maria Alphonsine dijo: “Sor Marie Baouardy ha experimentado de manera eminente, que aunque humilde y analfabeta, sabía cómo dar consejos y explicaciones teológicas con gran claridad, fruto del diálogo continuo con el Espíritu Santo. La docilidad al Espíritu Santo la ha hecho instrumento de encuentro y comunión con el mundo musulmán. Así también Sor María Alphonsine Danil Ghattas ha entendido bien lo que significa irradiar el amor de Dios en el apostolado, convirtiéndose en testigo de mansedumbre y unidad. Ella nos ofrece un claro ejemplo de la importancia de volvernos responsables los unos de los otros, de vivir uno al servicio de los otros”.
El Papa preguntó a los peregrinos italianos, franceses, de Tierra Santa y de otros países: “¿Cómo soy testigo del Cristo resucitado?, es una pregunta que debemos hacernos. ¿Cómo permanezco en él, ¿cómo vivo en su amor?, ¿soy capaz de "sembrar" en la familia, en el trabajo, en mi comunidad, la semilla de esta unidad que él nos dio, haciéndonos participar en la vida trinitaria? Al regresar a casa, llevemos con nosotros la alegría de este encuentro con el Señor resucitado; cultivemos en el corazón el compromiso de permanecer en el amor de Dios, permaneciendo unidos a Él y entre nosotros, y siguiendo los pasos de estas cuatro mujeres, modelos de santidad, que la Iglesia nos invita a imitar.”
El semanario Alfa y Omega ha resumido el itinerario de cada una de las nuevas santas.
Los tapices con los retratos de las nuevas santas
Jean Emilie de Villeneuve nació en Toulouse un 9 de marzo de 1811, en el seno de una familia de la nobleza francesa. Su padre era el marqués de Villeneuve y ella vivió su infancia y juventud en el castillo de Hauterive, muy cerca de Castres.
Sin embargo, Jean Emilie también recibe una educación católica que la lleva a no poner su corazón en las riquezas que la rodean, sino al contrario, entregarse a Dios en el servicio a los pobres. Desde muy jovencita se ocupa de cuidar a personas enfermas, pobres y marginados, mostrándoles también el mor que Dios les tiene.
A los 25 años, en 1836, funda en la localidad de Castres, junto a otras dos jóvenes, la Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción, que pronto recibirían el nombre de «Hermanas azules» por el color de su hábito. Y les infunde un carisma específico: cuidar de los más pobres en lo material, sin dejar de anunciarles explícitamente el amor de Dios. En una pequeña casa de Castres, se dedica, junto a las primeras religiosas, a atender a enfermos, prostitutas y jóvenes trabajadoras, y va a visitar y atender a los presos.
En 1847 envía a cuatro religiosas a Senegal. Después llegarán a Gambia, Gabón, y pronto darán el salto a América Latina, siempre siguiendo una máxima: «Ir allí donde nos llama la voz de los pobres». En 1853 dimite como Superiora de la congregación y en 1854 muere a causa de una epidemia de cólera en Francia. Fue beatificada en el año 2009.
Mariam Baouardy (o Bawardi) nació en 1846 en la pequeña aldea de Ibillin, muy cerca de Nazaret. Sus padres eran católicos greco-melquitas, pero cuando ella sólo tenía 3 años se quedó huérfana, y fue recogida por un tío paterno que la trasladó a Egipto, a la emblemática ciudad de Alejandría.
Desde muy pequeña tuvo una relación especial con Cristo y sintió la vocación religiosa, sin embargo, al cumplir 12 años, su tío quiso casarla con un egipcio. A la vista de un matrimonio forzoso que no deseaba, Mariam apareció el día del compromiso con el pelo cortado como signo de protesta. La familia del pretendiente consideró aquel gesto como lo que era: una ofensa, y montaron en cólera. También lo hizo su tío. Así que Mariam tuvo que huir de casa.
