Benedicto XVI ha dirigido un mensaje de saludo a la Comisión Teológica Internacional con motivo del cincuentenario de su creación por Pablo VI en 1969. Este organismo, dependiente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y que preside su prefecto, "debía superar", dice, "el distanciamiento, que se había evidenciado en el Concilio, entre la Teología que se difundía por el mundo y el Magisterio del Papa". Y si alguien conoce ese distanciamiento y esa Comisión es Joseph Ratzinger, pues se incorporó a ella como teólogo desde el primer minuto (había sido uno de los peritos destacados del Vaticano II como asesor personal del cardenal arzobispo de Colonia, Joseph Frings) y la presidió desde que Juan Pablo II le nombró prefecto del antiguo Santo Oficio en 1981 hasta que fue elegido Papa en 2005.
"Me impresionó particularmente el primer quinquenio", recuerda: "Debía definirse la orientación de fondo y la modalidad esencial de trabajo de la Comisión, estableciendo así en qué dirección, en última instancia, debería ser interpretado el Vaticano II". En aquellos primeros años formaban parte de la Comisión "las grandes figuras del Concilio": Henri de Lubac, Yves Congar, Karl Rahner, Jorge Medina Estévez, Philippe Delhaye, Gerard Philips, Carlo Colombo ("considerado el teólogo personal de Pablo VI") y el padre Cipriano Vagaggini, más otros que no habían tomado parte en él, entre los que destaca a Urs von Balthasar y Louis Bouyer.
Discusiones abiertas
Benedicto XVI cita algunos momentos de gran tensión en la Comisión, como cuando se debatió si la Iglesia debía incorporarse al Consejo Mundial de las Iglesias como miembro ordinario: "Se convirtió en un punto decisivo sobre la dirección que debía tomar la Iglesia nada más concluir el Concilio. Tras un enfrentamiento dramático, al final se decidió negativamente", lo que provocó la salida de Rahner. La Iglesia ha mantenido desde entonces esa postura y acude solamente como observadora a las reuniones del Consejo.
El anterior Papa evoca la incorporación en el segundo quinquenio de Carlo Caffarra (el gran consejero de Juan Pablo II en las cuestiones morales), Raniero Cantalamessa (aún hoy predicador pontificio) y Karl Lehmann (quien presidiría durante veinte años la conferencia episcopal alemana). En aquella época se debatió mucho sobre la Teología de la Liberación, "que en aquel momento no representaba un problema solo teórico, sino que determinaba muy concretamente, y amenazaba, la vida de la Iglesia en Suramérica. La pasión que animaba a los teólogos era acorde al peso concreto, incluso político, de la cuestión".
La teología del matrimonio
Benedicto XVI destaca que en los trabajos de la comisión "siempre ha existido el problema de la Teología Moral", en particular sobre la cuestión del matrimonio, que se debatió en 1977: "La contraposición entre los bandos la falta de una orientación común de fondo, que sufrimos hoy tanto como entonces, se me reveló en aquel momento de modo inaudito", dice.
Y cita momentos tremendos: "De una parte estaba el profesor y teólogo moral estadounidense William May, padre de muchos hijos, que siempre venía con su esposa y mantenía la concepción antigua más rigurosa. Por dos veces experimentó el rechazo por unanimidad de su propuesta, algo que nunca más sucedió. Rompió en lágrimas, y yo mismo no pude consolarlo eficazmente. Junto a él estaba, si no recuerdo mal, el profesor John Finnis, que enseñaba en Estados Unidos y que expresó la misma postura y el mismo concepto de forma nueva. Se le tomó en serio desde el punto de vista teológico, y sin embargo tampoco él logró alcanzar consenso alguno".
William May (1928-2014) fue un gran defensor de la encíclica Humanae Vitae.
Benedicto XVI cuenta que en el siguiente quinquenio el profesor Andrzej Szoztek, "un inteligente y prometedor representante de la posición clásica", tampoco logró crear un consenso, ni tampoco luego el padre Servais Pinckaers, a pesar de que desarrolló "a partir de Santo Tomás una ética de las virtudes que me pareció muy razonable y convincente": "Tampoco él consiguió alcanzar ningún consenso".
"Hasta qué punto era difícil la situación", comenta, que Juan Pablo II decidió resolver esa falta de consenso promulgando la encíclica Veritatis splendor y el Catecismo de la Iglesia católica para fijar las posiciones.
Benedicto XVI, que expresa su gratitud por la labor de todos los miembros de la Comisión y por lo que personalmente ha aprendido "de otras lenguas y otras formas de pensamiento", que han sido para él "continua ocasión de humildad", concluye reiterando que "la Comisión Teológica Internacional, a pesar de todos sus esfuerzos, no ha podido alcanzar una unidad moral de la Teología y de los teólogos en el mundo. Quien esperaba algo así, alimentaba expectativas equivocadas sobre las posibilidades de un trabajo similar".