La rica liturgia de la Vigilia Pascual lució un año más el Sábado Santo en la basílica de San Pedro, donde ofició el Papa durante más de dos horas la ceremonia de encendido del cirio pascual, la bendición con la Palabra y el bautismo y confirmación de diez catecúmenos que recibieron de manos del Papa ambos sacramentos y la comunión.

Antes de ese momento, en una breve homilía, Francisco glosó el pasaje de los Evangelios en el que las mujeres acuden al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús, y allí ven movida la gran piedra que tapaba la tumba, y al entrar se encuentran con el ángel.

El Papa invitó a meditar sobre esa experiencia de "entrar" en el misterio de Dios, porque "para esto estamos aqui, para entrar: entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor".

"No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio", dijo, porque la Pascua "no es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer, es más, es mucho más": "Entrar en el misterio significa capacidad de asombro, de contemplación, de escuchar el silencio en el que Dios nos habla".



Significa también "ir más allá de las propias cómodas seguridades, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, de la belleza y del amor". Por eso, "para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, de nuestra presunción, la humildad para redimensionar nuestra autoestima y reconocernos como criaturas con defectos, pecadores necesitados de perdón".

Y como consecuencia de esa humildad, la "adoración", porque "sin adorar no se puede entrar en el misterio".

Tras la homilía se administró el bautismo a diez neófitos: cuatro italianos, tres albaneses, una portuguesa, una keniata y una niña camboyana.



Posteriormente el mismo Francisco les confirmó, y aun recibirían un tercer sacramento al comulgar bajo las dos especies durante la liturgia eucarística.



La Vigilia Pascual concluyó entonándose el canto mariano del Regina Coeli.


Con el Regina Coeli concluyó la ceremonia.


Noche de vigilia es esta noche. El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.

El Señor vela, y con la fuerza de su amor hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo, y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos. Noche de vigilia es ésta para los discípulos de Jesús, noche de dolor y de miedo, de temor. Los hombres permanecieron encerrados en el cenáculo, las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, después del sábado, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús.

Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban cómo harían para entrar, quién quitaría la piedra. Pero encontraron el primer gran signo del acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida y la tumba estaba abierta. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco.

Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo, el sepulcro vacío, y fueron las primeras en entrar.

Entraron en el sepulcro... Nos hace bien en esta noche de vigilia detenernos a reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros.

Efectivamente, para eso estamos aqui, para entrar. Entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.

No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es solo conocer, leer... Es más, es mucho más.

Entrar en el misterio significa capacidad de asombro, de contemplación, capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla.

Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad, no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes.

Entrar en el misterio significa ir más allá de las propias comodidades y certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, de la belleza y del amor, buscar un sentido no descontado ya, una respuesta no banal a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.

Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción, la humildad para redimensionar la propia estima reconociendo lo que realmente somos, criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón.

Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías... Adoración... Sin adorar no se puede entrar en el misterio.

Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús.

Ellas velaron aquella noche junto con la madre, y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor.

Salieron y encontraron la tumba abierta y entraron... Velaron, salieron, y entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María nuestra madre para entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.