En su travesía, un musulmán intentó convertirla a la fuerza al islam y ella se negó a renunciar a su fe en Cristo. Prefería morir mártir…, y a punto estuvo de hacerlo: aquel hombre la golpeó salvajemente, la envolvió en una manta y la dejó en un descampado, dándola por muerta. Sin embargo, milagrosamente se salvó y, al despertar, se encontró en una gruta, atendida por una mujer «de aspecto celestial» de la que, tiempo más tarde, aseguró que era la Virgen María. Aquella mujer le reveló que no moriría, sino que se desposaría con Jesús, bajo el cuidado de san José.
Cuando se repuso, la mujer desapareció y ella viajó a Jerusalén, Beirut y Marsella, donde tras conocer a las Carmelitas Descalzas, ingresó en el Carmelo en 1865, con el nombre de María de Jesús Crucificado. En 1875, fundó el Carmelo Descalzo de Belén, donde murió en 1878. Se le atribuyen, por numerosos testimonios y pruebas, al menos cinco dones místicos: éxtasis, levitación, estigmas, visión de santos y don de poesía siendo iletrada.
Maryam Sultanah Danil, conocida como María Alfonsina, nació en Jerusalén en 1843. Su nombre le llevó a sentir un profundo amor por la Virgen y, en particular, por el Rosario. Por eso, a pesar de la oposición de sus padres se consagró como dominica a los 14 años.
En 1880, siente la llamada a fundar una nueva Congregación que se dedique a la ayuda de los más sencillos y al rezo del Rosario. Nacen así las Hermanas Dominicas del Rosario, donde va a vivir 42 años al servicio de su comunidad: abrió un taller para dar jóvenes a las jóvenes más pobres de Belén; estuvo en Jaffa cuidando de su director espiritual, enfermo; viajó por Beit Sahur, Salt, Nablus, Zababdeh, y Jerusalén; fundó orfanatos y se dedicó, en todos esos lugares, a enseñar a los niños a leer y escribir, fundar confraternidades para mujeres, enseñar trabajos manuales y oficios, transmitir el Catecismo y difundir el rezo del Rosario. Finalmente murió en Ain Karem en 1927.
El trabajo de estas religiosas en escuelas, parroquias e instituciones en toda la región les han dado gran fama en toda Tierra Santa, pues, como dijo Benedicto XVI durante su beatificación, en 2009, el ideal de santa María Alfonsina siempre fue «vencer el analfabetismo y elevar las condiciones de la mujer de su tiempo, en la tierra donde Jesús mismo exaltó su dignidad».
Adelaida Brando nació en Nápoles, en Italia, el 1 de mayo de 1856. Como era frecuente en la época, su madre murió pocos días después. Tenía un carácter amable y servicial, y pronto mostró su intención de dedicarse por completo a la oración y a consagrar su virginidad a Dios.
Buscaba la soledad, huía de los bullicios del mundo, rechazaba aquellas vacuidades que la sociedad mostraba como placeres, y sobre todo, buscaba el trato asiduo con Cristo en la oración y los sacramentos: acudía con frecuencia al sacramento de la penitencia y a diario recibía la Comunión. Con sólo 12 años hizo voto de castidad perpetua ante una imagen del Niño Jesús: «Quiero ser santa», repetía.
En 1876 ingresa en la congregación de las Sacramentinas de Nápoles y toma el nombre de María Cristina de la Inmaculada Concepción. Sin embargo, su mala salud la obliga a abandonar la vida religiosa de ese convento. Este revés le ayudó a descubrir su verdadero carisma, y funda las Religiosas Víctimas Expiadoras de Jesús Sacramentado, que a pesar de las estrecheces económicas, las oposiciones y la salud precaria de la fundadora va a expandirse muy pronto.
Su carisma tiene dos dimensiones inseparables: en primer lugar, la adoración a Cristo Eucaristía, con un carácter de reparación. La Madre María Cristina llega a situar, justo tras el tabernáculo de la capilla de su residencia, una pequeña celda donde poder pasar las horas con el Señor, sobre todo por las noches. En su adoración, pide perdón por todas las ofensas que recibe el Corazón Eucarístico de Cristo e intercede por los pecadores. Pero como no hay amor a Dios sin amar al prójimo, las religiosas establecieron guarderías, colegios y escuelas de Secundaria para niñas, orfanatos, internados y centros de día: todo por reparación de las ofensas contra Dios que suponen las ofensas a los hombres. Murió el 20 de enero de 1906.