El padre Roberto Pasolini fue sin duda el protagonista informativo del día en el Vaticano. Por primera vez en 44 años, no era su compañero de orden, el también capuchino cardenal Raniero Cantalamessa, con 90 años ya cumplidos, quien iba a hacer la primera de las tres meditaciones de Adviento para la Curia.
Cantalamessa, predicador de "fe y alegría"
En primera fila del Aula Pablo VI, en silla de ruedas, el Papa Francisco, dispuesto a escucharla junto a un centenar de cardenales, obispos, sacerdotes y laicos que trabajan en el organismo que gobierna la Iglesia.
Pasolini tiene el listón alto, pero el Papa ha considerado que a sus 55 años le avala su currículum: formación civil (estudió Informática y Matemáticas), vida religiosa ya extensa (veintidós años de vida franciscana y dieciocho como sacerdote) y muchos años como profesor de Lenguas Bíblicas, Sagrada Escritura y Exégesis Bíblica, campos en los que destacó su predecesor.
El nuevo predicador tuvo unas palabras de agradecimiento hacia Cantalamessa por haber sido predicador "de la alegría y de la luz del Evangelio", y luego comenzó su disertación. El tema elegido para las tres reflexiones es Las puertas de la esperanza. Hacia la apertura del Año Santo a través de la profecía de la Navidad, y la primera discurrió bajo el título La puerta del asombro.
El asombro ante la novedad de Dios y el misterio de la Encarnación es "el primer movimiento del corazón que debe despertarse" al encaminarnos hacia la Navidad, para "mirar todo con ojos nuevos, reconociendo aquellas semillas del Evangelio ya presentes en la realidad".
Los profetas, Isabel y María
Un asombro que desgranó proponiendo tres modelos: la voz de los profetas, el "coraje de disentir" de Isabel y la "humildad de aceptar" de María.
Los profetas, porque son quienes "saben comprender profundamente el significado de los acontecimientos de la historia", realizando "la presencia y la acción de Dios" y lo que quiere realizar "en nuestras vidas y en la historia del mundo". Su voz produce en nosotros dos efectos: advertirnos y abrirnos a la esperanza, porque en cada profecía "Dios reafirma la fidelidad de su amor y ofrece al pueblo una nueva oportunidad".
Para prepararnos a escuchar estas voces proféticas, Pasolini puso como ejemplo a Santa Isabel y a su prima, la Santísima Virgen.
Isabel supo decir "no" a la aparente continuidad de las cosas y de los vínculos e insistió en que su hijo debía llamarse Juan. Esa reacción, según Pasolini, sugiere que, "a veces, es necesario interrumpir el fluir de las cosas para abrirse a la novedad de Dios", y "nos recuerda que nada ni nadie está condicionado sólo por su propia historia y raíces, sino también continuamente reacondicionado por la gracia de Dios".
María, por su parte, supo "decir 'sí' a la novedad de Dios, formulando un asentimiento libre y gozoso a su voluntad". A la Virgen se le ordena alegrarse, es decir, "darse cuenta de algo que ya existe: el Señor está con ella", que es "la gracia del tiempo de Adviento": "Darnos cuenta de que hay más motivos para alegrarnos que para entristecernos, no porque las cosas sean sencillas, sino porque el Señor está con nosotros y todavía puede pasar cualquier cosa". El ejemplo de Nuestra Señora nos invita a "dejar entrar en nosotros la voz de Dios para decir de nuevo lo que somos y podemos ser ante su rostro".
Pasolini concluyó explicando que "los anuncios que recibimos en el camino de la vida" sólo pueden terminar así: cuando la luz de Dios logra mostrarnos que dentro del temor de lo que nos espera está la fidelidad de una promesa eterna, surge en nosotros el asombro "y nos encontramos capaces de pronunciar finalmente nuestro 'aquí estoy'".