Cientos de personas esperaban en las calles adyacentes, o en las ventanas de los edificios cercanos, para poder ver y saludar al Papa en una tarde fría pero soleada.
Antes de llegar a su cita en la plaza, Francisco se dirigió a la Basílica papal de Santa María la Mayor para rezar en su día a la antigua advocación de María Salus Populi Romani ("Salud del Pueblo Romano").
En la Plaza de España, el Papa recitó esta oración dedicada a la Virgen compuesta por él:
Oh María, Madre nuestra,
Hoy el pueblo de Dios en fiesta
te venera Inmaculada,
preservada desde siempre del contagio del pecado.
Acoge el homenaje que te ofrezco
en nombre de la Iglesia que está en Roma
y en el mundo entero.
Saber que Tú, que eres nuestra Madre,
estás totalmente liberada del pecado
nos da gran consuelo.
Saber que sobre ti el mal no tiene poder,
nos llena de esperanza y de fortaleza
en la lucha diaria que debemos realizar
en contra de las amenazas del Maligno.
Pero en esta lucha no estamos solos, no somos huérfanos,
porque Jesús, antes de morir en la cruz,
nos ha dado a Ti como Madre.
Nosotros, por lo tanto, a pesar de ser pecadores,
somos tus hijos, hijos de la Inmaculada,
llamada a aquella santidad que en Ti resplandece
para gracia de Dios desde el inicio.
Animados de esta esperanza,
nosotros hoy invocamos tu materna protección para nosotros,
para nuestras familias,
para esta Ciudad, para el mundo entero.
Que el poder del amor de Dios,
que te ha preservado del pecado original,
por tu intercesión, libere a la humanidad
de toda esclavitud espiritual y material,
y haga vencer, en los corazones y en los eventos,
el plan de salvación de Dios.
Haz que también en nosotros, tus hijos,
la gracia prevalezca sobre el orgullo
y podamos llegar a ser misericordiosos
como es misericordioso nuestro Padre celestial.
En este tiempo que nos conduce
a la fiesta de la Natividad de Jesús,
enséñanos a andar a contracorriente:
despojarnos, a abajarnos, a donarnos, a escuchar, a hacer silencio,
a descentrarnos a nosotros mismos,
para dejar espacio a la belleza de Dios, fuente de la verdadera alegría.
¡Oh Madre nuestra Inmaculada, reza por nosotros!
El 8 de diciembre de 1854 el beato Papa Pio IX, definió el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
Tres años después, en 1857 bendijo e inauguró el monumento de la Inmaculada en la Plaza de España de Roma.
Fue el Papa Pio XII quien empezó la costumbre de enviar flores a esta estatua en la solemnidad de la Inmaculada. Pero fue San Juan XXIII en 1958, quien depositó el mismo en el monumento, una cesta con rosas blancas, y este hecho fue continuado por los papas Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco.