Inspirado en el pasaje del Evangelio del domingo en el que Jesús llama a todos los afligidos y agobiados para aliviarlos con su amor y su palabra de esperanza, el Obispo de Roma habló a miles de peregrinos reunidos en el caluroso mediodía en la plaza de san Pedro para rezar el Ángelus con él.
Jesús mismo buscaba a estas multitudes “para anunciarles el Reino de Dios y para curar a muchos en el cuerpo y en el espíritu”, explicó el Papa. “Esta invitación de Jesús se extiende hasta nuestros días –dijo- para alcanzar a tantos hermanos y hermanas oprimidos por condiciones de vida precaria, por situaciones existenciales difíciles y muchas veces privados de válidos puntos de referencia… Muchos más cargan con el peso de un sistema económico que explota al hombre y le impone yugos insoportables, que los pocos privilegiados no quieren cargar”.
Jesús llama a todos y promete confortarlos, pero al mismo tiempo hace una invitación que es como un mandamiento: “Carguen mi yugo y aprendan de mí que soy paciente y humilde de corazón” (Mt. 11,29).”
Francisco afirmó que “el yugo del Señor consiste en cargarse con el peso de los otros con amor fraterno. Una vez recibido el alivio y la fuerza del Señor estamos llamados a su vez a transformarnos en alivio y fuerza para los hermanos, con actitud paciente y humilde, a imitación del Maestro. La paciencia y humildad del corazón nos ayudan no sólo a hacernos cargo del peso de los otros, sino también a no cargarlos con el peso de nuestro modo de ver, de nuestros juicios y críticas”.